Un Bloody Mary, por favor

Capítulo 3.5 - Incienso y maquillaje

3 de noviembre 2023 d.c. Distrito de Toul (Francia)

—“… y la paz finalmente regresó a la pequeña aldea después de que la cabeza de Jure rodase a los pies de Stipan”.

Margaux cerró el libro con cuidado, lo posó sobre su regazo y miró hacia la tumba. Su quietud tras cada lectura hacía tiempo que no le producía ningún sentimiento. Durante los primeros años la responsabilidad de la tarea la mantenía alejada de cualquier esperanza; sin embargo, después de que la familia Bleicher abandonase la mansión, todo fue diferente. Cada año, cada mes, cada día que pasaba hacía más evidente que nadie vendría a despertar al Marqués. Al principio la embargaba la tristeza; un tiempo después esta tristeza se convirtió en miedo; el miedo, tras cincuenta años, pasó a transformarse en rabia; y la rabia, después de los primeros doscientos años, dio paso a la indiferencia. Ya habían pasado más de quinientos años y la tumba del Marqués Dietrich Bleicher von Mercklenburg seguía igual de cerrada.

Había intentado abrirla, por supuesto; no obstante, ni sus mayores esfuerzos, aun contando con su fuerza de vampiro, bastaban para mover o destrozar aquella tapa de piedra. El Marqués sabía lo que se hacía cuando la mandó a construir. Obviamente no quería que existiera la posibilidad de que ningún vampiro rival lo acabase matando en su lecho temporal, aun teniéndola a ella para defenderlo.

Margaux cogió aire profundamente y miró a la ya consumida barrita de incienso que descansaba en el interior del jarrón. Necesitaba cambiarla. No soportaba estar allí sin algo que mitigase el olor pétreo y muerto de aquella cripta

Sacó el móvil y revisó la hora.

—Las ocho y veinte —observó. Casi en un impulso miró la fecha, justo arriba de los números que mostraban la hora. 3 de noviembre de 2023.

Era su cumpleaños. Hacía tiempo que había dejado de celebrarlo porque, de algún modo, ya no le encontraba el sentido. Tenía 457 años, pero su aspecto seguía siendo el de una adolescente de doce, la edad con la que la transformaron. No sabía ya cuántas veces había deseado que no lo hubiesen hecho; sin embargo, algo bueno de vivir tantos años era que podía ver como las cosas cambiaban a su alrededor. Cómo la sociedad evolucionaba, así como su dominio sobre la tecnología. Ver el cambio por sí misma era quizás la mejor parte de vivir aquella vida inmortal que no pidió. Aquella vida inmortal en la que se había pasado más de cuatrocientos años vigilando una cripta que parecía que no se abriría nunca.

Era cierto que su cometido no había sido del todo en vano, pues sí que hubo quienes intentaron acabar con el durmiente Marqués, sobre todo tras la marcha de la familia Bleicher; sin embargo, con las décadas, esos ataques fueron menos constantes, hasta el punto de que ya Margaux no tenía siquiera que vigilar el perímetro cada anochecer.

—A la mierda —profirió levantándose del banco y colocando el libro que había leído junto con los demás.

Salió de la cripta sin mirar atrás en ningún momento y cerró la trampilla tan pronto como estuvo fuera. Anochecía. El sol ya había desaparecido hacía rato del horizonte. Se apresuró a entrar en casa y tan solo veinte minutos después salió de allí con un jersey a rayas y un pantalón vaquero de campana con motivos florales. Hacía años que ya no se llevaban, pero hubo un momento en el que dejó de importarle parecer atemporal. En los pies llevaba unos zapatos de tacón añil oscuro que la hacían ver más alta de lo que realmente era, y al hombro le colgaba un bolso rojizo algo menudo en el que le cabía poco más que el móvil, la cartera, barra de labios y un espray de pimienta que llevaba caducado desde 2010. Esto último solo lo tenía por si alguien le revisaba el bolso. Quería parecer una chica normal.

Cruzó la verja que delimitaba el jardín de la derruida mansión Bleicher y cerró con un candado tras de sí. Podía saltar la entrada, por supuesto, pero no quería estropear los pantalones ni los zapatos. Caminó unas tres manzanas hasta que llegó a uno de los pocos Pubs del Distrito de Toul: La Catedral. Había cola, aunque no era demasiado larga. Se colocó justo detrás de un grupo de chicos y chicas que bromeaban sobre un partido de futbol reciente.

Para cuando le tocó a Margaux, el portero del Pub la detuvo antes de que llegase a adelantar un paso. Al levantar la cabeza sus miradas se encontraron. Se trataba de un tipo ancho, con el pelo corto y un vistoso tatuaje junto al ojo. Vestía de forma elegante, pero el traje parecía que reventaría en cualquier momento por la presión de sus músculos. No lo reconoció y eso hizo que la chica mostrase una expresión incómoda que el portero interpretó a su manera.

—¿No eres un poco joven para sitios como este? —preguntó.

—¿Dónde está Olivier? —soltó Margaux en respuesta apretando los labios.

—Olivier se jubiló hace casi un año

Margaux se estremeció ante aquella respuesta ¿Tanto llevaba sin pisar aquel Pub? Ahora que lo miraba más detenidamente sí que advirtió de diferentes cambios que parecían haber realizado, sobre todo en la fachada. El portero carraspeó y se cruzó de brazos, llamando su atención. Cuando su mirada se encontró con la de él, este le señaló con un cabeceo el bolsito rojo que llevaba Margaux al hombro.

La chica sacó la cartera con evidente molestia y de ahí sacó un carné que cedió al nuevo portero.

—“Margaux Clemont” —leyó él.

—Genial, sabes leer. Ahora mira más abajo donde pone “fecha de nacimiento”.

El portero la miró por encima del carné y luego ojeó el documento. Viendo que se demoraba mucho, Margaux se vio obligada a hablar.

—3 de noviembre del 2000. Hoy cumplo veintitrés años.

En realidad, cumplía cuatrocientos cincuenta y siete.

El portero enarcó una ceja con incredulidad.

—¿Veintitrés años? —repitió mirándola de los pies a la cabeza—. Ya te gustaría a ti ¿Saben tus padres que estás aquí?




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