Por la carretera, el rugido del motor de un automóvil Mustang de color rojo rompía con la calma del lugar. Dentro estaban tres chicos que se agitaban de forma agresiva por una canción llamada lobotomy de un grupo de nombre vulture. En el asiento del conductor se encontraba Raymundo, un chico de dieciséis años de cabellera china de color castaño. Su piel era blanca y sus ojos eran de color avellana. Su vestimenta era una chaqueta de cuero de color café, jeans azules y unas botas negras. En el asiento del copiloto estaba Donny, un joven (de la misma edad que Raymundo) de cabello negro a quien por peinado le gustaba llevar una cola de caballo. Vestía una chaqueta negra con una playera blanca, jeans azules y tenis color negro con blanco a los lados. Y en el asiento trasero, estaba Mauro. Un chico de quince años de cabello rubio y corto al ras, y que vestía una sudadera negra, jeans de color azul y tenis azules. A diferencia de sus amigos, este último fingía tocar una guitarra.
—Te dije que era buena idea tomar el auto —gritó Raymundo al ver a Mauro por el retrovisor.
—Pero ¿por qué no lo estoy conduciendo yo? —preguntó Mauro.
—¡Por cagón! —gritaron Raymundo y Donny al mismo tiempo.
Desde hacía dos semanas que Raymundo les había propuesto un plan: ir a divertirse al parque de diversiones. Pero había varios inconvenientes. El primero es que sería casi imposible que sus padres los dejaran ir. El segundo era que el parque de diversiones que el proponía se encontraba a ciento treinta kilómetros de donde vivían y la única forma de llegar era en autobús. Pero no contaban con el dinero suficiente. Lo que le parecía curioso era que mientras Raymundo hablaba, lo miraba disimuladamente a él; y cuando le dirigía la mirada a Donny era para señalarlo de nuevo. Finalmente, Raymundo se dejó de rodeos y centró toda su atención en su amigo.
—Mauro, tu papá tiene un auto ¿Por qué no se lo pides prestado? —el escuchar esa pregunta, solo sumaba peso a la negación que le daría su padre unos momentos después de hablar. Pasaría de un “no” a “¿Perdiste la razón?”
—¿Por qué no usamos la camioneta de tu papá, Donny? —preguntó con la esperanza de que a él se le cargara la responsabilidad.
Donny empezó a reír.
—Mi papá ya no tiene camioneta. La vendió para pagarle al maldito prestamista.
Al escuchar esta respuesta, rápidamente Mauro dirigió su mirada hacia a Raymundo.
—¿Y qué hay del auto de tu padre? —Mauro sabía que el padre Raymundo si tenía su camioneta y, a diferencia de él, tenía más probabilidades de que se la prestaran, y eso a base de engaños.
—¡Yo no viajaré en esa chatarra! —las palabras de Raymundo lo dejaron frio—. Quiero que viajemos con estilo y no veo nada más genial en este mugroso pueblo que el Mustang de tu padre —Raymundo se acercó a Mauro y al ponerle ambas manos en los hombros, lo presionó—. Consíguelo…amigo —dijo con una inquietante sonrisa que casi lo hizo orinarse.
—¡Cuidado! —gritó Donny.
Raymundo reaccionó y pisó el frenó. Al hacer esto, las llantas hicieron un chillido horrible y comenzaron a dejar unas marcas negras en el pavimento cada que avanzaban de forma estática. En cuanto el automóvil se detuvo, Mauro se estampó contra el asiento del piloto y regresó casi con la misma fuerza a su asiento.
—Eso…estuvo muy cerca —dijo Donny con tono exhausto.
—Sí —rio Raymundo—. Hey Mauro ¿Cómo estás tú? —preguntó volteando hacia el asiento trasera. Este respondió haciendo un movimiento sin mucho sentido con la mano derecha mientras masajeaba la parte izquierda de su cabeza con la otra mano. Raymundo volvió a reír. Al regresar la mirada hacia el frente, levantó un poco el cuerpo del asiento para ver si el automóvil había chocado—. Oye, Mauro, tienes suerte. No le pasó nada al auto de tu padre.
—¡Ten más cuidado, imbécil! —gritó el hombre del auto Tsuru de color gris que estaba frente a ellos.
—A la próxima quizá le destroce el trasero a tu chatarra de auto, idiota —respondió Raymundo antes de presionar dos veces la bocina.
Mientras su amigo estaba en lo suyo, Donny sintió curiosidad por los diversos ruidos de bocinas provenientes de más adelante y se aferró a la parte superior del marco de la ventana y, con poco esfuerzo, sacó la mitad del cuerpo por la ventana. Un leve pero largo silbido escapó de sus labios al ver la enorme fila de autos que cubrían la carretera. Mirando hacia ambos lados, se dio cuenta de que la carretera se encontraba en medio de dos zonas completamente verdes. Del lado izquierdo, a lo lejos, se podían ver árboles y varias montañas, y del otro lado solo llanura. Antes de volver a entrar, se topó con la imagen de una estructura que desde donde estaba se veía pequeña. Pero tenía un color rojo tan vivo que le produjo una sonrisa.