Un Bloody Mary, por favor

Capítulo 2 - Filete de ternera

3 de noviembre 2023 d.c. Distrito de Toul (Francia)

El hombre pálido se tapó los ojos y comenzó a vociferar en un idioma que Jean no comprendió, aunque supuso que tenía que ser alemán. Tampoco puso especial atención a ello, porque estaba demasiado ocupado gritando de puro terror. En el breve instante en el que se recompuso, logró encontrar las fuerzas para incorporarse y corrió hacia las sombras en dirección a los escalones por los que había bajado, pero el taburete con el que antes se tropezó se interpuso entre sus piernas y lo desequilibró. La caída le cortó la respiración durante un instante; sin embargo, no supo cómo, esta vez sí logró que el móvil no se le escapase.

Quiso volver a levantarse, y, de hecho, lo logró gracias a que alguien lo sujetó por ambos brazos en el preciso momento en el que se incorporó. Apenas emitió un gemido de terror cuando la penumbra de la luz de su móvil le permitió ver que quien lo sujetaba era sin duda el hombre que había salido de la tumba. Jean trató de zafarse, pero no le costó observar que aquel extraño tenía tanta fuerza como para mantenerlo alzado en el aire. Podía notar sus dedos clavándosele a través de la sudadera, férreos como esposas de acero alrededor de su carne. Los ojos vidriosos de aquel hombre se encontraron en las sombras con los suyos, traspasando la penumbra de la cripta. Quiso girar el móvil para apuntarle con la luz de la linterna, pero tampoco quería arriesgarse a hacer una maniobra que provocase que el aparato se le escurriese de entre los dedos. Otra vez.

—¡No me mate! —pidió Jean pataleando como podía, notando que sus pies ni tan siquiera llegaban a tocar el suelo—¡Señor, por favor!

—Nada de señor ¿No os han dicho que soy “Marqués”? —preguntó el hombre en un perfecto francés. Su voz era rasposa y débil. A Jean casi le pareció que estaba afónico—. No os preocupéis, niño francés, no se encuentra entre mis planes quitar la vida a aquel que me ha despertado —soltó, y luego sus ojos se dirigieron hacia el móvil que el chico aún sujetaba entre sus temblorosos dedos—¿Qué es esa extraña luz?

—Es mi móvil. Estaba oscuro y…

—¿Vos obráis esa luz? —lo interrumpió, bastante más calmado de lo que esperaba—Pues ruego que, si está en vuestra mano su control, no oséis volver a cegar mi vista con ella ¿Me habéis entendido?

Jean asintió deprisa. Tras unos segundos de duda el hombre lo soltó; sin embargo, al muchacho le fallaron las piernas en la breve caída y acabó besando el suelo con el culo. Se recompuso deprisa, esperando que el tipo de la tumba lo asaltase de alguna forma, pero no fue así. Seguía frente a él, sí; no obstante, le pareció que estaba algo distraído, como si buscase algo entre las sombras. De hecho, salvo por sus ojos rojos, visibles en la penumbra, y obviando el hecho de que había salido de la tumba, Jean reconoció para sí que en realidad no le resultaba tan amenazador como al principio.

Aun con ello, Jean se esforzó por mantener el foco de luz lejos de aquel hombre, por lo que apuntó hacia una esquina de la cripta, donde los libros que había visto amontonados ahora estaban esparcidos por el suelo.

—¿Dónde está Margaux? —preguntó el hombre al momento.

Jean se sobresaltó al oír su voz y le apuntó con la luz. El Marqués se tapó los ojos al momento con las manos.

—¡Maldito seáis! ¿Es que os han devorado el cerebro las lombrices de tierra?

—¡Lo siento, lo siento! —se disculpó Jean avergonzado, desviando la luz de la linterna del móvil a los pies del hombre pálido. Se fijó en que este llevaba unas botas bastante cuidadas y elegantes, aunque de aspecto antiguo y desfasado.

—Respondedme —ordenó el hombre dando un paso hacia Jean. Lo dijo con bastante suavidad a pesar de la dureza impresa en su voz rasposa—¿Dónde está Margaux?

—No sé de quien me habla —contestó Jean, conteniéndose por no alzar la luz de la linterna—. Este lugar estaba vacío cuando llegué.

—¿Habláis en serio?... ugh… Diantres, estoy hambriento —el hombre de la tumba se apoyó en una de las columnas, como si hubiese corrido una maratón. Estuvo unos segundos allí, sin hacer ningún movimiento, hasta que acabó por volverse hacia Jean, que lo observaba con una mezcla de curiosidad y cautela—¿A qué esperáis, niño francés? ¿No habéis oído mi súplica? ¿Pretendéis hacerme esperar toda la noche por la debida ofrenda del despertar? —antes de darle oportunidad de responder, el hombre se acercó a él con una rápida zancada y tiró de la mano herida con la que el chico había manchado el ataúd. Trató de zafarse, pero del mismo modo que cuando lo alzó en el aire, advirtió que la fuerza de aquel tipo era claramente superior a la de él. Entonces sintió un calor inequívoco alrededor de sus dedos.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo al notar lo que sin duda era la lengua de aquel hombre pasando por entre sus dedos, mientras los chupaba como si sorbiese de un refresco. Creyó que a aquella indescriptible sensación la seguiría un dolor indescriptible; sin embargo, aquel pensamiento duró un instante, porque justo entonces el extraño tipo le soltó, se hizo a un lado y empezó a… ¿vomitar?

—¡Por todos los demonios del infierno! ¡Es asqueroso! —logró entender Jean entre otros insultos que profirió el Marqués de la tumba en alemán—¡Nauseabundo! ¡Horrible!

Jean tampoco le prestó especial atención, porque su vista se había quedado clavaba en sus propios dedos, que hasta hacía un momento habían estado en el interior de la boca de aquel extraño hombre. Una decena de pensamientos le pasaron por la cabeza, ninguno claro o mínimamente agradable. Aún podía notar la lengua del hombre pálido paseando por entre sus dedos, enrollándose y abrazándolos con sus babas. Aún podía notar como los sorbía…

—Me ha chupado la mano —musitó Jean con un hilillo de voz, apenas audible.

—Por Belcebú —logró decir el tipo tras una fuerte arcada—. ¿Podríais decirme por qué vuestra sangre sabe tan mal?




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