La noche llego en menos de lo que imagine. No tome la siesta que tanto dije que tomaría. Me quedé pensando, acostado en la cama mirando al techo, perdido completamente de mi realidad, ni siquiera supe como la noche había llegado tan rápido.
Me senté en la cama, cerré los ojos y estiré los brazos. Estaba cansando, muy cansado, aunque no pude comprender porque no pude dormir si los ojos me ardían y los parpados se esforzaban por no caer.
Me puse en pie y caminé hacia el ventanal que estaba en la habitación, en la que ahora era mía. Mire atreves del cristal, la vista daba hacia la parte trasera de la casa. El bosque se veía a la perfección, los árboles se movían con intensidad por el viento y todo estaba siendo alumbrado por la luz de la luna, la que ahora era un tanto dificultosa por las nubes grisáceas que le pasaban por enfrente.
Aquel paisaje me daba mucha paz, aquel lindo paisaje era todo lo que transmitía relajación, lo que cualquier persona estresada necesitaba para desestresarse por un momento. Pero una imagen que se reflejó en mi mente de todo lo que había pasado en el almuerzo, me esfumo esa paz y tranquilidad de inmediato. No entendía porque llegaban aquellos recuerdos de lo desagradable que había sido el almuerzo. Supongo que por el mal rato que me hicieron pasar, como me hicieron sentir tan miserable, que hasta ahora estoy considerando escapar de este lugar.
Alguien toco la puerta, me di la vuelta de inmediato. Pensé que podría ser alguien para decir que bajara a cenar, porque ya era hora de eso, no sabía con exactitud la hora, pero por la postura de la luna eran mínimo las nueve de la noche.
Corrí a pasos sigilosos sin hacer ruido hacia la cama. Me recosté y me cubrí con la sabana hasta el cuello. Traté de buscar la voz más soñolienta y cuando sentí que tenía el tono adecuado, entonces respondí a los llamados de la puerta:
—Pase —susurre. Pensé que nadie había escuchado aquel tono de voz, pero cuando la puerta se abrió deshice aquel pensamiento.
Mi padre entro a la habitación, tenía una bata negra muy ancha que le llegaba hasta las rodillas, estaba bien peinado y podía asegurar que tenía las mejillas más rosadas que de costumbre.
El cerro la puerta tras su espalda y se encamino hasta la cama sentándose a mi lado. Me puso la mano en la frente y me miro con expresión de preocupación.
—¿Porque no bajaste a cenar? —me pregunto, quitando su mano de mi frente.
Mi mente se quedó en blanco, no supe que responder en ese preciso momento. Sin embargo, por mi cabeza paso aquella acción que tuvo al entrar a la habitación. Aquella mano en mi frente me dio una idea que posiblemente me sacaría de aquella situación en la que no encontraba que excusa decir.
—Me siento enfermo.
—¿Que? —entonces me di cuenta de que tal vez aquella idea no fue la mejor del mundo—. Tenemos que ir a donde la bruja para que te revise, o le diré a Roy si sabe algo de medicina.
Negue en cuando escuche la última propuesta. Lo último que quería era estar en manos de Roy, me parecía un hombre demasiado extraño, tenía el presentimiento de que guardaba muchos secretos y que toda la amabilidad que mostraba era solamente una careta que llevaba puesta. Aunque algunas veces me llegaba a cuestionar a mí mismo por desconfiar de la mayoría de las personas que eran amables con nosotros, pero luego recuerdo que las energías no mienten y que hay muchas personas malas que se disfrazan de buenas.
—No padre—respondí en un tono de voz suave—. No es nada extraño. Solo me siento raro, mi cara me arde y me siento un tanto deshidratado, ya sabes que tuvimos que pasar por mucho y caminar demasiado para llegar hasta aquí.
El al parecer lo entendió porque su expresión se relajó y me mostro una sonrisa.
—Le diré a Aiden que te traiga un vaso de agua.
—¡NO! —exclame, pero la expresión de mi padre me hizo relajar y hablarle en un tono de voz calmado—. No es necesario, más tarde bajare a hidratarme.
El asintió con la cabeza. Busco mis manos por debajo de las sábanas y me dio dos besos en el dorso de estas.
—¿Qué pasa? —le pregunte al ver su comportamiento tan repentino.
—¿Que? ¿No le puedo dar besos a mi hijo?
Sonreí. Me agarro de imprevisto, me sujeto la cabeza con sus dos manos y me comenzó a dar besos por todo el rostro, puse mis manos en su pecho y reí a carcajadas mientras sentía el cosquilleo de sus labios en mis mejillas y mi frente.
—¡Papá! —grite en medio de risas.
Mi padre dejo de darme besos en el rostro, ambos terminamos con los cabellos despeinados, el tomo bocanadas de aire y se llevó su mano derecha a su pecho mientras sonreía relucientemente.
—Eres una bolita muy dulce —confeso.
—Una bolita muy rebelde —le dije.
—También lo eres —murmuro en medio de una carcajada.
El giro la cabeza viendo por el ventanal por el cual se veía el cielo nublado y la luna tratando de salir de entre el medio de las nubes que la invadían. Como si fuera a salir y ya era muy tarde, apretó los labios con fuerza y se acomodó el cabello con su mano. Me dio un beso en la frente y se levantó de la cama.
—¿Adónde vas?
—También estoy cansado Adel, iré a mi habitación a dormir, además ya es muy tarde para seguir despierto.
Algo en él me decía que estaba mintiendo. Su tono de voz era forzoso, igual que la vez que nos dijo a Aiden y a mí, que no podía llevarnos a su trabajo. Esa misma expresión de pena y preocupación que tuvo aquel día.
Esa excusa era extraña, y como pude seguirlo y descubrir lo que trabajaba aquel día, hoy siento que también esconde algo. Lo primero que me llego a la mente era que Roy, Grey y Aiden lo estaban manipulando para hacerle algo, pero después pensé que tal vez tenía que volver a su trabajo.
No quise levantar sospechas, ni que pensara que no me había tragado el cuento de que realmente tenía sueño. Así que asentí y le mostré una sonrisa.