Un Bloody Mary, por favor

Capítulo 7 - Espejo oscuro

6 de noviembre 2023 d.c. Distrito de Toul (Francia)

—¿Lo llevas todo? —preguntó Camille, la hermana de Jean, mientras revisaba al chico de arriba abajo, comprobando si, al menos en apariencia, se lo veía preparado. El muchacho llevaba una sudadera de color blanco con tribales rojos en las mangas y unos pantalones vaqueros tan oscuros que parecían negros. Sus zapatillas eran un tanto más llamativas, de hecho, Camille sabía que eran las favoritas de su hermano porque se las había firmado un jugador de baloncesto francés al que el chico admiraba, a pesar de que a él no le gustaba demasiado ese deporte. Por lo visto, además de dedicarse profesionalmente al baloncesto, aquel jugador también era “influencer”, o algo por el estilo, y a Jean le gustaban sus vídeos.

Al mirar de nuevo a su hermano se encontró con una prepotente expresión de escarnio que la sobresaltó.

—¿Qué pasa? —se quejó Camille al tiempo que le ajustaba disimuladamente los tirantes de la mochila que el muchacho llevaba colgada a la espalda—¿No puedo preocuparme un poquito?

—Que sólo me voy a quedar una noche en casa de un amigo —le recordó Jean. Trató de parecer tranquilizador, pero aquello ya lo había dicho como cinco veces en lo que iba de día desde el momento en el que recibió el mensaje.

Margaux le contó que el Marqués quería ver unas “pelis” en el espejo oscuro ahora que sabía cómo funcionaba. Este, además, había insistido en que Jean estuviese presente, porque, según había dicho: “Así sería más divertido”. Lo que extrañó al chico fue que la vampira le habló desde un número de teléfono diferente al cual él tenía registrado. Cuando Jean preguntó al respecto Margaux se justificó diciendo que quizás le había dado su antiguo número por equivocación, pues hacía poco que se había cambiado de teléfono. Agregó, además, que lo hacía habitualmente por eso de que es una preadolescente que nunca cambia de aspecto.

A Jean le sonó a excusa, convencido de que la chica le había dado el número de teléfono equivocado a propósito; sin embargo, tampoco quiso tenerlo especialmente en cuenta pues ahora ya tenía el verdadero y podría comunicarse con el Marqués, aunque fuese a través de la impertinente Margaux.

—Ya sé que solo es una noche, pero al menos podrías decirme donde viven esos amigos tuyos —protestó Camille.

—No te lo digo porque…

—… porque podría aparecer de improvisto para ver cómo estás y eso te cortaría el rollo ¡Ya lo sé! —completó la frase la hermana.

—No tienes de qué preocuparte —de nuevo intentó sonar tranquilizador.

—Eso lo decido yo —espetó ella—. Recuerda echarte la crema antiinflamatoria en el morado y lavarte los dientes antes de acostarte ¡Que anoche no lo hiciste!

La expresión delatora de Jean fue suficiente como para que Camille prosiguiese con su retahíla.

—Moví el cepillo de posición y vi que seguía igual por la mañana —confesó con una sonrisa orgullosa.

—Cami, eso es… —Jean se quedó en blanco en busca de una palabra adecuada que describiese tan escalofriante revelación—. Bueno, no sé qué es, pero… ES.

—Será lo que tú quieras, pero ha hecho su función —contestó con expresión digna—. Y no te quepa duda de que volveré a hacerlo.

—Cami, me estás asustando —dijo Jean mientras se acercaba a la puerta y se disponía a abrirla. A pesar de lo que le había dicho y de su evidente expresión preocupada, el atisbo de una sonrisa le curvaba la comisura izquierda de sus labios—. Tienes que hablar con un profesional ¿Eh?

—Tú procura lavarte los dientes la próxima vez —concluyó con amenaza al advertir que su hermano estaba a punto de abrir la puerta. En cuanto vio que salía por ella intercambiaron una rápida despedida que sumió el pequeño vestíbulo de la casa en un silencio sobrecogedor. Camille dejó ir un suspiro que llevaba guardando largo rato, y la sonrisa divertida que esbozaba por la previa conversación fue desapareciendo hasta convertirse en una mueca de verdadera preocupación.

Jean aún se sorprendía de que su hermana lo hubiese dejado quedarse en la mansión del Marqués a pasar la noche; no obstante, quien no fue consciente de lo que eso implicaba hasta que salió de casa fue él. A decir verdad, Jean había accedido a verlos porque la noche para ellos, los vampiros, era como el día para él; sin embargo, el muchacho descubrió que no se sentía del todo listo para mantenerse despierto durante tantas horas, por lo que, en algún momento, con toda seguridad, tendría que dormir, sobre todo porque tenía instituto al día siguiente y no quería ir pareciendo un zombi. Jean sabía que quedarse o no a dormir no sería un detalle para tener en cuenta de no ser porque lo haría en una casa habitada por dos vampiros… bueno, por uno y medio, pues el recién resucitado Marqués tan solo podía beber zumo de tomate.

Lo cierto era que Jean sí que había trasnochado alguna vez, viendo pelis de miedo o jugando a videojuegos, por lo que, o al menos así lo creía, si se lo proponía tenía la esperanza poder mantenerse despierto toda la noche. No tendría que ser tan difícil… ¿No? Ya lo había hecho antes…

Por si acaso, se desvió de su trayecto para pasar a comprar un par de latas de refrescos de cola, los cuales tenían mucho azúcar y un alto porcentaje de cafeína. Serían su plan de emergencia, pues a Jean no le gustaban demasiado las bebidas con burbujitas. Sentía que le rajaban la garganta al tragar y le resultaba muy desagradable.

Cuando llegó a la mansión atisbó que la puerta de hierro del muro volvía a estar en sus bisagras, aunque ya no las cerraba la gruesa cadena que vio la primera vez. Abrió la verja con un ligero empujón y caminó hasta la mansión poniendo cierta atención en cualquier otro cambio que hubiesen hecho desde la llegada del Marqués. Salvo por la ausencia de las capas de hojas que antes cubrían el camino no le pareció apreciar de ningún otro cambio hasta que se vio frente a la puerta de la mansión.




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