4 de noviembre 2023 d.c. Distrito de Toul (Francia)
—¿Te duele?
La pregunta pilló a Jean por sorpresa. Su mente aún se encontraba en el Deni’s Tea, del que había vuelto hacía una escasa media hora. Al levantar la cabeza del plato de comida observó que su hermana, al otro lado de la mesa, lo miraba fijamente. Parecía aguardar una respuesta.
—¿El qué? —preguntó Jean.
—Pues el golpe ¿Qué va a ser? —concluyó su hermana mientras proseguía cortándose otro trozo de carne.
Jean se encogió de hombros e hizo una mueca que pretendía ser una respuesta.
—¿Eso es un no? —a Jean le pareció notar algo de impaciencia en el tono de su hermana.
—Solo un poco —contestó el chico con agotamiento—. Cuando me toco, sobre todo.
—Yo te lo veo mejor, procura echarte la crema antiinflamatoria ¿Vale?
—Que sí.
Tras aquella respuesta se hizo un silencio que dio a Jean la oportunidad de desviar la mirada hacia su teléfono, el cual había dejado junto a su plato de comida. Él y Margaux habían intercambiado sus números por si el Marqués lo requería, pero no le había llegado ningún mensaje desde entonces. Era cierto que solo había pasado menos de una hora, pero… ¿Y si tenía el móvil en modo avión? Pulsó un botón en el lateral del dispositivo para encender la pantalla, pero tan solo encontró un cuadro de información irrelevante sobre el clima que haría, lo cual no le interesaba y no sabía cómo desactivar. Vio en el lado superior del teléfono las cuatro barras de cobertura y las dos flechas que simbolizaban que el móvil tenía internet y que, por lo tanto, no estaba en modo avión.
—Jean ¿Qué te he dicho del móvil en la mesa?
—Estoy mirando si lloverá mañana —contestó el chico de inmediato, pero no llegó a alzar la cabeza cuando lo sorprendió ver como la mano de su hermana alcanzaba el dispositivo y se lo llevaba. Jean tan solo pudo observar con impotencia como su hermana colocaba el teléfono en una de las últimas baldas de una estantería cercana a la que él, por supuesto, no llegaba—¡Eh!
—Ahí se queda hasta que termines de comer —sentenció mientras volvía a tomar asiento.
—Vamos, Cami, ya no soy un niño pequeño —pidió Jean con indignación. La expresión digna de su hermana lo hizo gruñir con exasperación—. No es justo ¿Y si me llega un mensaje importante?
—¿A las once de la noche? —su duda era tan evidente que Jean sintió como la vergüenza le encendía el rostro—. Ahora tus amigos son vampiros ¿O qué?
Jean procuró que su expresión no delatase aquella afirmación; sin embargo, aunque era cierto que no quería que su hermana se enterase, tenía la ligera sensación de que, incluso si se lo contaba todo, no le creería. Con resignación, dejó que un suspiro emergiese de su pecho y continuó comiendo.
—Hoy has venido más pronto —comentó el chico, rompiendo el silencio que se había formado entre ambos.
—Me ha traído Charlotte —la evidente mueca forzada de desagrado en el rostro de Jean hizo que la chica soltase una carcajada antes de añadir—. Sí, ya sé que no te cae bien.
—Es que fuma mucho… Siempre llegas apestando a tabaco cuando vienes en su coche.
—Y por eso me he duchado nada más llegar —contestó acomodando en sus manos las dos gruesas trenzas que caían a cada lado de su rostro. Su cabello oscuro, rizado y esponjoso era el mismo que Jean recordaba haber visto en su padre—, para que mi querido hermanito no tenga de qué quejarse.
—Me subestimas —dijo el muchacho con orgullo—. Yo siempre tengo de qué quejarme.
—¿Estás seguro de que el coche de ayer no pretendía atropellarte a propósito?
Jean, a pesar de la ofensa, no pudo contener la carcajada. Se rio junto a su hermana durante largo rato, hasta que hallaron otro tema de conversación. Cuando acabaron de comer, comenzaron juntos a recoger la mesa.
—¿Qué hiciste hoy? —preguntó Cami mientras tiraba los pocos restos de su plato a la basura.
Jean sabía que esa no era la pregunta que su hermana le estaba haciendo en realidad, por lo que no pudo evitar poner los ojos en blanco, aprovechando que no lo miraba.
—No me pongas caras, que te conozco —espetó la chica sin siquiera girarse para mirarlo.
Jean, por su parte, se había quedado paralizado en el sitio.
—No lo he hecho.
—Sí que lo has hecho. Te conozco como si te hubiera parido.
Jean notó que se le encendía el rostro y se apresuró a terminar de recoger los vasos para acabar cuanto antes con aquella conversación.
—Fui por ahí con unos amigos —contestó el muchacho al tiempo que dejaba los vidrios en el fregadero. Pudo notar la mirada de reojo de su hermana clavándose en su sien—. No, Cami, no los conoces.
—Puede que sí que los conozca, pero tú no sabes que los conozco. Toul no es muy grande que digamos.
—Te aseguro que a estos no los conoces.
—Venga, a ver ¿Cómo se llaman?
—Bueno, pues… —Jean apretó los labios con frustración, reprochándose a sí mismo el haber caído en el juego de su hermana—… uno es alemán.
—¿Alemán? —repitió extrañada, saliendo de la cocina para recoger lo poco que quedaba en la mesa.
—Es un estudiante de intercambio —se apresuró a contestar Jean.
—No sabía que aquí se hacía de eso.
—Pues ya ves… y la otra se llama Margaux.
Cuando Cami regresó con el mantel enganchado en el brazo, Jean pudo ver que una sonrisa sugerente le iluminaba el rostro.
—¿Qué? —espetó Jean, aunque ya conocía la respuesta.
—¿Una chica? ¿Debería preocuparme? —preguntó divertida acompañando sus palabras con un poco sutil levantamiento de cejas.
—No, Cami. Margaux es muy mayor para mí.
—¿Es de ella de quien esperas esos “mensajes importantes”? —prosiguió la chica sin perder la sugerente sonrisa. Jean supuso que su hermana lo había ignorado deliberadamente.
“Lo cierto es que sí”, pensó.
—¿Podemos terminar con esta conversación? —decidió decir Jean—. Tengo que ir a estudiar.
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Editado: 02.11.2024