A la gélida luz del sol que desaparecía, Ailyn había tomado entre sus manos aquel antiguo contrato que había encontrado esa mañana. El papel crujía mientras una ráfaga de viento frío la golpeaba fuera de su agarre, al cerrar la venta del estudio. Ella se acomodó, contra el sillón del escritorio de su padre. Y estrechó el documento presionado contra su pecho. El papel se sentía cálido contra sus senos y un gemido se le escapó de los labios. Algo revolvió en lo más profundo de ella: la parte de ella relacionada con el deseo de saber de aquel documento. Pero en su mayor parte, se trataba de una necesidad principalmente devastadora…
— Estoy condenada. Estoy condenada. Estoy condenada…
Aquellas fueron las únicas palabras que pude articular mientras leía las líneas de aquel acuerdo.
— Estoy condenada. —susurró nuevamente.
La luminosidad solar se hizo más tenue. Pronto caería la noche y entonces ella no sería capaz de terminar de leer adecuadamente el acuerdo de aquel contrato. En ese instante se percató de que no deseaba conocer más de su contenido. El documento cayó suavemente al suelo, dejando al descubierto la antigua y desgastada hoja de pergamino. Intentó incinerarlo en el fuego de la chimenea. Sin embargo, nunca se consumía, siempre regresaba para recordarle que estaba destinada a un hombre influyente.
— ¿Ailyn? ¿Estás bien?.
Asustada, ella se volteó y casi le rugió a su abuela. Con el corazón golpeándole en el pecho, palpitándole dentro de la caja torácica como el aleteo frenético de las alas de un ave atrapada. Ella bloqueó el sonido y mantuvo apretada su mandíbula con fuerza.
— Oh Dios mío, ¿Ailyn? ¿Te pasa algo malo? —murmuró su abuela Mara, con los ojos muy abiertos por la preocupación.
Ailyn negó con la cabeza y aferró el papel contra su pecho una vez más.
— No, estoy perfectamente, abuela Mara. —jadeó ella.
Luego, levantándose del sofá, le sonrió a su amiga abuela Mara.
— La verdad es que estás diferente hoy.
— Nada de eso, vámonos de aquí abuela.
— Bueno espero que hoy no estés en las nubes, porque necesito que me ayudes en la cocina.
— Está bien abue…
Las dos se dirigieron a la cocina, Ailyn lo que hacía era reflexionar sobre aquel contrato y cuándo se haría efectivo las condiciones allí mencionadas. Pero lo que ella no sabía era cómo serían las cosas de ahora en adelante. Aquella noche ella había tenido sueños extraños, incomprensibles. Criaturas a cuatro patas corrían a medio galope a través de los antiguos bosques, envueltos por la luz de la luna y la neblina.
En medio de sus ilusiones escuchaba el grito de un lobo en la lejanía, lo perseguía hasta llegar a un pequeño espacio abierto en el bosque donde se encontró con un imponente lobo de pelo gris plateado y ojos penetrantes de color verde. A pesar de que esa criatura que aparecía en sus sueños Ailyn sabía que experimentaba una extraña conexión con él. Sin embargo, esa mirada del lobo era melancólica y solitaria.
A la mañana siguiente, empapada en su propio sudor y agitada por el temor, se había despertado para encontrar el contrato reposando sobre su mesita de noche, entre el reloj y la lámpara. Estaba condenada como ella afirmaba, ese odioso acuerdo le preocupaba mucho, solo de recordar el día que lo conoció en aquel instante menos previsible. Maldijo en silencio aquel estúpido acuerdo.
Ailyn ese día estaba visitando el sepulcro de sus parientes. En ese instante Zephyrus percibió un olor distinto al que percibía a diario. No pudo resistirse, deseaba averiguar su procedencia. Cuando él llegó al sepulcro, allí estaba ella, una bella joven chica humana. Se detuvo al ver a quién pertenecía el sepulcro, y se quedó inmóvil allí. El hombre maldijo a la diosa luna, lo despiadada que ella puede ser. Sabía que en aquel sepulcro reposaban los restos de dos seres humanos que habían pactado con sus ancestros, un contrato matrimonial entre dos razas distintas.
Ella intentó caminar despacio hacia atrás, pero sintió que alguien la observaba. En ese instante se dio la vuelta, y Zephyrus se mantuvo inmóvil y simplemente alza su rostro como si estuviera oliendo algo. En ese momento sus miradas se cruzan. Ailyn lo observa, era un hombre atractivo, alto y muy fornido, con cabello oscuro y algunas canas plateadas. Aquellos ojos que la fascinaban eran tan profundos como el verde de la esmeralda, brillantes y enigmáticos.
— Mate… —simplemente, las palabras se le escapan de su boca, a Zephyrus. — No… No lo acepto.
El rugido de el asusto a Ailyn, que se le acerco con largos pasos hacia donde estaba ella, en ese instante se detiene frente a frente, le sujeta la barbilla y la obliga a mirarlo. Zephyrus la observa intensamente a los ojos, Ailyn se queda sin aliento al sentir su contacto en su barbilla.
— No eres mi predeterminada, no lo admito, nunca lo serás. —Zephyrus estaba tan furioso que su energía Alfa se le escapaba. — No deseo verte cerca de este territorio, toda tu familia está condenada.
— N… No, Comprendo lo que dices señor. —Ailyn no podía respirar su oxígeno no llegaba a los pulmones aquel hombre la tenía sujetada con fuerza.
Ailyn no pudo moverse, no pudo contemplarlo a los ojos nuevamente. El temor que experimentó Zephyrus la obligó a soltarla y ella se desplomó en el suelo, derramando lágrimas de sus mejillas. Él se distanció de ella no antes de pronunciar algunas palabras.
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Editado: 02.11.2024