Después de lo ocurrido, Jean se quedó charlando con el vampiro durante lo que restó de noche. Ahora que volvían a estar solos, sin la constante presencia de Margaux, el chico sintió una especie de euforia recorriéndole el pecho. Al principio el muchacho quiso abordar el tema del cual hablaba el vampiro con Margaux, pero decidió hacer justo lo contrario y le comenzó a preguntar acerca de su vida pasada. Descubrió así que la estirpe que gobernaba Dietrich tenía unas férreas normas, como, por ejemplo, para convertir a un humano en uno de ellos: No solo no aceptaban a cualquiera, sino que, además, castigaban con dureza a aquellos que convertían a alguien sin el consentimiento previo de la estirpe. Le sorprendió ver que se trataba de una sociedad bien estructurada y que, por lo que pudo advertir, se había desmoronado en algún punto durante la ausencia de su legítimo líder.
Al ver que el tema lo ofuscaba y apenaba a partes iguales, Jean lo evitó ligeramente y le preguntó sobre algunas de sus experiencias de mayor interés allá por el siglo XV o XVI. Aquello ilusionó al vampiro, pero Jean descubrió que la mayoría de las anécdotas que Dietrich contaba estaban relacionadas con su influencia dentro de la política de la época y, salvo algún que otro detalle en los que su vampirismo estuvo implicado, Jean temió acabar de nuevo en el mundo de los sueños. Para evitarlo, aunque en el fondo deseaba quedarse sopa cada vez que el vampiro pronunciaba “Carlos IV”, se abrió otra lata de refresco y comenzó a apuntar en su libreta los pocos detalles que llamaban su atención de lo que fuese que le contase a cada rato, pues, para colmo, resultaba que Dietrich cambiaba de tema con tanta facilidad que Jean se vio obligado a advertirle, en más de una ocasión, de que se había perdido.
En algún punto de la noche, entre anécdota y anécdota, Jean estuvo tentado de interrumpir a Dietrich con el tema de Cassian, pero se resignó al comprobar, con cierta ternura, que el vampiro de veras disfrutaba contándole todas aquellas historias, como si llevase décadas, o incluso siglos, queriendo encontrar a alguien a quien narrarle sus inquietudes acerca de su muy extenso pasado. Así pues, aunque deseaba tomar el consejo de su hermana y quedarse dormido a partes iguales, Jean acabó evadiendo el tema de Cassian y lo sustituyó por alguna que otra pregunta circunstancial sobre algo que realmente no le interesaba.
Tras eso llegó el amanecer y Jean volvió a casa, consciente de que tenía que ir al instituto y apenas había dormido.
11 de noviembre 2023 d.c. Distrito de Toul (Francia)
Jean estuvo cinco días sin noticias sobre ninguno de los dos vampiros. A menudo miraba el móvil, sobre todo en horario vespertino, que era cuando los inmortales estarían despiertos, pero comprobaba decepcionado que no le había llegado ningún mensaje de Margaux. Ni de nadie en realidad. El segundo día que estuvo sin noticias, de hecho, Jean decidió tomar la iniciativa y preguntó a través de la aplicación de mensajería qué tal estaban; sin embargo, la chica, aunque sí que había leído el mensaje horas más tarde de que él lo enviase, no contestó, ni tan siquiera con un emoji de pulgar hacia arriba, algo que, si Jean era sincero, era lo que esperaba de ella. Día a día volvía a casa con la esperanza incluso de encontrar al Marqués… o sea, al vampiro, en la puerta de su casa. En cierto modo sabía que esto no ocurriría, no solo porque siempre que volvía era de día, sino porque dudaba que el vampiro, respetándole como lo había hecho hasta ahora, se arriesgase a ser visto por su hermana.
Se planteó el hacerles una visita sorpresa en su mansión, pero tampoco quería ser un estorbo cuando en realidad ni le habían invitado ni parecían echarlo en falta. Jean apenas prestaba demasiada atención en el instituto, pues se evadía estudiando su libreta durante las largas horas que duraba cada clase. A colación del lugar de estudio, huelga decir que el chico descubrió que, tras lo ocurrido la noche en la que despertó al vampiro, su abusón Carlo ya no le dirigía siquiera la mirada en el instituto e incluso llegaba a rodearle de forma poco disimulada, o incluso cambiaba de ruta, si daba la casualidad de que caminaban por el mismo pasillo. Jean, lejos de sentirse incómodo, más allá de las preguntas que aquel comportamiento extraño pudiera generar entre el resto de los alumnos, se alegró de que aquel chaval, después de años acosándolo, por fin hubiese decidido dejar de molestarlo.
A pesar de la calma, su vida había cambiado, y eso era un hecho. La libreta en la que había apuntado las características de los vampiros unas noches atrás, y que luego completó con los detalles de otras criaturas de carácter “sobrenatural”, como los hombres lobo, por ejemplo, estaba llena de correcciones y cambios que se prometía pasar a limpio algún día. Pero tras cinco días sin noticias, Jean se había resignado al respecto y desde hacía dos días la libreta descansaba en el primer cajón de su escritorio.
Cuando introdujo la llave en la cerradura de la puerta de su casa, dispuesto a entrar, sabía que existía la posibilidad de encontrarse con Camille en el interior, dado que ella tenía el día libre los sábados, por lo que, tan pronto como abrió la puerta, saludó en voz alta con cierta costumbre.
—¡Hola!
Cerró tras de sí y esperó.
—¿Hola? —alzó la voz de nuevo.
No recibió respuesta.
El silencio le causó un cosquilleo en el estómago. Caminó hasta el salón, escrutando la quietud, y dejó caer su maleta en el suelo, junto al sofá. Sabía que su hermana se quejaría si la veía ahí cuando volviese de donde fuese que hubiese ido, pero Jean juró para sus adentros que ya la quitaría de allí cuando descansase un rato. Se dejó caer en el sillón y se preguntó si hacer los deberes o encender la consola y echarse una partidita rápida a algo. Aquella disyuntiva se vio interrumpida por el inequívoco y corto sonido melódico de su teléfono móvil. Rápidamente, sacó el dispositivo de su bolsillo, creyendo que podría tratarse de Camille, pero al encender la pantalla pudo ver una notificación en la aplicación de mensajería instantánea.
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Editado: 02.11.2024