Un Caballero para Lilian

CAPÍTULO 23

Dos días tuvieron que pasar para que, por fin y gracias al Señor, la Duquesa de Somerset pudiese retomar sus actividades que había tenido que aplazar por fuerzas mayores como lo fue su envenenamiento. Lilian, con total ansiedad, estaba aliviada de poder salir a recorrer los alrededores a tomar aire fresco e incluso anhelaba volver a sus clases que le impartía la ama de llaves pese a lo estricta que suele ser hasta con la más mínima cuestión.

Por suerte, ese día iba a ser distinto, pues tanto Hazel como Casandra le acompañarían por esta vez.

Entre risas, las tres amigas no encontraron la manera de calmar sus burlas con cada mala pronunciación francesa que salía por sus bocas, y pese a que la Sra. Edith las regañaba por igual, solo les hacía soltar más carcajadas muy poco propias de una dama de la alta sociedad como si fuese la situación más graciosa del mundo. La Sra. Edith, que acostumbraba a que todo se hiciese a la perfección, estuvo a punto de mostrar bandera blanca y marcharse de la habitación, pues esos malos comportamientos la exasperaban como nadie nunca lo había hecho.

—Creo que debemos pasar a practicar un vals —opinó cuando ya no soportó que su clase de francés fuese un completo fracaso, sonriendo internamente al ver su éxito por el silencio que instantáneamente se formó en el salón.

—¿Vals? —preguntó la duquesa con extrañeza, sintiendo su corazón palpitar con fuerza— ¿Ha-habrá un baile?

—¿Y qué le preocupa, mi lady? Es verdad que en estos lugares no es tan común asistir a un baile a gran magnitud como sucede en Londres —explicó la mujer—, sin embargo, una dama debe danzar fluidamente como también manejaría una conversación. Nunca se sabe cuándo se pueda presentar la ocasión.

Lilian no supo si la idea de asistir a un baile le agradaba o no, pues todavía recordaba el día de su presentación y lo incómoda y asustada que se había sentido. No sabría qué hacer si alguien les diera una invitación y, por un instante, creyó que lo mejor sería fingir un desmayo o que se encontraba indispuesta si se diera la ocasión.

Estaba tan aturdida por escuchar que algún día debería volver a participar socialmente que no respondió, pero tan pronto Hazel se ofreció a tocar el piano en una pieza musical indicada por la Sra. Edith —y así librarse de danzar—, encontró la manera de olvidarse de sus inseguridades al ir junto a Cassie al centro del salón de música para practicar algunos pasos, lo cual no resultó como se esperaba.

Sabía que era torpe. Y sabía que Casandra también lo era. Y por más que trató en que alguna vuelta pudiese verse medianamente decente, su enredo de pies, la presión de la Sra. Edith que fruncía cada vez más el ceño y los labios de disgusto, y la discapacidad de su amiga no hizo más fácil las cosas. Ambas chocaban en cada vuelta que debía darse y, aunque eso causaba indignación en su ama de llaves por ver a unas jóvenes damas, una casada y la otra en edad de buscar un marido, que no supiesen danzar con gracia, muy pronto se vio tan risueña como la rubia por divertirse cuando no lo había hecho desde que cayó en cama. Aquel detalle fue de lo que se percató la Sra. Edith, quien, en cuanto volvió a escuchar las risas estando a punto de regañarlas, decidió que esta vez no sería tan estricta como de costumbre, alegrándose de ver a la duquesa en una actitud tan jovial que prefirió no arruinarlo y así evitar alguna crisis como la que tuvo la última vez.

—Compostura, por favor —pidió en un tono tranquilo, sonriendo sin querer enseñar los dientes al observar un mal paso por parte de la Srita. Collins. Negó con la cabeza, susurrando para sí misma:—. Dios mío, la juventud de hoy en día.

Mientras todas estaban sumergidas en la actividad, la mayoría se sobresaltó con el brusco ruido de la puerta abrirse. Lilian sostuvo a Cassie cuando ella estuvo de caer y vio, con curiosidad, entrar a su hermano intentando escapar de su madre, que le seguía en un claro gesto porque él le escuchara.

—Señores —la ama de llaves hizo una reverencia, hablando pese a saber que probablemente sería ignorada—, ¿sucede algo?

—Eric piensa irse —respondió Annette en un tono acusatorio desaprobando la acción por completo. Lilian, que le susurró a Casandra que no se moviese mucho por temor a que cayera, se le acercó a su madre para sostener sus manos apenas las vio temblar—. Aun es muy pronto para volver, aun es muy pronto para regresar con tu padre, ¿es que no tienes compasión, Eric?

Lilian consideró que su hermano tenía derecho a poder justificar su inesperable partida, sin embargo, ver a su madre temblar e imaginarse lo peor de lo peor hizo que un vuelco en su estómago se formara. Con disimulo, sugirió a la Sra. Edith retirarse en compañía de sus amigas y, cuando lo hicieron, volteó a ver con temor a su hermano, puesto que no deseaba separarse de ninguno ni mucho menos dejar que su madre vuelva a ese infierno.

Eric suspiró, apoyándose contra el piano haciendo que un par de teclas sonaran irrumpiendo por un segundo lo que estaba por decir.

—No puedo seguir en este lugar, madre —volvió a explicar, odiando ver el miedo en sus ojos—. Tengo asuntos muy importantes que resolver y, aunque la idea no es de mi absoluto agrado, debo regresar. No se preocupe, madre, usted se quedará con Lilian.

—N-No, no, no. Tu padre se enfadará si permanezco más tiempo por aquí.

—Si es que él sigue en casa —susurró él al recordar la carta sobre la guerra.




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