Un Caballero para Lilian

CAPÍTULO 3

No era para aumentar sus riquezas con nuevos socios lo que Eric le quería comentar tan urgentemente, y por lo cual le obligó a ir a ese baile. Era un asunto sobre el matrimonio.

Pestañeó sin poder creerse el disparate que su amigo le había dicho. Miró hacia sus espaldas esperando ver a otro Andrew allí, pero no, debía de haber un error. Miró a James y con sólo notar sus ojos bien abiertos por la sorpresa, supo que Eric hablaba totalmente enserio.

Aun así, no podía creer que su amigo le proponía… suplicaba o exigía más bien, casarse con la señorita Lilian Gallagher, su hermana. Pero allí estaba él, parado frente suyo con la desesperación en su mirada azulada, todo para conseguirle un marido a la joven.

—¿Qué dijiste? —preguntó por fin y James, quien aguantó en estar en silencio, se mostró hastiado por la lentitud que el duque presentaba.

—Lo escuchaste bien, Andrew —dijo este mientras Eric asentía—. ¿Te casarás con la señorita Lilian sí o no?

—¿Yo?

—Que alguien me dé paciencia —rogó James masajeándose la sien. Si bien no necesitaba esa ayuda, entendía la situación crítica de Eric y sobre todo el de la señorita Lilian, quien en ese momento bailaba una pieza con…

Oh no.

No, no, no, no.

Se restregó los ojos de manera poco educada, pero estos no le fallaban.

Lilian bailaba con Lord Russell, el Conde de Portland. Debía de avisarle a Eric.

—¿Qué te pasa, Andrew? ¿Bebiste algo? ¿Le diste…? —tomó bruscamente del brazo a James para llamar su atención— ¿Tú le diste algo?

—¿Qué? ¡No! —se soltó del agarre— De hecho, deberías de ver…

—Entonces, ¿cuántas veces debo proponértelo, Andrew? —interrumpió Eric y en su desesperación, ignoró por completo al pelirrojo que buscaba llamar su atención, aunque su voz apenas se escuchaba.

Andrew guardó silencio, sintiendo su corazón latir como un loco contra su pecho. Estaba pasando. Eric, por alguna extraña razón, había descubierto los sentimientos que tan celosamente ocultaba y no sabía si sentir alegría por ello… o espanto.

Él casarse… y con Lilian.

Eric, el hermano sobreprotector, se lo proponía…

Esto era difícil de creer.

—Escucha —suspiró Eric con cansancio, había esperado otra reacción por parte del duque, no… esta—, hablé con mi padre y él puede aceptar que seas tú quien desposes a mi hermana.

—Caballeros… —James hizo otro intento de llamar la atención.

—Sé que le tienes afecto a mi hermana —Andrew temió no volver a respirar luego de esa revelación—. Lo sé por años y sé que cuidarías bien de ella…

—¿Tú lo sabes? —interrumpió con preocupación— ¿D-Desde cuándo?

—Desde el principio —que Eric le confirmara eso, le hizo volver a recordar el momento en que vio por primera vez a Lilian en su jardín, acariciando un gato con dulzura, sin preocuparse por tartamudear.

La había visto tan tierna que no quiso espantarla con su fealdad, por lo que a partir de entonces se escondía cuando sabía que ella se encontraba en la misma habitación o simplemente utilizaba la máscara que su padre llevaba a algunos bailes, la cual terminó por romperse por el desgaste, y le había hecho un retrato con carboncillo que hasta el día de hoy mantenía oculto. Le avergonzaba soñar con algo tan imposible, con alguien a quien no volvería a ver pese a ser mejor amigo de su hermano, pero no podía evitarlo. Llevaba ya cuatro años pensando en ella.

En consecuencia, apenas pudo despedirse de su padre sino hasta el momento del entierro o durante la madrugada, donde su deseo volvió a crecer en su corazón: quería sentirse amado. Y Lilian le inspiraba tal sentimiento que parecía ser sólo ilusión.

Podría aceptar casarse con ella. Dios sabía que en sus memorias aguardaba el anhelo de ser el esposo de aquel ángel, pero si ella lo viese… era terrible. Para Lilian sería terrible.

—¡Eric, Andrew! —salió de sus pensamientos al oír la voz de un James insistente— ¡Por fin!

—¿Qué sucede?

—Si Andrew sigue demorando en dar una simple respuesta, me temo que Lord Thomas tomará una decisión con ese vejestorio —señaló a la pista de baile, donde podían notar el desagrado de la joven de tener que bailar con aquel anciano.

—No, no —negó Eric, apretando los puños con furia—. Él me prometió que esperaría.

Andrew no podía quitar los ojos de aquellos bailarines, más que nada en la devastadora imagen de la joven que temía abrir la boca ante las preguntas del hombre. Sintió el estómago apretado debido a las náuseas con sólo imaginarla casada con el conde, un conde al que se le notaba la lascivia por la criatura… No, no podía permitir que ella sufriera con aquel hombre…

Además, en el fondo, quería creer que podría cumplir su anhelo.

—Lo haré.

Tanto Eric como James voltearon a verlo, como si no lo hubiesen escuchado.

—¿Qué?

—Me casaré con la señorita Lilian —sus ojos volvieron a encontrar a la joven que, con cierta torpeza, bailaba un vals—. Ella será mi duquesa.




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