3 de noviembre 2023 d.c. Distrito de Toul (Francia)
—¿Margaux? —preguntó el Marqués.
Jean se giró para mirarlo y luego miró a la chica, al otro lado de la puerta ¿Esa era Margaux? Por algún motivo, en su cabeza se imaginaba a una mujer con un elegante vestido y un delantal, pelo recogido en un moño y una cofia sobre la cabeza. Aquella chica no era más que una preadolescente… estaba muy lejos de parecerse a la imagen que tenía en su mente.
El muchacho supuso que el Marqués y Margaux querrían verse, por lo que abrió la puerta echándose a un lado y dejó que hiciesen contacto visual. El Marqués abrió los ojos como platos en una extraña mezcla entre la sorpresa y el alivio, pero no fue la misma sensación que Jean creyó percibir en la mirada de Margaux. Tenía los ojos entrecerrados, parecía ansiosa, sí, pero también aterrada. Apretaba con fuerza la cuerda del bolso que llevaba al hombro, mientras que con la otra mano jugueteaba con la cremallera. Le recordaba a alguien que estaba a punto de entrar en el despacho del director, a la espera del castigo que sabía que le impondrían.
—Has despertado —observó la chica. Tragó saliva, caminó unos pasos al interior y se detuvo a cierta distancia del Marqués, como si esperara a que le diese alguna clase de permiso para acercarse más. Jean aprovechó para cerrar la puerta tras ella, con los ojos clavados en ambos.
El Marqués la escrutó con detenimiento y con el ceño fruncido, como si algo en ella lo disgustase. No tenía muy claro si se trataba de su vestimenta, claramente diferente, o su peinado, ahora recogido en una coleta además del evidente cambio en el color de las puntas de su cabello. Le pareció que estaba más alta, lo cual resultaba sorprendente e imposible, pero advirtió deprisa que aquello se debía a sus altos zapatos de tacón. El olor que emitía también era diferente, algo más dulce y afrutado, tal y como había percibido antes de que entrase.
—Estáis cambiada —reconoció finalmente.
Margaux se arrebulló en el sitio, como si un escalofrío la hubiese recorrido con aquel comentario y dejó de apretar su bolso para cruzarse de brazos.
—Dado a como vestía y como olía por aquel entonces, diría que eso es un halago —afirmó ella con un suspiro resignado—. La elegancia del siglo XVI está algo sobrevalorada ¿Sabes?
—También vuestra forma de hablar parece haber cambiado —dijo el Marqués entrecerrando los ojos con molestia—. Parecéis algo más… impertinente.
—Pues tú estás igual… más consumido —bromeó, metiendo los carrillos para dentro con el fin de imitar el aspecto que el Marqués presentaba.
—No he podido tomar sangre desde que desperté.
—¿Ni tan siquiera de…?
Margaux arqueó una ceja y se giró hacia el chico que le había abierto la puerta, el cual seguía junto a ella y los miraba con interés. Tenía el pómulo amoratado y, ante su mirada, el muchacho se sobresaltó e hizo como que recolocaba un cuadro que casualmente había visto algo inclinado.
—¿Él es tu proveedor? —la pregunta rezumaba decepción.
—De algún modo mi cuerpo rechaza su sangre —explicó al Marqués ante la interrogante mirada de Margaux.
—¿Cómo es posible? —la chica se giró hacia él algo incrédula—¿Y no has probado la de otras personas?
—Sí. Ni humanos ni animales han servido a ese propósito.
—Que extraño —profirió Margaux—¿Crees que puede ser por haber dormido durante tanto tiempo?
—Es una posibilidad harto probable.
—¡Pero, leí que la sangre tras el despertar es muy importante! Si no tomas nada, aunque solo sea un litro, podrías morir… ¡y esta vez para siempre!
—Soy consciente, Margaux —espetó el Marqués, tratando de tranquilizarla.
La chica se volvió a girar hacia el muchacho.
—¿Y tu proveedor no ha hecho nada al respecto? —preguntó al Marqués sin dejar de mirar al humano.
—Ha hecho lo que ha estado en sus manos, Margaux —la detuvo el Marqués, consciente de la alerta en los ojos del humano—, qué es más de lo que podríamos pedirle siquiera.
—¿A qué te refieres? —preguntó la chica con curiosidad. A Jean incluso le parecía que estaba ofendida por tener que hacerle aquella pregunta.
—Pues porque él no era quien tenía que despertarme —reconoció el Marqués.
La chica volvió de nuevo a mirar al muchacho, pero esta vez sus ojos parecieron atravesarlo por completo. Jean incluso sintió la necesidad de cubrirse la entrepierna y el torso por alguna razón que desconocía.
—Ya que no es quien tenía que despertaros supongo que no es necesario que esté aquí escuchando nuestra conversación PRIVADA ¿Verdad?
—Es que es mi casa —respondió el chico con obviedad.
—Ya, pues ¿Nos harías el favor de irte a otro lugar a jugar con los muñequitos o algo mientras hablamos los mayores? —preguntó con un tono condescendiente tan exagerado que el muchacho no pudo evitar que su rostro mostrase su desacuerdo y su ofensa.
—No soy un niño pequeño, tengo trece años.
—Claro que sí. Eres un niño grande ¿Verdad? —su expresión jocosa y burlona se transformó tan deprisa en una mueca de molestia que provocó en Jean un escalofrío—. Pírate.
El Marqués notó la mirada interrogante de Jean y, aunque no se mostró del todo de acuerdo con el trato que le estaba dando la chica a su proveedor, el vampiro asintió ligeramente. Jean no pareció contento con aquella decisión.
—Está bien, pero no voy a jugar a nada —respondió el muchacho hacia la chica. Al pasar junto al Marqués le dedicó una breve mirada enojada, pero este ni tan siquiera la advirtió, pues aún seguía observando a Margaux.
Cuando Jean llegó hasta donde se encontraban los sillones más alejados se sentó con pesadez e hizo un gesto interrogativo tanto al Marqués como a su acompañante. Ninguno de los dos le ofreció una respuesta, ya fuese afirmativa o negativa, así que supuso que les valía con tenerlo a esa distancia; sin embargo, le sorprendió ver que la chica se acercaba a la puerta del pasillo y la cerraba, dejándolo aún más apartado de la reunión. Aburrido ante la perspectiva de perderse parte de aquella interesante conversación, se giró para mirar hacia la ventana que tenía a su derecha, la cual daba a la calle que había tras el edificio.
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Editado: 02.11.2024