Margaux optó por ser todo lo sincera que pudo, teniendo en cuenta que había cosas que no quería contar a Dietrich y que había presente dos humanas que no parecían tener idea de la existencia de nada “sobrenatural”. Charlotte se ofreció a mirar en el aparcamiento, así de camino dejaba en el coche lo que había comprado con su amiga, Dietrich por su parte buscó a Jean por el pasillo por el que se había marchado, según Margaux, mientras que esta trató de buscar al chico por el tramo opuesto. Camille se quedó en la entrada por si volvía a aparecer, realizando una llamada telefónica tras otra a su hermano, a la espera de que en alguna de ellas no saltase el buzón de voz.
Margaux probó a seguir el rastro del chico, pero, a pesar de lo que le había dicho al niño humano sobre su falta de higiene, la realidad era que Jean apenas dejaba un olor apreciable en el aire, lo que hacía muy complicado hallarlo entre la amalgama de hedores que flotaba en el ambiente. Pasó por entre una decena de clientes del centro comercial, todos con aromas diversos y únicos que la fueron confundiendo y asqueando a partes iguales. Después de revisar alguna que otra tienda que no le era posible escrutar desde fuera, acabó llegando hasta la zona más alejada a la entrada, donde un cartel llamó su atención.
—¿“ZulGame”? Vaya, no sabía que habían abierto aquí una tienda de videojuegos —se dijo.
Nada más cruzar las puertas automáticas le sobrevino una combinación de olores que fue para ella como un gancho de derecha directamente contra su nariz. Una sutil mezcla de sudor, colonia barata, pies y algo que no lograba identificar se fundía en el aire como una brumosa niebla que estaba segura de que solo ella podía percibir; sin embargo, entre todos esos olores que chocaban y se dividían en el espacio de aquel local, logró distinguir el sutil aroma de Jean. Con un gruñido de fastidio se tapó la nariz y se adentró en la tienda, con la esperanza de que aquel hedor no se le pegase a la piel. De igual modo, tenía muy claro que usaría sí o sí el estropajo de la cocina durante la ducha que de seguro se daría al volver a la mansión.
El local, por suerte, no era demasiado grande, por lo que tan solo tuvo que pasar por dos pasillos repletos de carátulas hasta que halló al muchacho humano. Por alguna razón que no quiso explorar, una mezcla de alivio y molestia se arremolinó en su pecho al ver que Jean estaba bien. El chico no fue consciente de su presencia, pues se encontraba mirando una cesta enorme en la que parecía haber, bien dispuestos y en fila, videojuegos de segunda mano a un precio más reducido del que tendrían, por supuesto, de adquirirlos con la carátula precintada. Observó que Jean parecía estar muy concentrado en dicha inspección, no como si buscase algo en concreto, sino como si esperara encontrar en esos juegos cualquier detalle que llamase su atención. Pasaba las carátulas de una en una con los dedos y, si el título de alguno captaba su interés, lo sacaba de su fila y le escrutaba la parte de atrás. Miraba uno de dinosaurios en el momento que se giró y dio un bote al advertir de la presencia de Margaux.
—¡Joder! Qué susto —alzó la voz el chico—¿Qué haces ahí plantada como un fantasma?
—Te estaba buscando, obviamente. Tu hermana está preocupada —comentó Margaux con molestia.
Aunque esperaba una respuesta, vio que Jean miraba de nuevo hacia la cesta con videojuegos.
—Mi hermana ya sabe dónde estoy —dijo el muchacho sacando el teléfono móvil para mostrárselo, reafirmando su apunte—. Le dije que me esperarais unos minutos.
—¿Por qué no cogiste sus primeras llamadas? —preguntó la vampira cruzándose de brazos—. Me habría evitado el tener que venir hasta aquí y oler el pestazo a friki que hay concentrado en este sitio.
—Primero: Yo no te he pedido que vengas —contestó Jean sin mirar hacia ella, continuando con su concienzudo escrutinio de la cesta—. Y segundo: No sé si te has fijado, pero aquí apenas hay cobertura.
Margaux sacó su móvil de su bolso, un tanto escéptica, y corroboró con fastidio que el humano estaba en lo cierto. Poco satisfecha por tener que darle la razón, se acercó al lugar en el que estaba Jean y, sin hacer ningún comentario, se puso a mirar con él la cesta de videojuegos desde el otro lado. El muchacho, aunque se mostró confuso, sentía que el silencio flotaba pesado entre ellos y no se atrevió a romperlo, por lo que no le dedicó a la chica más que una comedida mirada. De pronto esta sacó un videojuego de entre la fila que inspeccionaba y lo dejó frente a él. Irónicamente, se trataba de uno de vampiros al que Jean ya había jugado hacía tiempo y con el cual relacionó a Dietrich la primera vez que lo vio: Castlevania.
—Este me gusta —soltó Margaux.
—Después de lo que has dicho de los frikis…. no te hacía de las que juegan a videojuegos.
—Tengo algunas consolas en mi cuarto —confesó con una media sonrisa—¿Has jugado a este?
—Sí, aunque no me lo he pasado.
El pesado silencio volvió a presentarse entre ambos, así que Margaux decidió recuperar el videojuego y devolverlo al hueco del que lo había sacado. Jean no le dijo nada más al respecto y prosiguió con su distraída búsqueda. Su mirada navegó por diferentes títulos que conocía pero que no había llegado a jugar nunca; algunos, de hecho, pertenecían a la primera tanda de juegos que salieron al mercado para la consola que él tenía, por lo que pudo apreciar, al mirar el reverso de algunos de ellos, que las diferencias en los gráficos eran evidentes. Tenía dinero suficiente para comprar cualquiera de aquellos videojuegos de segunda mano, pero ninguno lo convencía demasiado, en parte porque no sabía qué buscaba.
—Lo bueno de ser inmortal es que he podido jugar a todas las consolas existentes —soltó Margaux de pronto—. La Sega Megadrive fue mi favorita.
Jean le dedicó una corta mirada antes de seguir con su escrutinio de las carátulas que había en la cesta.
—No creo que estés aquí para hablar de videojuegos.
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Editado: 02.11.2024