—Todo está en orden —el médico de confianza que Arthur había contratado por petición de Andrew tras la muerte de su padre, el Dr. Sallow, terminó de guardar sus implementos en su maletín en lo que Anna ayudaba a su señora a volver a cubrirse las piernas. Le extendió un ungüento al duque, que había estado observando junto a la puerta en completo silencio—. Sólo por la mañana y por las noches, eso le ayudará. Aunque está cicatrizando bien dentro de lo que cabe, pues Lady Lethood no presenta signos de tener alguna infección.
Andrew asintió sintiéndose aliviado.
Tras media hora de haber estado en el despacho junto a su esposa, la Sra. Edith se apareció para informar la llegada del Dr. Sallow, a quien Arthur había llamado con anterioridad para atender a Lilian. Aun no podía quitarse de la cabeza la imagen de la piel destrozada que tenía su duquesa ni como ella temblaba por creer que algo así podría sucederle otra vez, pero esta vez bajo la mano de su esposo. Su estómago tenía un fuerte nudo mientras veía como el doctor examinaba la situación estando en la habitación de Lilian, sin dejar de pensar en todo lo que ella debió de vivir.
Le hervía la sangre de sólo imaginar el terror que debió de pasar, o el cómo había sido tan ingenuo para creer en las mentiras que tanto Eric como la marquesa le habían dicho, pues Lilian nunca estuvo enferma, pero si era cierto que no estaba en condiciones para levantarse de la cama. Y en el día de la boda… ¿cómo pudo ser tan ciego? ¿cómo no vio que había algo mal en ella además del poco ánimo por casarse con alguien tan desagradable?
Sabía que Lord Thomas no era lo que se puede llamar “un hombre caballeroso”. Eric siempre les decía que era un ser insoportable, alguien a quien le gustaba dominar la situación, fuera la que fuese. Sabía, también, que era un hombre sumamente estricto que trataba de aparentar frente a la sociedad. Se había dado cuenta desde el momento en que hablaron sobre la posibilidad de un compromiso con su hija cuando se supone que el Conde de Portland tenía las de ganar. Lo había mirado con una repugnancia que se esforzaba por ocultar con una mueca por sonrisa, la cual se transformó en una auténtica en cuanto oyó la palabra “fortuna” por parte de Eric. A ese hombre nunca le importó su familia, pero si las riquezas que podría recibir, y eso era algo que a Andrew le sobraba.
Sólo que jamás imaginó que llegaría a ese nivel de crueldad de desquitarse con su hija quizás por qué cosa.
Estaba furioso. Muy furioso. Tanto que no le importaba ir hasta su despacho y hacer algunas cuentas para arruinar al marqués, pero antes exigiría una explicación por parte de Eric, ¿cómo es que jamás le contó lo que sucedía? Tal vez ambos pudiesen haber planeado algo para también sacar de allí a la marquesa.
—Gracias, me aseguraré que se sigan las indicaciones —dijo, entregándole el ungüento a Anna—. Arthur, por favor acompaña al Dr. Sallow luego del pago.
—Hasta luego, sus excelencias —el hombre, tras dar una reverencia, se retiró tras el mayordomo dejando a la pareja en la habitación junto a la ama de llaves y la doncella, que acomodaba algunas cosas en el rincón con la intención de no ser notada. Andrew, un tanto incómodo por las presentes, dio una significativa mirada a Edith, que rápidamente llamó a Anna para así dejar solos al matrimonio.
Ambos se vieron durante un momento, aun recordando lo sucedido en el despacho, a ese pequeño momento en el que, por primera vez, habían conectado como una pareja. Andrew todavía sentía que soñaba, pues incluso, Lilian no le había echado del cuarto cuando el médico vino a examinar sus heridas. Ella, por otro lado, trataba de no temblar de miedo, pues aún no le conocía y desconfiaba que ese hombre pudiese ser todo el tiempo tan amable como en el despacho.
Desvió la mirada con pena. Estaba claro que el camino para confiar en su esposo era largo, pero si cerraba sus ojos, la cálida sensación de la caricia en su rostro le hacía querer tener todas las esperanzas de que era posible vivir una vida tranquila en la que no temería de un hombre y, quizás, tener confianza en sí misma. Sólo esperaba no equivocarse.
—Debo seguir con mi trabajo, aún debo firmar algunas cosas… —explicó con cierta torpeza el duque, a lo que ella afirmó con la cabeza sin saber qué responder— Por favor, si sientes que duele mucho, mejor descansa.
—E-Estaré bi-bien —dijo.
Andrew asintió y, sintiéndose un poco incómodo porque ella le viera directamente la máscara negra que solía llevar, decidió que ya era mejor salir de allí. No quería molestarla demasiado, pues poco a poco iba entendiendo que debía ir a su ritmo.
—¿Cenaremos juntos? —preguntó con timidez justo antes de salir de la habitación. Lilian se removió en la cama, pero cuando creyó que ella se negaría, la oyó decir con una tierna voz:
—S-Sí.
Andrew sonrió levemente y así, con su corazón latiendo con una chispa de felicidad, volvió al trabajo.
“Sí. Debo de ir poco a poco” fue lo que pensó, con una luz de esperanza porque mejoraran su relación que todavía podía sentir un tanto frágil.
°°°
La tarde pasó con rapidez y pronto fue la hora de la cena. Lilian se la había pasado en la biblioteca, revisando con entusiasmo los libros de todas las estanterías, desde ciencia hasta cuentos infantiles de literatura francesa, lo cual era extraño considerando la tensión nacional de la cuál su padre se había mofado desde que tenía memoria, hasta que se atrevió a tomar una novela que le había llamado la atención: “Sentido y Sensibilidad” escrito “Por una Dama” y así, acomodada en un bonito sofá individual ubicado cerca de un ventanal, las horas del día pasaron hasta que dejó pasar la noche, momento en que la Sra. Edith apareció para informarle sobre la cena.
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Editado: 16.11.2024