Bradley House, Maiden Bradley, Wiltshire, 1809.
El Duque de Somerset, Lord Anthony, había dejado este mundo para reencontrarse con su amada esposa, Lady Diane, en el más allá, dejando sólo y ciertamente devastado al reciente duque Lord Andrew Lethood, quien había recibido a todo aquel que estuviese dispuesto a darle las condolencias por tal tragedia.
Los Allen, aquella peculiar familia que muchos acusaban de ser lo más cercanos a unos brujos por el aura que llegaban a transmitir, fueron los primeros en aparecer, ayudándole con los preparativos para el respectivo velorio en la Iglesia de Todos los Santos, lugar donde la familia y sus respectivos ancestros eran enterrados, el cual era una estructura construida de forma adyacente a la casa, por lo que no era un trayecto tan largo para transportar el cuerpo. Aun así, Andrew no tenía cabeza para eso.
Estaba destruido, su vida se había convertido en una pesadilla desde que ocurrió el incendio y su madre había muerto. Lord Anthony no volvió a ser el mismo y, si bien no le trataba mal, era evidente que también despreciaba el aspecto al que su perfecto hijo había sido condenado. A partir de entonces, todos habían comenzado a ignorarlo y a tratarlo con indiferencia, de no haber sido por Arthur, su buen amigo y nuevo mayordomo, no habría podido soportar la soledad hasta que en el verano Eric y James vinieran a visitarlo.
Esperó un momento en su casa hasta que los Gallagher hicieron su aparición. Eric fue el primero en dar las condolencias seguido de Lady Gallagher, quien ocultaba a una jovencita castaña que le observaba con timidez tras las faldas de su madre. Andrew, sintiendo su mirada, le ignoró por completo pues le resultaba incómodo que le vieran. Menos mal utilizaba la vieja máscara de su padre o habría espantado a la pequeña.
Al final, Lord Thomas Gallagher solo le dio unas frías “Mis condolencias, muchacho” y ya no le volvió a dirigir la palabra.
Luego de eso, nadie más fue a funeral de tan querido duque porque, desde que se enteraron de las heridas del heredero tras el incendio, no deseaban visitar al que pronto se le llamaría Duque Monstruoso.
Andrew supo que todo sería el doble de difícil de lo que ya era de por si su vida.
°°°
—Por favor, déjame en paz. Ellos nos buscarán…
La pequeña Lilian Gallagher de trece años caminaba por los pasillos directo hacia la habitación que le asignaron al llegar a Bradley House, cuando la voz suplicante de su madre y el sonido de una bofetada le hizo pegar un salto y ponerse alerta.
—¡Cállate! —otra bofetada y el cuerpo de la jovencita empezó a temblar de terror. Su padre estaba enojado— ¡¿Cuántas veces tengo que escuchar a esa mocosa retardada?! ¡¿Es que no le has enseñado a hablar?!
—¡Thomas, por favor!
Los ojos de la castaña se llenaron de lágrimas al recordar la lección de lectura que su padre le había dado durante su estadía en la posada camino al velorio, y luego la siguiente que tuvo que dar en el carruaje. Se había equivocado en la mayoría de las palabras, puesto que, si bien entendía, no podía pronunciarlas con fluidez y eso le hervía la sangre al marqués, que ahora se debía de estar desquitando con la marquesa al estar en un lugar que no conocían.
Normalmente le golpeaba tras las piernas con una fina vara de madera o con un cinturón a modo de castigo, pero otras veces oía como se encerraba con su madre y ella suplicaba porque la dejara ir. Creyó que esta vez se controlaría, que le perdonaría su error, que en aquella casa del amigo de su hermano se sentiría segura y, sin embargo, se había equivocado. El marqués se había asegurado en que todos los invitados fuesen al velorio para encerrar a su esposa en los aposentos designados y castigarla por los errores de su estúpida hija.
—¿M-m-mamá…? —susurró la criatura, abriendo la puerta de la habitación con cuidado de no ser descubierta, encontrándose con una escena que se quedaría en su memoria para siempre.
Su padre golpeaba el abdomen de su madre cada vez que la veía poner resistencia, luego levantaba las faldas del vestido negro para empujar su parte inferior contra ella con una furia que la marquesa solo lloraba y suplicaba por el perdón. Lilian, espantada, se alejó corriendo escaleras abajo, tropezando un par de veces, hasta llegar a una parte del jardín en la que había bancas y unos lirios blancos adornando la zona, un pequeño paraíso al que la jovencita no le prestó atención. En cambio, se refugió a un lado de la banca, escondiendo su rostro en sus rodillas para llorar por haber sido una mala hija.
No le gustaba su voz. No le gustaba hablar. No cuando por su culpa dañaban a su madre.
—Ma… mami…. —llorisqueaba la castaña sin importarle si alguien le veía o no.
“Miau”
Aquel sonido le hizo levantar la mirada, encontrando a un pequeño gatito gris mirarla con sus grandes ojos verdes y maullándole incansablemente, curioso por la humana que yacía frente suyo. A la joven se le endulzó el alma, acercando poco a poco su temblorosa mano para no asustar al animalito, quien olisqueó los dedos femeninos antes de restregarse contra ellos, aceptando la caricia. Lilian sonrió con ternura, tomándolo entre sus brazos y levantándose del suelo para acomodarse en la banca. El gatito, cálido y cómodo con las caricias de la dama, empezó a ronronear, mirándola de vez en cuando como alguien que quería descubrir quien le había causado tanto dolor como para verse tan lamentable. La castaña soltó una pequeña risa por tal imaginación, pero no le contó su problema.
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Editado: 16.11.2024