Un corazón para el duque de Lancaster

CAPITULO 3

Claire ingresó ofuscada a su residencia, seguida de cerca por Amalia. Se quitó los guantes y golpeó nerviosa la palma derecha con ellos. Se sentía furiosa, y no precisamente con el conde de Essex, sino consigo misma por haber perdido el sentido del decoro ante el desconocido que salvó su vida.

A pesar de que la mañana era fresca y agradable, sus manos sudaban y tenía las mejillas sonrojadas.

—¿Se siente bien, milady? —preguntó Amalia, quien aguardó paciente a que su señora se desahogara.

—No lo puedo entender, Amalia… —dijo ella, subiendo las escaleras para dirigirse a su alcoba. De pronto se detuvo y la doncella casi choca con su espalda. Se volteó y preguntó—: ¿Crees que alguien se dio cuenta del incidente?

Se sentía realmente una tonta. Arriesgó su reputación por un hombre a quien siquiera conocía y del que seguramente no volvería a saber nada.

—La única persona que llegó en el instante en que usted regresaba fue lady Lyngate, pero ambas sabemos, milady, que a ella no le conviene decir absolutamente nada de usted.

Claire suspiró más tranquila, dándole la razón a Amalia.

—Tienes razón, Amalia. Es un secreto a voces el motivo por el que no diría nada que perjudicase mi reputación. —Negó con la cabeza—. Mejor olvidemos el asunto y prepárame un baño. Debo… —entrecerró los ojos al evocar las manos de aquel hombre, estrechando su cintura— debo refrescarme para recuperar la cordura. Por cierto, sé que no es necesario que te lo diga, pero no menciones ni una sola palabra de esto a nadie. No quiero que ni mi madre ni mi hermano se enteren.

La doncella afirmó, intentando esconder la curiosidad que la carcomía. Algo había ocurrido, porque el temple y aplomo habitual de su señora desaparecieron de repente luego del incidente en el parque. Sin embargo, estaba segura de que tarde o temprano lady Claire le hablaría de aquel suceso, ya que eran muy unidas desde pequeñas y ella le había demostrado en varias ocasiones su confianza y lealtad.

Despojada de sus prendas, se hundió en la bañera, que había sido preparada con esencia de flores, y suspiró hondo mientras miraba el techo. Amalia se acercó con una esponja y le masajeó los hombros para que se relajara.

—En el parque conocí a un hombre… —inició luego de un largo silencio—. Me salvó la vida y ni siquiera pude preguntar su nombre. ¿Puedes creerlo, Amalia? —Todavía tenía sentimientos encontrados; se sentía culpable por no haberle agradecido y una tonta por arriesgarse a ser arruinada.

—¡Milady! ¿Cómo que le salvó la vida? ¿Qué le sucedió? —inquirió, aturdida, la criada.

—Un incidente con el caballo de lord Essex. Afortunadamente, aquel hombre llegó a tiempo para impedir que me rompiera el cuello. —Sonrió al recordar lo impresionante que se veía su salvador, como había decidido llamarlo.

—¿Y no sabe quién es, milady?

—No recuerdo haberlo visto, aunque su rostro me resultó algo familiar. Sin embargo, no iba vestido como manda la etiqueta y parecía más bien alguien habituado al campo. Y su modo de andar era sumamente elegante, pero alguien que se precie de ser un caballero no se habría comportado de aquella manera…

Claire habló a borbotones dando voz a todas sus dudas, y su doncella no había comprendido ninguna de sus palabras.

—Tal vez se trate de algún nuevo heredero… —fue lo único que se le ocurrió decir a Amalia.

—Tal vez… O quizá solo sea un hombre sin importancia que estuvo en el lugar y momento justo para evitar mi desgracia.

Viendo la curiosidad de Claire, a Amalia se le ocurrió una idea.

—Si desea saber de quién se trata, puedo indagar con las demás criadas. Tal vez ellas sepan de un nuevo lord…

Claire se mordió el labio inferior y suspiró.

—No lo sé, no me gustaría levantar sospechas. Ambas sabemos que este tipo de cosas podría resultar un arma de doble filo, y lo más probable es que hagan conjeturas y empiecen las habladurías.

—Entonces ¿se quedará con la duda, milady? —Amalia estaba segura de que lady Claire detestaba los hechos no aclarados.

—De momento, no queda más remedio. Si se trata de alguien importante, sin dudas en algún momento lo veré de nuevo.

La cena transcurrió en un apacible silencio en Lancaster House. Cuando los comensales terminaron, se dirigieron al estudio principal para beber y conversar sobre los sucesos ocurridos por la mañana.

Arthur, quien residía en Londres desde hace un mes, sirvió dos copas de coñac y le tendió una al conde de Essex, quien se encontraba sentado delante de la chimenea apenas avivada. Tomó asiento frente a él y bebió un sorbo, manteniendo fija la mirada en el caballero rubio que lo veía expectante.

Lord Essex había regresado de América tras recibir aquella inquietante misiva en la que el duque le informaba sobre sus planes y solicitaba su ayuda. Ambos eran muy buenos amigos desde la infancia, ya que crecieron en señoríos contiguos. Aunque Arthur le llevaba un par de meses a Cromwell, habían estudiado juntos y el conde era el único quién comprendía, sin necesidad de mediar palabra, al duque de Lancaster. Además, guardaba emociones profundas por la difunta lady Susan, y ambos estuvieron a punto de convertirse en cuñados.




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