Un Caballero para Lilian

CAPÍTULO 25

La puerta del salón volvió a abrirse para dejar ver al mayordomo en compañía de un hombre que resultaba ser desconocido para todas las damas presentes. Arthur, por un segundo en que no sabía si debió o no dejar pasar al individuo, evitó hacer una mueca pese a que estar tenso desde que supo la identidad del aparente invitado parecería ser su nueva normalidad de hoy en adelante.

Hizo las presentaciones pertinentes antes de que el hombre se adelantara para disculparse por su repentina aparición sobre todo en una noche tan tormentosa como esa. Lilian lo detalló con la mirada sin atreverse a hablar, encontrando en su apariencia algo que no causaba del todo su agrado. Sin embargo, de inmediato apartó ese pensamiento; ya una vez juzgó a su esposo por su físico y resultó ser alguien gentil, no podía volver a cometer el mismo error.

Annette, al ver que su hija no daba el primer paso, decidió actuar como la anfitriona por esta vez pese a que las costumbres no dictaban de ello:

—Sr. Basset, nos disculpará, pero es primera vez que escuchamos su nombre.

—Me lo imagino, mi lady —dijo el Sr. Basset retirándose el sombrero de copa en señal de respeto—. Mi primo fue el gran Lord Anthony, que… que en paz descanse —bajó la mirada por un segundo en un gesto devastador que se les hizo extraño a las damas. Annette le dio una mirada interrogante a su hija, que con un movimiento de cabeza indicó que no tenía idea de qué estaba pasando—. Disculpen, es que apenas me enteré de su muerte. Él y yo fuimos bastante unidos, tanto que más que mi primo era mi mejor amigo y sólo por una discusión perdimos comunicación… Ahora me entero que Anthony nunca volverá y que mi sobrino resulta ser el nuevo lord. Esperaba poder verlo.

Hazel, que no se había separado del sillón ni de su querida amiga Casandra, arqueó una ceja con disimulo. Se le había hecho tan extraño que aquel sujeto diera tantas explicaciones con una expresión en su rostro que le terminó por asquear, pues era el mismo rostro de alguien que amaba hacerse la víctima por cualquier nimiedad. Era desagradable. Sin embargo, aunque no le terminase de agradar, no mencionó palabra alguna porque se había percatado que, para el resto de sus acompañantes, el tal “Henry Basset” sólo era alguien desesperado y atormentado por una noticia que sucedió hace cuatro años.

—Lamento informarle que Lord Andrew tuvo que realizar un viaje y desconocemos cuándo podrá regresar —respondió Annette en un tono amable viendo que él asentía desconsolado.

—Es una lástima, mi señora —comentó—. Me avergüenza solicitar esto, pero afuera el cielo se cae a pedazos y yo he viajado de tan lejos, ¿será que pueda darme hospedaje hasta que la situación sea apropiada para que pueda regresar?

—Oh, eso solo lo puede decir mi hija, Lady Lethood —Annette entrelazó su brazo con la castaña que apenas y podía ver al hombre porque su sola presencia le intimidaba—. Lilian, querida, ¿qué dices?

Henry, sonriendo amigable sin descuidar el mostrarse como alguien entristecido por la noticia inesperada, la observó de pies a cabeza encontrando que la damita no era una belleza exótica que podría hacer perder la cabeza a un hombre. Su estatura era promedio, su cabello castaño, unos ojos de muñeca tan común que no destacaba a comparación de otras mujeres por las que había caído, pero algo debía tener para que su sobrino no quisiera que él se apareciera en esa casa. Entonces la damita habló para permitirle quedarse el tiempo que durara la tormenta y así también pudiese visitar la tumba del antiguo duque, y esa voz tan fina, delicada y ridícula que dejaba atropellar palabra tras palabra, sólo hizo que quisiera reírse ahí mismo.

“Te encontré” pensó en cuanto el morbo por saber qué tenía de especial como para que nuevo lord la cuidase tanto hizo más interesante la situación.

Cuando su plan de haber infiltrado a esos escoceses falló rotundamente porque esos inútiles actuaron cuando aún no era el momento, de la rabia había enviado una carta obteniendo una respuesta que solo incrementó el enfado por no ser en lo posible nunca invitado a Bradley House. Parecía como si Anthony hubiese advertido a Andrew sobre lo sucedido y así nunca podría volver a pisar ese lugar y solo por eso, por la indignación y humillación que había sentido, deseó que esos sujetos hubieran logrado su cometido con esa joven que se hacía llamar duquesa, ¡pero como era la vida de desgraciada! Pues esa mujer seguía tan vivita como su aspecto se veía de saludable.

Nada podía salir cómo quería.

Aun así, agradeció tan gesto noble de la joven y procedió a seguirla cuando se anunció que la cena ya estaba servida. Pasó por al lado de un par de muchachas que habían estado sentadas en el salón pasando desapercibidas por su parte, y la mueca de desagrado no tardó en aparecer: una pelirroja que tal parecía ser viuda por sus prendas —o una de esas horribles brujas de tales tierras embrujadas de Escocia— ayudando a la que, por su torpeza, no era más que esa gente indeseable que no podía ver, pero, ¿qué hacían personas como ellas en esa casa?

Se encargaría personalmente de arreglar esa situación cuando el tiempo lo amerite.

—Sr. Arthur —la Sra. Edith apareció junto a Anna en cuanto el salón quedó vacío, ambas con gesto agobiado—, por su expresión intuimos que ese señor es…, no debería estar aquí.

Arthur lo confirmó sin dar muestra que la situación le agradaba: —Hay que mantenerlo vigilado. Lord Andrew ya me había advertido de este hombre.




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