Un Caballero para Lilian

CAPÍTULO 21

Al verla bajar la mirada, pálida y con sus delicadas manos temblando con ligereza, Andrew, malinterpretando que era debido a su cercanía, se aparta fingiendo que no le había hecho sentir mal, tan solo para proponerle el continuar leyendo el libro que le había regalado. Lilian, decepcionada por haber creído que su esposo la besaría como sucedió durante el picnic, acepta la propuesta de la lectura confundida si sentir alivio por ello o avergonzarse por haberlo esperado.

Mientras la noche aparecía, y la voz de Andrew junto a los ronroneos de Lady Mimi se hacían oír como si fuese una canción de cuna, puesto que de vez en cuando se le cerraban los ojos, la joven en su mente comenzó a imaginarse las situaciones que su esposo relataba preguntándose qué se sentiría ser por una vez la protagonista de su propia historia cuando, al volver a abrir sus ojos de cervatillos para ver al dueño de tan bonita voz masculina, se cuestionó si sus vivencias podrían dar pie a crear una historia. Su rostro se sonrojó como si hubiese pensado una tontería, puesto que ella no tenía talento alguno ni para hablar, por lo que era en absoluto una ridiculez el pensar en escribir una novela, pese a que la idea le hacía cosquillear la punta de sus dedos de sólo imaginar por un instante en que ella podría lograr tener su propio libro, una historia que haría que todos estuviesen orgullosos por su logro…

“¿Podrá ser posible?” se preguntó cuando un movimiento por parte del hombre enmascarado le sacó de sus ideas.

Al percatarse de la incomodidad que su silla provocaba, estuvo a punto de dejar que su excelencia se retirase a sus aposentos, ya que, si pasar una noche dormido sentado había sido terrible, no quería imaginar lo que dos noches podrían hacer de efecto en su espalda. Sin embargo, al querer abrir la boca, a su mente vinieron los recuerdos de la tarde, donde Hazel comenzó a preguntarle si había logrado sentir alguna presencia fantasmagórica que pudiese ser interesante. No quiso admitirlo en su momento, pero todavía tenía en su memoria la carta donde su amiga le preguntaba por la difunta Lady Diane, lo que le daba más escalofríos de lo que habría querido poseer.

—Mi lord… —le llamó con timidez y, cuando Andrew le estuvo por recordar que no le tratase con cierta distancia como el llamarlo por su nobleza, Lilian bajó la mirada hasta los dedos temblorosos de sus manos para continuar— Esta n-noche… ¿Po-podría q-quedarse?

Andrew no respondió.

Cerró lentamente el libro sin dejar de verla como si hubiese oído mal, no obstante, la joven seguía tímida, enfrascada en sus manos que parecían ser lo más interesante del mundo. Con la inseguridad que le daba cuando de Lilian se trataba, se relamió los labios en un gesto poco educado, atreviéndose a pedirle que repitiese la pregunta. La duquesa lo hizo, y ahora sí estaba asombrado.

No sabía por qué de tal insistencia, y tampoco quería cuestionarlo, no cuando todavía no podía creer que su esposa le pidiese pasar la noche a su lado… o bueno, acompañarle como la noche anterior, salvo que sólo se habían quedado dormidos, volviendo a tener su cuello y espalda adoloridos, pero a sabiendas de que esta vez había sido ella quien se lo había propuesto.

—Si mi esposa lo pide… —se levantó de la silla para dejar el libro sobre la mesita que yacía junto a la cama con una calma que no existía en su interior— Regresaré en un momento.

Rápidamente, cruzó la puerta que conectaba a su habitación, respirando profundamente todavía creyendo que la petición de Lilian había sido producto de su imaginación, del amor que crecía en su pecho por esa mujer, sin embargo, ella lo repitió: quería que su esposo la acompañase esa noche.

Caminó de un lado a otro sin saber qué hacer y luego, preocupado por si estaba tardando demasiado, se cambió sus ropas sin pedir ayuda, puesto que esos días había vestido lo bastante sencillo debido al estar en el campo. Y una vez preparado con un pantalón flojo y una camisa, se quitó la máscara para lavarse el rostro con el agua que yacía en una pequeña fuente que Arthur siempre disponía para él, ansioso de poder refrescarse para no parecer un hombre tonto que nunca había compartido la noche con una fémina.

Estaba nervioso, demasiado, y cuando sus manos fueron conscientes de la piel desfigurada del lado izquierdo de su rostro, que le habían quitado parte de la ceja y cabello, su temor aumentó tanto que, al levantar su rostro y verse en el espejo, temió que la joven no quisiese nada con él, tal como sucedió en un principio, tal como sucedió en la noche de bodas…

Enfadado con su apariencia, tomó su máscara para volver a acomodarla. “Ella no se espantará si no me lo quito” se dijo, consciente que su rostro volvería a doler como la noche anterior por dormir sin retirarse el accesorio, pero, ella lo valía.

°°°

—Mi señora, ¿cómo se siente? —preguntó la doncella al ingresar a la habitación con un vaso de agua y otro de leche tibia. Lilian, quien le respondió en un tono débil, apenas tuvo fuerzas para estar semisentada, sabiendo que Anna había llegado para darle la medicina— Déjeme ayudarle, mi lady —con una suavidad que la duquesa ya se estaba acostumbrando, la doncella le adecuó las almohadas para darle mayor comodidad. Luego le entregó el vaso de agua y, en una cuchara, contó las gotas que el médico recomendó.

—Es as-asqueroso —comentó la joven luego de tomarse la medicina. Bebió una vez más del agua para quitarse el mal sabor y, una vez lograrlo, regresó el vaso que la doncella dejó sobre la bandeja.




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