Un Coma De Amor

Katya y su ángel guardian, el caos

Hoy tenía claro que no iba a ser como siempre. Hoy iba a hacer algo útil por mi amiga enfermera, Mara. Como de costumbre, ella andaba con su novio, y yo, como siempre, terminé sustituyéndola en algo, en el cuidado de Claudia, una señora millonaria que, por si fuera poco, está en coma. Al principio, me sonaba perfecto: pasar la tarde en una mansión lujosa, con el único trabajo de vigilar a una mujer dormida.

«Solo es una visita rápida, Katya. No tienes que hacer mucho. Claudia está dormida, solo vigílala», me dijo Mara por teléfono.

«¡Fácil!», pensé, «No puede ser tan difícil».

Pues resulta que la vida, como siempre, tenía otros planes para mí.

Nada más cruzar el umbral de esa casota, mi hombro pegó contra la puerta. Las llaves cayeron al suelo, y mi pie, como si tuviera vida propia, tropezó con una alfombra de terciopelo tan lujosa que parecía una trampa. La alfombra se enredó con mis pies y terminé dando unos pasos torpes, como si estuviera en medio de una crisis existencial bailando salsa.

—¡Joder, qué pendeja soy! —murmuré mientras mi cara hacía un aterrizaje directo contra la alfombra—. Un buen comienzo... —me dije a mí misma, levantándome a tientas, buscando las llaves como si fueran una especie de premio escondido.

Ya estaba sudando. Y el uniforme de enfermera me apretaba tanto que sentía que me lo habían cosido a la piel.

—Respira, Katya. Solo vigila a la señora Claudia. Nada de dramas —me repetí como un mantra, mientras me levantaba y avanzaba por el pasillo, sintiendo que cada paso hacía eco de mis torpezas. Y claro, a mitad de camino, una mesa decorativa con un jarrón de cristal "impecable" me hizo ojitos.

«No lo toques», pensé, como si el sentido común me hablara. Pero yo no soy amiga de seguir las recomendaciones de mi cerebro. ¿Y qué pasó? Pues que el jarrón se fue al suelo con un estruendo que hizo temblar los cimientos de la casa.

—¡Ay no, no, no! —me cubrí la cara con las manos, como si eso fuera a detener la catástrofe. Traté de levantarme, pero terminé otra vez enredada con las alfombras. Al menos logré mantenerme en pie, pero a estas alturas, sentía que la vergüenza ya me estaba tapando la cara.

—¿Cómo carajo voy a pagar esto? —me regañé, mirando alrededor, desesperada—. Mara me va a matar. Esto no puede ser tan difícil.

De repente, escuché unos pasos a lo lejos. Me congelé en el lugar, mirando los pedazos de cristal esparcidos por todo el pasillo.

«¿Qué hago? ¿Lo recojo? ¿Lo ignoro?», pensé mientras el pánico me invadía.

Y en ese preciso momento, apareció él.

Un hombre que parece un Dios.

El tiempo se detuvo. El tipo que acababa de entrar era lo opuesto a mí: atractivo, alto, bien vestido, con una actitud que no le deseaba ni a mi peor enemigo. Y yo, pues, ahí, en medio del desastre, con el rostro más rojo que un tomate maduro y una alfombra enrollada a mis pies.

«Genial, justo lo que me faltaba: el hombre perfecto, y yo aquí, siendo la versión humana de un desastre natural», pensé, deseando que el suelo me tragara.

Él se quedó parado allí, observándome con los ojos entrecerrados. Yo estaba de rodillas sobre el suelo, rodeada de vidrios rotos, con cara de "por favor, que alguien me lleve al fin del mundo".

—¿Todo bien? —preguntó, levantando una ceja, como si no supiera si estaba viendo una comedia o una tragedia en vivo.

«¿Bien? ¿Cómo voy a estar bien?», pensé, mientras sentía que el universo entero se reía de mí. Mi cara era un hervidero de vergüenza.

—¡Yo... yo... lo siento mucho! —exclamé, levantándome como si el suelo estuviera hecho de lava. Levanté las manos en señal de rendición—. Es que... esta alfombra está un poco... resbaladiza —dije, aunque sabía que esa excusa no iba a volar ni en sueños.

Miró el jarrón roto, luego volvió su atención hacía mí, y soltó una risa suave.

—No te preocupes, no es un gran problema —dijo, sonriendo con una mueca divertida—. ¿Estás... bien?

«¿Bien? ¿Cómo crees?», pensé, mientras el universo seguía burlándose de mi vida.

—Sí, claro, todo perfecto. Es solo... la primera vez que cuido... —me mordí la lengua, casi dije algo estúpido—. Per... perdón… que llego tarde —dije, con una voz mucho más aguda de lo normal.

—¿La primera vez? —Renato frunció el ceño, claramente divertido—. Parece que no va a ser tu último desastre.

Lo miré, incapaz de evitar una risa nerviosa.

—¿Desastre? ¿Cuál? Fue solo una torpeza momentánea, por el apuro —dije, tratando de suavizar la situación, pero solo logré hacerla más incómoda—. No volverá a pasar.

—No te preocupes, no muerdo —dijo Renato, con un tono irónico—. Aunque, en este caso, lo que has hecho parece mucho más peligroso.

Tragué saliva y, por pura desesperación, traté de moverme. Pero, claro, el cordón de mi zapato decidió convertirse en enemigo mortal y se enredó con la alfombra. Resultado: una caída estrepitosa hacia adelante, justo cuando Renato trataba de alcanzarme.

—¡No! —grité mientras me preparaba para el impacto. Pero ya era demasiado tarde.

¡PLAF! Mi rostro aterrizó contra el hombro de Renato. Él reaccionó rápido, pero el momento fue tan incómodo como si hubieran metido un elefante en un cuarto lleno de cristales.

—Eso... fue... inesperado —murmuró, mirando con una mezcla de diversión y algo más que no pude identificar.

—Perdón... otra vez... —dije, levantando la cabeza lentamente, deseando que el suelo se abriera y me tragara—. El día de hoy soy un desastre ambulante.

Renato soltó una risa suave.

—Lo veo. Pero eso tiene su encanto —dijo, con los ojos brillando de simpatía—. Creo que el caos te sigue, ¿no?

Me levanté con torpeza, di un paso atrás y traté de alejarme rápidamente. Mi cara seguía roja como un tomate, pero no podía evitar pensar que, a pesar de todo, había algo tierno en cómo en el hecho de que él no me estuviera mirando con desprecio.

—Creo que no podría hacer más daño... aunque lo intentara —murmuré, sonriendo nerviosa, levantando las manos en señal de rendición.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.