4 de noviembre 2023 d.c. Distrito de Toul (Francia)
Cuando la mano de Jean asió el tirador con forma de cabeza de gato, pudo notar como un extraño frío lo recorría desde la punta de los dedos hasta los pies. ¿Y si no querían verlo? Quizás, ahora que el ama de llaves había aparecido, estaba haciendo el ridículo yendo a visitarlos. Soltó el tirador y se quedó mirándose las manos, donde los difusos cortes que se hizo con las plantas seguían presentes.
Su hermana le había dado una pomada que le alivió gran parte del escozor y le puso hielo en el morado del pómulo, el cual apenas le dolía ya, a menos que se lo tocase. Por suerte su hermana tampoco se molestó demasiado con él por lo de la compra tras ver sus heridas. La historia de que se había caído tratando de esquivar un coche tan solo le costó una corta reprimenda sobre que tenía que mirar antes de cruzar porque la gente iba como loca en los pueblos pequeños como Toul. Su molestia, de hecho, la pagó deprisa con el imaginario conductor de aquel vehículo que supuestamente había estado a punto de atropellar a su hermano.
Jean suspiró al pensar en aquella mentira y en la que le había soltado para que lo dejase salir para ver al vampiro al que había despertado. Pensó entonces en que el Marqués le asintió cuando le había preguntado si se verían al día siguiente ¿Y si le estaba haciendo esperar? Eso le dio la convicción necesaria para agarrar de nuevo el tirador. Se quedó así un rato, con el frío acero en el interior de su puño, hasta que otro pensamiento le asaltó la mente ¿Y si había dicho que sí por compromiso? ¿Estaría siendo una molestia en realidad? Volvió a soltar el tirador.
—Esto es una tontería —se dijo en un susurro, antes de girarse hacia las escaleras para bajar del pequeño porche que hacía de entrada.
Tan pronto como posó un pie en el primer escalón pudo escuchar como la puerta de la mansión se abría a su espalda. Clavado en el sitio, a medio descender, se giró hacia la entrada y advirtió que allí se encontraba Margaux. A pesar de que su cuerpo se hallaba en las sombras del umbral, oculto de los últimos rayos del sol que se perdían en el horizonte, Jean pudo observar que esta vez la chica no iba maquillada y que se estaba lavando los dientes. Sus cabellos despeinados se escapaban de la capucha de lo que sin duda era un pijama de una sola pieza. A Jean le pareció aún más joven que la última vez que la vio, tan maquillada y arreglada como iba entonces, incluso ahora le daba la sensación de que ambos tenían una edad similar. Al fijarse mejor observó que el pijama que vestía la chica era sin duda un “kigurumi”. Estos atuendos de una sola pieza eran de origen japonés y normalmente simulaban el aspecto de algún personaje famoso o un animal, como un conejo o un gato. El que llevaba Margaux le pareció que era un pingüino, pero en cuanto advirtió de que en la capucha que la cubría tenía pequeñas orejitas y colmillos, comprendió que se trataba de un murciélago. Aquello le sacó una risotada involuntaria que no pudo controlar.
La mueca de aburrimiento de la chica le hizo saber que esa reacción no le había sentado bien. Se disponía a cerrar la puerta cuando Jean reaccionó al fin.
—¡Perdón, perdón! —se apresuró a decir subiendo de nuevo al porche—. Es que no te esperaba así vestida…
—Shon lash shiete y mebia be la tarbe —le recordó la chica con hastío, sin sacarse el cepillo de la boca.
—¿Es muy tarde?
—Es muy temprano —corrigió con molestia, cesando su higiene bucal.
—Un momento… —Jean se percató de algo, y su mirada se clavó en el tirador de la puerta entreabierta—. No he llegado a pegar ¿No?
—Te he olido desde que cruzaste la verja… o donde debería de estar la verja al menos —contestó encogiéndose de hombros y volvió a introducirse el cepillo en el carrillo—. Llevo como quinche minutosh aquí be pie eshperanbo a qué llamashesh a la puerta.
Jean se mostró un tanto avergonzado de que eso fuese cierto.
—¿Vash a entrar? —espetó con dureza la chica mientras se cepillaba las muelas del final.
—¡Sí, sí, perdón! —contestó Jean apresurándose a colarse por la abertura que Margaux había dejado.
Las primeras dos cosas que advirtió Jean al entrar fue el fuerte olor a incienso, muy similar al que había percibido en la cripta en la que encontró al vampiro, y la evidente falta de luz, pues apenas veía poco más que las baldosas y una amplia escalera que había al frente, pero cuando Margaux cerró la puerta tras él, la oscuridad fue casi total. Intentó no dejar ver su incomodidad, sin embargo, se hizo del todo evidente en el instante que se sobresaltó al escuchar como alguien caminaba cerca de él.
—Tranquilo, niño, voy a encender la luz, a veces se me olvida que vosotros los humanos estáis cegatos —escuchó que decía Margaux. Unos segundos más tarde vio como la estancia se iluminaba vagamente gracias a las contadas lámparas que había en las paredes y en el techo. Observó que la penumbra se debía a que no todas estaban encendidas, por lo que supuso que la mayoría de aquellas lámparas no tendrían bombillas o estaban rotas. Gracias a la escasa luz pudo ver que se encontraba en un vestíbulo amplio, provisto de una elegante pero ruinosa escalera que se dividía a la derecha y a la izquierda del piso superior. Había una evidente falta de mobiliario y decoración, lo que le hizo pensar que quizás Margaux cuidaba tan poco del interior como del exterior de la vivienda; lo que resultaba extraño, pues, supuestamente, o así lo parecía, la chica vivía allí.
—¿Dónde está el Marqués? —preguntó Jean antes siquiera de pensarlo.
Al mirar hacia Margaux observó que esta lo escrutaba con una ceja enarcada. Seguía cepillándose los dientes, aunque de forma distraída.
—¿Pasa algo? —interrogó Jean algo incómodo.
—Llevas la misma ropa que ayer —comentó señalándole con el cepillo de dientes.
—¿Y qué?
—Que es poco higiénico —contestó con obviedad.
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Editado: 02.11.2024