—Esta es la cocina —las cocineras, en cuanto se percataron de la presencia de la duquesa, dieron una breve reverencia antes se seguir con sus labores. Lilian les volvió a sonreír con cierto nerviosismo mientras Arthur daba una rápida mirada a las acciones por parte de las mujeres, tal como solía hacer cada día tras la muerte del anterior duque—. Como puede ver, todas aquí ponen de sí para que la comida salga medianamente decente —criticó sin reparos, fastidiado por no encontrar cariño en los platos. Una mujer de contextura rechoncha le miró con mala cara, mostrando una pose que indicaba que esperaba una disculpa por parte del mayordomo, algo que no recibió—. Ella es Helga, la jefa de cocina y con quien podrá discutir los platillos que a usted más le gusten, estoy seguro que Helga hará lo que sea por complacer a su señora.
Lilian quiso reír en cuanto notó la mirada fulminante por parte de Helga. Se trataba de una mujer de la edad de su querida Rose, de ojos cálidos pese a la expresión severa que ahora mismo estaba mostrando, de mejillas sonrosadas, leves arrugas alrededor de sus ojos y en el ceño, y de un cabello rubio que estaba haciéndose cada vez más claro. Se veía muy tierna, pero, al igual que los demás, no se le notaba a gusto en ese lugar.
Detalló la cocina rápidamente. Para ser una cocina, apenas si había una pequeña ventana que les iluminaba y, por ende, debían mantener la puerta que daba al patio abierta para que el lugar no fuera tan sofocante con el vapor del agua al hervir o por el fuego que se utilizaba al cocinar los alimentos. Vio a las tres jovencitas de hace un rato, dos castañas y la más joven, una rubia que parecía no pasar de los diez años, quien se secaba el sudor de su frente antes de seguir revolviendo lo que parecía ser una salsa de tomate.
Si Lilian fuera una de ellas, tampoco estaría a gusto allí.
—U-Un gus-sto, He-Helga —tartamudeó como siempre, a lo que la señora le miró con extrañeza, mas que nada por la dulce voz que salió de los labios de la joven.— E-Estoy s-segura que t-te e-esfuerzas… G-Gracias —Lilian le sonrió tratando de ser más confiada, a lo que Arthur no pudo evitar sorprenderse cuando la pesada de Helga le sonrió con calidez a la duquesa, un gesto que no recordaba haber visto en ella desde… pues… nunca.
—Gracias, mi lady —incluso la voz de la señora sonó menos agresiva que en otras ocasiones, pero lo que Arthur ignoraba, es que Helga sabía tratar con personas como la duquesa: tan tímidas, retraídas y con la tartamudez en su hablar, pues su difunto hijo había tenido aquel mismo problema, aunque para Helga siempre fue un ángel, tal como lo sentía en la joven duquesa—. El desayuno está casi listo, pero le puedo ofrecer algún postre para el almuerzo, ¿a la señora le gusta alguno en especial?
Los ojos de Lilian se iluminaron al pensar en poder comer algún postre, pues no lo había hecho desde que Lord Andrew le había enviado uno en esos días donde no podía levantarse de la cama, momentos antes de la boda, por lo que no pensaba desaprovechar esa oportunidad, menos al ver que la Sra. Helga le sonreía con esa calidez que le recordaba a su madre y a Rose.
—M-Me gusta el d-de za-anahoria, p-pero como e-el que sea —se entusiasmó al hablar, pero por suerte, Helga si pudo comprender, por lo que consintió la petición. Trataría de ver si quedaban zanahorias, o si no, esperaba que el de fresas le gustase.
—Chicas, vengan —llamó Helga a las tres muchachas de la cocina, la más pequeña viendo maravillada a la duquesa—. Ella son Sabine, Adele y mi pequeña nieta Grace, le prometo que ella no da problemas. El duque permitió que ella se quedara junto a mí —Lilian le sonrió a la niña, lo que causó todavía más entusiasmo en la rubiecita.
—H-Hola a t-todas —se animó a saludar, la niña respondió de inmediato al igual que Adele, pero Sabine, muy por el contrario, lo hizo con ligera pereza que incomodó a Lilian, sobre todo al recordar que había sido ella quien había hablado a escondidas con aquel hombre durante la presentación.
Sabine era bonita, delgada y castaña, aunque ahora mismo el sudor no la favorecía, y sus ojos, si bien eran claros, para Lilian no podían transmitir más que oscuridad en su mirada. No sabía por qué, pero había algo que no le terminaba de gustar de la chica.
Por suerte, Arthur la instó a seguir el recorrido para luego volver al desayuno y no dejar plantado al duque.
Recorrieron el salón de té, donde podría recibir a las visitas, el salón de música donde se sintió encantada con el precioso piano que estaba en medio de la habitación el cual Arthur le confirmó que era de Andrew, “a su excelencia le encanta pasar algunas tardes practicando música, tal vez a usted le apetezca escucharlo, estoy seguro que se sentirá a gusto, mi lord es muy bueno” Lilian forzó la sonrisa ante el evidente cumplido que el mayordomo lanzaba para convencerla de pasar tiempo junto a su esposo, pero aún no estaba lista, aunque esperaba que fuese cierto y el duque tocase piezas de forma impecable.
Por ese mismo salón, salieron por la puerta que daba directo al jardín, uno que la dejó impresionada, pues estaba bastante cuidado y tenía muchas flores que nunca pensó que ella pudiese tener algo así en su vida. Siguió a Arthur, conociendo a los jardineros y algunos lacayos que pasaban por allí, y pronto llegaron a una zona del jardín que se le hizo conocido.
Una pequeña fuente donde el sonido del agua provocaba un sonido muy relajante, una mesita con un par de sillas junto a una banca, y, lo más encantador, flores Lirios por todas partes, todas de distintos colores y bien hermosas y presumidas exponiendo sus pétalos a todo el mundo. Le fascinó el lugar, más aún cuando recordó que aquel lugar, junto a un bonito gatito, fueron los que la ayudaron a encontrar su paz interior.
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Editado: 16.11.2024