Un Bloody Mary, por favor

Capítulo 3 - Tomate triturado

3 de noviembre 2023 d.c. Distrito de Toul (Francia)

Por suerte, la casa de Jean estaba a tan solo dos manzanas de la tienda, así que no tuvo que caminar demasiado hasta que encontró el edificio de tres plantas que hacía esquina entre la calle Béranger y la calle Creil. Lo cierto era que se trataba de un camino que conocía muy bien, por lo que ya lo cruzaba sin prestar demasiada atención a su alrededor. Eso hizo que le fuese fácil distraerse en lo ocurrido con el vampiro, a quien insultó a regañadientes durante medio camino, hasta que comenzó a asimilar todo aquello por lo que había pasado.

En mitad de su interminable hilo de pensamientos, le pareció ver que algo se movía por delante de él. Alzó la mirada y se fijó en que había alguien junto al portal de su edificio. Al principio creyó que se trataba del vampiro, al que había dejado en la tienda, y algo en él se estremeció de terror. Quizás ya había conseguido alimento y lo buscaba para despedazarlo, tal y como había dicho que quería hacer. Sin embargo, advirtió deprisa de que la longitud del cabello y la estatura de aquel que parecía esperarlo junto al edificio eran mucho menores que las del Marqués. Sus miradas se encontraron en la oscuridad y Jean notó como se le erizó cada vello del cuerpo al reconocerlo, aún entre las sombras. Se había olvidado por completo de Carlo. Otra vez.

—Sabía que volverías a casita tan campante —soltó con orgullo mientras caminaba hacia Jean—. ¡Ya me puedes estar dando lo que me pertenece, mamonazo!

—Carlo, espera… —Jean trató de retroceder al ver como se acercaba a grandes zancadas, pero tan solo logró dar un paso cuando el otro chico le empujó el pecho con ambas manos, con tanta fuerza que lo arrojó al suelo. En la caída se le escurrieron las bolsas de la compra, que emitieron una sinfonía breve de crujidos al impactar contra la calzada. Jean no se había terminado de recuperar de la caída cuando Carlo lo agarró por la sudadera y tiró de él para levantarlo.

—¿Has tenido los huevos de gastarte mi dinero? —preguntó el chaval mientras lo sostenía muy cerca de su cara.

—Era MI dinero —forcejeó Jean—. Tú me lo quitaste.

Antes de que pudiese seguir hablando notó como su cara se giraba bruscamente. No había visto venir el puñetazo, aunque podía sentir como le palpitaba en la mejilla. Las lágrimas se le agolparon en los parpados, pero a Carlo no pareció importarle lo más mínimo.

—Cierra el pico, enano ¡Ya puedes estar volviendo a la tienda para que te devuelvan la pasta!

—¡Venga ya, Carlo! Pero sí seguro que se han roto la mitad de las cosas —contestó Jean con la voz entrecortada por las lágrimas.

Carlo miró hacia la bolsa tan solo un instante antes de contestar.

—No es mi problema, enano ¿Quieres ir con los dos ojos morados o solo con uno?

Carlo echó el codo hacia atrás y Jean cerró los ojos con fuerza, preparado para recibir otro puñetazo. Esperó más tiempo del que creía que tardaría en golpearlo, así que acabó abriendo los ojos con vacilación.

Carlo había desviado su atención a su muñeca atrasada, donde una mano pálida y huesuda lo apretaba con tanta fuerza que se notaba que le estaba empezando a hacer daño. Siguió el curso de la mano y se encontró con un hombre algo más alto que él, de mejillas consumidas y con el cabello largo y rubio muy despeinado. Vestía de forma extraña, como si se hubiese escapado de una obra de teatro o de una película de piratas.

—Si no me sueltas vas a recibir tú también, frikazo —espetó Carlo, clavando su mirada preocupada en su propia muñeca. Cada vez le dolía más—¿Quién mierdas eres tú?

—Soy el Marqués Dietrich Bleicher von Mercklenburg —contestó el hombre pálido, mostrando una postura erguida y orgullosa. A pesar de los bruscos movimientos que hacía Carlo para zafarse, el Marqués ni tan siquiera parecía forcejear con él. Incluso se le veía aburrido.

—¿Bleicher? ¿Cómo la mansión abandonada?

—Así es, y vos paréceme que sois un pelmazo ¿No es así?

—Un pel… ¿Qué? ¿Quién es este tío? —soltó Carlo a Jean, quien se encogió con terror ante la pregunta, pensando que el abusón lo volvería a golpear—¿Por qué habla tan raro?

—Me alegra decir que aparecéis en un momento harto idóneo; es más, agradezco vuestra presencia.

—¿Por qué? —se atrevió a preguntar el chico de cabeza rapada.

—Pues por que andaba en busca de una vida irrelevante para la sociedad que saciara mi insondable apetito —contestó el Marqués mostrando una sonrisa amplia.

El muchacho pudo contemplar horrorizado como dos largos colmillos se dejaban ver por entre los finos labios de aquel hombre. Le pareció que estaban manchados de sangre fresca, lo que acrecentó su terror y la necesidad de liberarse de su agarre. Sin embargo, ni tan siquiera habiendo soltado a Jean pudo librarse de que aquel extraño ser de piel pálida le alzase la muñeca y clavase sus largos colmillos en ella.

El grito de Carlo se pudo escuchar en toda la calle; sin embargo, el mordisco tan solo duró unos pocos segundos. Cuando el Marqués lo soltó, el muchacho retrocedió torpemente sujetándose el brazo con la otra mano, hasta que su espalda chocó con la pared del edificio y se escurrió hasta el suelo. Algo aturdido, miró tanto a Jean como a su agresor y profirió diferentes insultos entre gimoteos antes de acabar corriendo calle arriba de forma bastante torpe.

Cuando su silueta encorvada se perdió por entre las sombras del fondo de la calle Béranger, Jean miró hacia el Marqués, que vomitaba en ese momento lo poco que había ingerido de Carlo.

—¿Tampoco es de su agrado, conde tiquismiquis? —preguntó el chico masajeándose alrededor del lugar en el que Carlo le había pegado. Tenía claro que le saldría un morado en el pómulo más pronto que tarde.

El Marqués, con un rápido movimiento, le golpeó el puente de la nariz con el dedo con tanta fuerza que a Jean se le saltaron las lágrimas.




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