Cuando llegó a su habitación, las damas salieron con la mirada baja y ni siquiera Lady Annette le dirigió la palabra como siempre lo hacía cada que le veía, eso llamó su atención por un breve momento que prefirió dejar pasar.
Contempló la puerta frente suyo y, dándose valor, decidió entrar.
Dentro, la habitación estaba iluminada únicamente por la chimenea, que mantenía cálido el ambiente, perfecto para la ocasión y él, con la ansiedad de verla, sólo se quitó sus zapatos y máscara para acercarse al lecho.
Lilian estaba acostada sobre las mantas con un camisón tan ligero que prácticamente era como si estuviese desnuda. Y pese a sus evidentes nervios, todo en él reaccionó ante la visión que se le presentaba. Ella era tan preciosa como un ángel, su magnífico ángel al cual añoraba tanto que aún no podía creer que era real.
Se sentó a su lado en la cama, admirándola con el ardor del deseo recorriéndole el cuerpo, aunque, temeroso de hacerle daño, no fue capaz de tocarla, pues sentía que podría mancharle o quebrar esa hermosa piel de porcelana tan fina, de un pálido que para él era acendrado. Sus ojos se deleitaron con el castaño de sus cabellos, sus labios finos y rojizos cual carmín, de senos medianos que podría imaginarlos llenar las palmas de sus manos si los abarcaba… sonrió, o eso creyó, pues sus labios temblaban con el nerviosismo de su ser.
—Lilian —susurró con voz ahogada —Mi Lilian…
Ella cerró sus ojos con las fuerza, volteando su rostro en un intento en vano por apartarse, pero lo cierto es que no podía mover su cuerpo, el terror la mantenía inmóvil y podía creer que sus pulmones le estaban exigiendo aire, cuando ni siquiera podía respirar como de costumbre. Lágrimas salieron de sus ojos sin que el duque lo notara, resbalando por su lado izquierdo hasta perderse en sus cabellos oscuros.
Mordió con fuerza sus labios en cuanto lo sintió más cerca, sus grandes manos recorriendo su figura, su aliento en su oreja y su piel que muy pronto fue besada por aquellos labios masculinos. Hombro, cuello, mandíbula, toda piel expuesta del camisón mientras poco a poco subía en busca de su boca que claramente ella no quería besar.
Fue entonces que no soportó más y un sollozo se escapó de ella, que trató de ahogarlo en su garganta en un vano intento de no hacerse escuchar, cuando el duque claramente lo oyó, pues se había quedado quieto al darse cuenta. Él elevó la cabeza, notando por fin la expresión desalentadora de la joven.
Lilian abrió los ojos, girando poco a poco la cabeza, aterrándose todavía más cuando lo notó a un par de centímetros de su cara. Estaba paralizada, espantada, él daba miedo, él le haría daño, él se enojaría si hablaba, pero también se enojaría si no se disculpaba.
—Lo… L-Lo siento —tartamudeó presa del pánico, cerrando los ojos y apartando la mirada nuevamente con el miedo de recibir una bofetada o un puñetazo en el estómago, tal como lo veía en sus recuerdos que solían aparecer con los gritos de su madre y ahora parecía ser que ella se había convertido en la nueva Annette y quien pronto sería utilizada como un saco… o un trapo sucio.
Andrew la siguió mirando. Parecía querer decirle muchas cosas para calmarla y relajarla, pero al final, sus palabras salieron atropelladas cuando susurró:
—No me temas, Lilian.
—N-No t-tengo miedo —mintió con descaro, era obvio que estaba aterrorizada—. E-Es mi e-esposo —su voz se quebró al pronunciar la palabra y Andrew ya no tuvo más dudas.
Verla con su rostro lloroso, sus ojos cerrados con fuerza como quien no quisiera ver algo horripilante, la frialdad y rigidez de su cuerpo, hizo que su deseo se fuera repentinamente. Sin haberse dado cuenta, mientras él estaba feliz con saberla suya, ella estaba viviendo un infierno. Por un momento había olvidado que él era un monstruo que pretendió estar junto a aquella bella dama…
Pero era el deber de una esposa, y ella lo era. Lilian era su esposa le gustase o no, y era el derecho de él…
No. No debía. No así… no mientras él era feliz y ella lloraba, no era así como lo había imaginado…
Se preguntó si Lady Gallagher le explicó lo que sucedía entre esposos, entre un hombre y una mujer, pero si fue así, conociendo los detalles de Lord Thomas, tal vez la explicación no había sido de la mejor manera, y ese era el resultado: una mujer inmóvil, peor que una tabla, llorando con el terror en sus ojitos de cervatillo, fría y sin color en sus mejillas.
Se apartó de inmediato, no quería aterrorizarla más, y se tocó su cicatriz preguntándose si había sido correcto quitarse el antifaz o no. Aun con su mano cubriéndose medio rostro buscó su máscara hasta encontrarla en el suelo cerca de la puerta, volviendo a colocársela para sentirse más seguro, pero ella estaba allí, con sus manos huesudas cubriéndose lo que más pudiera pese a llevar todavía el fino camisón. Parecía no soportar estar allí, no obstante, no se escapaba del lecho: seguía obediente esperando porque él la utilizara… y eso le dolió en lo más profundo del corazón.
Andrew no pudo soportarlo. La cubrió con las mantas y le dio la espalda aun sentado en la cama. Un silencio se hizo en la habitación en la que sólo se oía el crepitar de la leña a causa del fuego de la chimenea, esto preocupó a Lilian.
Desde que le había rogado a su hermano porque le ayudara a escapar y que este se negara al igual que su madre, que trató de calmarla en vano hace un momento, no podía dejar de pensar en lo que sería su futuro junto a aquel hombre que le aterraba tanto, pues lucía como debería de lucir su padre en el interior: horrible, muy horrible. Y sus manos, su cuerpo en general… Oh, Dios, él la mataría sin dudarlo. Si el marqués había mostrado su fuerza luciendo como un hombre un tanto desgarbado, el duque que tenía más músculos podría ser mil veces más fuerte. Sería peor que su madre, pues ella no podría vivir una vida como esa.
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Editado: 16.11.2024