Jean y Margaux se acabaron sentando en un banco circular cercano al lugar de encuentro, pero tan alejados el uno del otro que se notaba cierto ambiente enrarecido entre ambos. Habían pasado así largo rato desde que Dietrich les echó de la tienda, y mientras que Jean se mostraba taciturno y reflexivo sobre lo que había ocurrido, encogido y con las manos metidas en el interior de su sudadera; Margaux parecía estar distraída con su teléfono móvil, como si el tema no le importase o incluso ya se le hubiese olvidado.
Jean la miraba de cuando en cuando. Un par de mechones castaños se escapaban del gorro de lana que llevaba la chica y le ocultaban parcialmente el rostro. Volvía a estar maquillada, así que, de nuevo, parecía mayor que él. Jean quiso preguntar al respecto, pero, aunque abrió la boca, volvió a cerrarla sin llegar a decir nada ¿A quién pretendía engañar? No le interesaba en absoluto y, en cierto modo, sabía la respuesta. Solo quería llenar el silencio incómodo que los separaba desde que salieron de la tienda.
—¿Qué miras tanto? —preguntó Margaux sin levantar los ojos del móvil.
Aquello sobresaltó a Jean, pero supo recomponerse.
—¿Qué haces?
—Nada que te importe —espetó con dureza.
Jean dejó escapar un silencioso suspiro. Por como deslizaba Margaux el dedo pulgar sobre su teléfono, de abajo a arriba, Jean sabía que la chica estaría mirando alguna red social, pero, como apenas se detenía unos segundos en cada publicación, entendió que lo que veía no le interesaba lo más mínimo.
—¿Por qué eres así conmigo? —se atrevió a preguntar el muchacho.
—¿Así como? —contestó levantando las cejas, pero sin girarse hacia él. Seguía trasteando en el móvil.
—Eres borde y desagradable—soltó Jean, con cierta aprensión que trató de disimular, pues reconocerlo en voz alta lo hacía sentir muy vulnerable—. Yo no te he hecho nada malo.
Aquello pareció hacer gracia a Margaux.
—Pues qué bien —soltó sonriente.
—Yo sólo desperté al Marqués sin…
—No es Marqués —interrumpió Margaux con sorna.
Jean convino agotado y prosiguió.
—Bueno, sí, vale. Yo sólo desperté a Dietrich sin querer y luego lo llevé a mi casa porque él tenía hambre y mi sangre no le valía, incluso después de que le di un filete de ternera que rechazó de mala forma, pero entiendo que lo hiciese… bueno, me parece normal que se portase así conmigo al principio ¿Sabes?
Margaux no contestó, seguía mirando su teléfono. Jean no sabía siquiera si le estaba escuchando realmente, pero ya no le importaba.
—Pero tú no —continuó Jean—. Tú no has parado de hablarme mal en ningún momento.
—La gente no siempre te va a hablar como tú quieras que te hablen —espetó Margaux, dirigiéndole una sutil mirada de soslayo. La primera que le había dedicado desde que el vampiro los había echado de la tienda de móviles—. Será mejor que te acostumbres. Tampoco vivirás mucho como para pasarte tu existencia así de amargado.
—Habló de estar amargado la reina de la amargura.
—Tus infantiles comentarios me resultan más graciosos que hirientes, que lo sepas —comentó Margaux con una sonrisa—. Mira, niño, si no te gusta cómo te hablo eres libre de marcharte
—¿Cómo hizo contigo toda la familia de Dietrich? —preguntó Jean entrecerrando los ojos con malicia y un fuerte nudo oprimiéndole el pecho—. Quizás por eso se fueron TODOS a España y te dejaron sola en esa mansión ruinosa. Porque ninguno de ellos te soportaba.
La expresión de Margaux cambió de forma tan drástica que sacó una sonrisa victoriosa a Jean. No obstante, a pesar del orgullo que lo llenó por unos instantes, no tardó en advertir que se sentía tan arrepentido como culpable por haberla golpeado tan bajo con aquel comentario.
—Lo… lo siento —comenzó a decir—… no quería…
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Margaux. Estaba alterada, pero ya no miraba a su teléfono.
—Dietrich me lo contó, que todos se fueron y te dejaron a ti en la mansión protegiendo la tumba y…
—Eso no ¿Cómo sabes que se marcharon a España? —reformuló Margaux muy lentamente.
Jean estaba confuso, y no se esforzó demasiado por ocultarlo.
—Pues buscando por Internet —contestó dubitativo y con cierta obviedad—. Me costó porque había muchas páginas raras, pero…
—¿Qué más sabes? —Margaux se levantó y se quedó frente a Jean, estaba tan nerviosa que, por primera vez, Jean se sintió amenazado.
—Pues… no sé… que los Bleicher montaron una empresa de coches o algo así allí en España y que ahora Cassian creo que se llama Derek, o algo así, aunque bueno, de eso hace ya cien años, así que a lo mejor ya no...
Los ojos de Margaux se fueron tornando de color rojo, tal y como había observado que brillaban los del otro vampiro cuando se enfadaba.
—No entiendo ¿Qué pasa? ¿Qué he hecho ahora? —preguntó apresuradamente Jean con un hilo de voz.
—¿Lo sabe Dietrich? —interrogó Margaux, poniendo cuidado a cada sílaba.
—No sé, supongo que sí ¿No? —intuyó Jean, lo que pareció enfadar a la vampira.
Entonces lo comprendió, y toda la incertidumbre que sentía se transformó rápidamente en evidente estupefacción.
—No lo sabe —adivinó Jean. Margaux no lo afirmó ni lo desmintió, pero precisamente eso fue lo que se lo confirmó—¿Por qué no lo sabe? Margaux, se trata de su familia, tendríamos que decírselo.
El chico se fue a incorporar, pero la vampira lo agarró rápidamente del brazo y tiró de él para volver a sentarlo en el banco. Antes de que el humano se atreviese a intentarlo de nuevo, lo aferró con una mano por los carrillos y lo acercó para mirarlo directamente a los ojos.
— Escúchame bien, niño —musitó con fiereza la vampira a tan solo un palmo de Jean—. Aquí no hay un “tendríamos” y no hay un “nosotros”. Tú no vas a hacer nada ni vas a decir nada a Dietrich de nada que yo no te diga que debas hacer o decir. Como yo me entere de que se te ocurre, se te pasa por la cabeza o tienes la MÍNIMA intención de pronunciar España y Cassian en la misma frase de nuevo te hago tragar esa libreta de friki en la que sé que apuntas nuestras cosas de vampiros, hoja por hoja y anilla incluida. Hasta el boli de cuatro colores con el que escribes ¿Estamos?
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Editado: 02.11.2024