Desde que tengo memoria el espacio y todos los secretos que oculta han sido una parte fundamental de mi vida, como un complemento casi vital. No me atrevo a decir aquello en voz alta, pero es algo que me cautiva de tal manera que se me hace casi imposible dar alguna explicación sobre mi fascinación, por más que me esfuerce, por más que lo intente, por más que lo piense todo apunta a que jamás podre ser capaz de decir una buena razón del porque la luna y las estrellas me atraen.
Desde que tan solo era una pequeña, los alienígenas han tenido una gran relevancia en mi mundo de fantasías alocadas, ese mundo en donde E.T y yo recreábamos en escena de la bicicleta voladora. Por mucho que lo repase, por mucho que trate de alejarme de esas idioteces creadas por gente más loca que yo, existe un factor que complicaba todo, existe algo que siempre me trae de vuelta en ese momento o punto en donde todo comenzó.
Llegue a la conclusión de que, de alguna manera, mi destino estaba completamente entrelazado con el tema. Esos seres no humanos, representados siempre como criaturas espantosas, eran un imán que me atraía, un pecado que siempre cometía; sin que yo pudiera hacer algo para evitarlo, con suma frecuencia mi ser estaba unido con un mundo en donde la lógica y la realidad brillaba por su ausencia.
De pronto, deje de luchar, deje alejarme y permití que el viento y las mareas me llevaran a donde ellos quisieran y que la vida hiciera conmigo lo que quisiera.
Pensé que terminaría con aluminio en la cabeza y construyendo un bunker subterráneo, hasta que de pronto todo me conecto con Marcus Klyn, un chico literalmente fuera de este mundo, un guapo muchacho de otro planeta.
Y gracias a él...
Bueno... soy la prometida de un alienígena.