Cuando Renato entró a la habitación detrás de mí, yo ya estaba completamente en shock. Y luego… ahí estaba, frente a mí, yo como una niña en su primer día de escuela: sin idea de qué hacer y con la presión de no meter la pata. Mara me había dicho que solo estaríamos Claudia y yo. Nada de visitas, nada de imprevistos. Pero claro, aquí está el hijo de Claudia, observándome como si esperara ver a una experta en cuidados médicos.
«No está ni tibio, ¿Qué espera de mí? ¿Que actúe como una profesional» reclamé en mi cabeza.
Con rapidez le di una escaneada a la habitación sin mover nada más que mis ojos.
«Ok, Katya, respira. Actúa como si todo estuviera bajo control», pensé mientras me moví dos pasos. Miré a Claudia, quien seguía allí, tan tranquila, tan... “inconsciente”. Su respiración era regular, sus manos descansaban inertes a los costados de su cuerpo, pero yo no podía dejar de sentirme observada. Era como si todo en la habitación estuviera atento a mis movimientos. Incluido Renato, que estaba a pocos pasos de mí, me miraba con esa cara de "¿ya vas a empezar o qué?".
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Renato, sin mucha intriga, pero con esa mirada curiosa que hace que me sienta aún más fuera de lugar—.
«Mara dijo que solo había que vigilarla, ¿no?» le respondí en mi mente, «¡Voy a morir!», pensé y apreté los ojos ante la ansiedad.
¿Vigilarla? Claro, eso es lo que me había dicho. Pero no mencionó que tendría que hacerle un seguimiento profesional, ni que tendría que simular que sabía lo que estaba haciendo.
«Ok, Katya. No pasa nada. Estás aquí para aprender», me repetí en la mente como un mantra.
Miré a Claudia, y de alguna manera, mi mente decidió poner en marcha el modo improvisación. Porque si algo sabía hacer era... improvisar. Pero eso no necesariamente era bueno.
«En este caso algo es mejor que nada… ¡Por Mara y su relación!», pensé.
—Bueno, eh... —dije, mientras me acercaba a la cama de Claudia y comenzaba a inspeccionar la máquina de oxígeno como si fuera la primera vez que veía una—. Todo está... bien. No hay mucho que hacer por ahora. Ella solo está… descansando —dije convencida.
Sí, estaba convencida, pero de que había cometido un error, uno muy grande. No sabía por qué carrizo acepté apoyar a Mara en esto.
Renato se acercó, observándome con atención. Y, claro, yo, en vez de tranquilizarme, me puse más nerviosa. No quería parecer tan... desastrosa. Pero lo era. Totalmente.
—Perfecto —dijo él, cruzando los brazos. Su voz era suave, pero había algo en su tono que me hizo sentir que estaba esperando que dijera algo más coherente. O que al menos que no fuera tan torpe.
De repente, miré la mesa al lado de la cama, y me pareció que estaba observándome como un objetivo en una película de terror. El jarrón de cristal estaba allí, completamente en su lugar, sin hacer nada… ¿pero qué tal si yo hacía algo? ¡Algo impresionante! Sin pensarlo demasiado, tomé una pequeña toalla y la doblé en un par de formas muy complicadas que ni yo entendía, solo para sentir que tenía el control de la situación.
—Eh... Esto... —dije mientras colocaba la toalla sobre la cama. Estaba haciendo un desastre, y no sabía por qué lo estaba haciendo. Lo único que estaba claro era que me sentía completamente fuera de lugar.
Renato me miró, entre divertido y confundido. Luego se inclinó un poco hacia Claudia y susurró:
—Ella está en coma, ¿no? —preguntó con una ligera sonrisa en los labios.
«¡Claro! Está en coma» respondí insegura, en mi mente, «¿pero y si está consciente? ¿Qué tal si me está observando con una mirada de '¿De qué carajo estás hablando?'», pensé, pero no dije nada. Solo asentí con una sonrisa que me salió más nerviosa que convincente.
—Sí, claro... en coma. —Respondí, aunque mi voz sonó a medio camino entre una duda existencial y una mentira piadosa.
De repente, algo extraño ocurrió. Claudia movió el dedo. Solo un poco. Pero solo yo lo vi. ¡Lo vi! Mi respiración se aceleró y me quedé mirando su mano, esperando que lo repitiera. Pero no lo hizo. Todo volvió a ser tan normal como antes. O al menos, eso quería pensar.
Renato se giró hacia mí, sin percatarse del pequeño movimiento que acababa de presenciar.
—¿Sabes lo que estás haciendo, o... solo estás improvisando? —me preguntó, con una sonrisa que me hacía querer morir y reír al mismo tiempo.
Me sentí atrapada.
«Improvisando... por supuesto. Estoy improvisando como si fuera una estrella de rock», pensé, pero en vez de salir huyendo, le respondí con toda la desinhibición que pude reunir.
—¡Improvisando! —exclamé fingiendo estar ofendida, dándole un toque de teatralidad a mis palabras—. Pero, bueno, ¿quién no lo hace? El arte de improvisar es el más grande de los talentos, ¿no? Solo que a veces no todos lo aprecian —agregué un poco de saracasmo—. Es parte de mi trabajo, se… señor…
—Renato —contestó él mirándome divertido aunque sus labios estaban apretados en actitud seria.
Renato arqueó una ceja, como si estuviera tratando de descifrar si estaba bromeando o si realmente pensaba que improvisar era una técnica avanzada.
—Supongo que eso explica mucho —respondió con una sonrisa divertida. No parecía molesto, más bien como si le gustara ver mi caos en acción.