Más tarde, el señor Collins regresó a casa con gran alborozo. El burro tenía una mirada muy dulce, parecía ser verdaderamente muy manso y se dejaba adiestrar por él. Los niños al verlo, lo amaron al instante y corrieron a abrazarlo y llenarlo de caricias.
—¡Qué bonito burro, papi! —exclamó la pequeña Samantha.
—Aún no tenía nombre cuando lo compré —explicó pensativo el señor Collins.
—¿Y si lo llamamos burrito de Belén? —preguntó la niña, mirándolo con dulzura.
—¡No! ¡Yo quiero que se llame Rodolfo como el reno! —protestó Russell, con disgusto.
—¡Le llamaremos Angelus! ¡Y fin de la discusión, niños míos! —decretó el padre.
Vino la hora de la cena, y al sentir el aroma de los panecillos recién horneados, el burro no cesaba de rebuznar y rebuznar en altísima voz, como si reclamase por algún pesar o quisiera escapar muy lejos de allí. El padre, inquieto, se levantó de la mesa y lo observó por la ventana.
—Esta noche no habrá alimento, mi querido burro. Quizás mañana haya suficiente comida para todos —dijo entristecido y cabizbajo. Pero el burro rebuznaba cada vez más y más.
—¡Ay, no! ¡Papi, papi! ¡Creo que el burrito está llorando...! ¡Ha de tener una profunda tristeza!
Enseguida el padre salió con gran agitación a ver qué le sucedía y le vio patear y patear el humilde establo con enorme disgusto. Nadie entendía por qué el burro Angelus lloraba tanto y sin cesar.
—Qué extraño... No tienes ni una sola pata lastimada. ¿Por qué lloras, burrito?
El padre no cesó de buscar la causa de su llanto hasta que la niña se percató de qué le ocurría en verdad, y entonces exclamó—:
—¡Papi, papi! ¡Mira! ¡El burrito tiene dos jorobitas hinchadas y enrojecidas en su espalda!
—No son jorobas, mi niña —explicó.
—Entonces, ¿qué son?
—¡Nuestro burro tiene alas, hija mía! ¡En verdad a nuestro Angelus le están creciendo alas! —exclamó con gran emoción.
—¡Mi burrito podrá volar! ¡Podrá volar muy alto! —gritaba jubilosa la niña dando vueltas y vueltas de felicidad.
En tanto Russell acariciaba las pequeñas jorobas del burro, pensaba en agradecer a Dios por su regalo, aguardando muy esperanzado de que pronto las jorobas hinchadas de Angelus sanaran y mudaran de color.
Al cabo de tres días; las alas le habían brotado por fin y le iban creciendo todavía más. Sus alas eran blancas por fuera y grisáceas por debajo. Habían crecido tan fuertes y bellas, tanto así que ya lograba dar pequeños trotes y brincos intentando volar. Al cabo de una semana, el pelaje del burro había mudado de gris a pequeños brotes de pelo color marrón.
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Editado: 11.01.2024