Un Caballero para Lilian

CAPÍTULO 12

Los recuerdos se le figuraban en su mente una y otra vez como una pesadilla sin fin: su madre gritaba, su padre gritaba, la horrenda y asquerosa imagen de él dando uso de su derecho como esposo por sobre su esposa… Lilian quería desaparecer cada vez que su mente la atormentaba con esos recuerdos.

¿Por qué tuvo que encontrarse frente a esa habitación otra vez?

—¿Mi lady? —cerró los ojos en cuanto volvió a oír la voz de la Sra. Edith a las afueras de su cuarto.

Ese era otro motivo por el que no deseaba salir. Estaba abochornada de su propia reacción, avergonzada de haber causado un posible problema tanto al mayordomo como a la ama de llaves y, sobre todo, tenía vergüenza por haberse desesperado de esa forma cuando el duque, su esposo, hizo aparición. Ahora que estaba un poco más tranquila —aun sin los ánimos como hace una hora—, podía recordar el escándalo que había provocado debido a esa habitación en particular.

Odiaba ese lugar, y no quería ni verlo otra vez ni mucho menos entrar allí.

—Mi lady, por favor, déjeme ingresar —Edith decidió utilizar una voz más suave, preocupada por si su señora se había hecho daño o si permanecía en el mismo estado de hace un rato. A su lado, Arthur apoyado contra la pared y callado como nunca, todavía seguía sin procesar qué fue lo que pasó—. Estamos preocupados, mi señora.

Lilian, que seguía agachada con su espalda contra la puerta y abrazando sus piernas, empezó a tomar respiraciones profundas a la vez que trataba de olvidar lo sucedido. “Si no veo esa habitación, no existe” se dijo, de pronto sintiéndose mal por haber tenido esa crisis de pánico “¿estarán molestos conmigo?” se preguntó, aun oyendo la voz de la Sra. Edith pedirle ingresar a su cuarto.

Finalmente, luego de otros largos diez minutos, Lilian se levantó para abrir la puerta sin tener el valor de mirarlos. De inmediato, la ama de llaves entró. Notó que no había desastre en la habitación como había pensado, aunque la duquesa si se encontraba en un estado deplorable. La joven tenía la cara hinchada debido al llanto, el cabello desarreglado como si se lo hubiese jalado y sus manos ya no tenían los guantes, dejando ver el claro temblor de sus delgados dedos. Edith, quien sabía que no debía, que era normal en una joven que no tenía la educación para ser duquesa, no pudo evitar sentir lástima. Si bien apenas sabía del origen de la muchacha, no conocía a fondo su historia y eso ya le comenzaba a causar intriga.

—Mi lady —se acercó y, con cierto atrevimiento, le sobó los brazos como si quiera consolarla, aunque con la incomodidad de si debía o no abrazarla—, ya está. Ya pasó. El Sr. Arthur me ha dicho que el duque ha ordenado deshacer todo de aquel cuarto y que ya nadie entrará allí, por ende, usted quédese tranquila.

Lilian, confundida de saber si la Sra. Edith la estaba consolando o regañando debido a esa manera un tanto cortante de hablar, se sintió un poco más tranquila de saber que ese cuarto, aunque si bien seguiría allí, ya no permanecerían esos muebles o algo que le recordase lo sucedido. Asintió ante sus palabras, viendo como la mujer, incapaz de verla en aquel estado, se acercaba rápidamente al ropero en busca de algo más decente. La joven, en cuanto se miró al espejo de su tocador, supo que si se veía lamentable.

—Llamaré a Anna —dijo tan pronto dejó sobre la cama un vestido rosa pálido—. Una duquesa no puede verse en ese estado, mi señora. Ahora bien, ¿desea comer algo?

No. No quería, no tenía ánimo. Pero la Sra. Edith la miraba con una cara que no permitía una respuesta negativa. A Lilian empezaba a darle miedo, pese a saber que la mujer no era mala, solo se le notaba estricta y que todo debía de hacerse manteniendo los modales y el decoro. Al parecer, empezaba a entenderla.

—N-No qui-iero bajar —respondió con una voz decaída. Edith, que podría refutar sus palabras diciéndole que no era correcto, no quiso insistir. Ni ella se veía bien como para seguir las normas ni el duque debía de encontrarse de humor.

—Está bien. Le diré a Anna que también le traiga el desayuno… o almuerzo —hizo una pequeña reverencia y sin más, salió de la habitación. Lilian suspiró sentándose en el borde de su cama a esperar por su doncella.

—¿Todo bien? —preguntó Arthur apenas vio salir al ama de llaves.

—Oh, por supuesto —respondió ella sin quitar la seriedad de su rostro—. No se ha hecho el mayor daño y estará tranquila y repuesta una vez Anna la atienda.

—Que alivio… —dejó salir el aire que llevaba reteniendo por no saber de la situación. Había ido a ver al duque, pero Andrew se había encerrado en el despacho y ni siquiera quiso probar el desayuno— ¿Comerá?

—Sí, en la habitación —respondió.

—Entonces, iré a supervisar la cocina y a avisarle al Lord sobre su esposa.

Y así hizo. Primero bajó hasta la cocina donde Helga decidió preparar ella misma la bandeja de la duquesa luego de que Arthur se atreviese a probarla para dar su aprobación, costumbre que tomó tras la muerte del Duque Anthony.

Siempre había tenido la horrible sensación de que alguien le decía que mantuviera sus ojos y oídos bien abiertos, al igual que su olfato, pues Andrew debía ser protegido de las ratas que rondaban por el terreno de la familia. Al principio, creyó que simplemente se trataba de sueños que habían sido provocados por la indiferencia del personal para con su joven patrón, pero estos cada vez se le hacían recurrentes, por lo que decidió que era mejor desconfiar a tener que lamentar después.




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