Un (dos y tres) Reencuentro (s)

Capítulo 2

Capítulo 2. Has cambiado 
 


 

Nunca Al Revés Morat
 


 

Cuatro meses, una carta, un par de fotos
 


 

Tu recuerdo un terremoto
 


 

Cuando llega todo se desarma
 


 

Fueron tantas esas noches
 


 

Que en pedazos me empeñaba en darle abrazos
 


 

Como loco a tu fantasma.
 


 

Había odiado muchas cosas en mí vida, como por ejemplo a esa persona que tenía la mayoría de edad y aún así se comportaba como una inmadura, el reggaetón, el alcohol, y los hombres idiotas, pero lo que nada podía compararse era que me tomen por tonta. Oh,  sí, era una maldita que no podía verse bien enfrente de un espejo, pero eran dos cosas distintas. 
 


 

—Te hice una pregunta —insistí. 
 


 

Por qué ahora vuelves a cambiarme los planes?
 


 

No me obligues a olvidarte por segunda vez
 


 

Si yo nunca te busqué, no me llames
 


 

Tú perdiste ese derecho al desaparecer
 


 

Solo yo podía fallar y de la nada un día llamar
 


 

La verdad, siempre fue fácil suponer
 


 

Que, de los dos, volvería yo a tus pies
 


 

Pero nunca al revés.
 


 

Su mirada volvió a mirarme.  No recordaba esos ojos, los había olvidado completamente por mí, para que no duela ese recuerdo del pasado. 
 


 

Pero la cicatriz volvió a abrirse. 
 


 

¿Por qué? ¿Por qué volviste? ¿No me ves como estoy con tu regreso? ¡Estaba tan bien, carajo! 
 


 

Tu recuerdo dejaba de doler, esa cicatriz se había ido, había pasado el tiempo de las noches en vela preguntándome porqué, sabías que te quería con todo mí corazón y aún así decidiste abandonarme, no despedirte de una manera que podía ser la mejor. Y aún que te había perdonado, solo lo dije porque quería que vuelvas...
 


 

... volviste. 
 


 

Aunque costara alejarme
 


 

Pude acostumbrarme a no pensar en ti
 


 

Ya era feliz y tú llegaste tarde. 
 


 

Apreté con fuerza las manos. 
 


 

—También es un gusto volverte a ver, Allison. 
 


 

—¿Un gusto? ¿En serio? ¿Por cuánto te fuiste,  Thiago? ¿Eh?
 


 

—Allison...
 


 

—¡No! Me vas a escuchar. 
 


 

Camine hacía él. Había estado esperando por este maldito reencuentro, quería que supiera como me había sentido en todos estos años. Quería que se enterará por las buenas o malas. Tenía que sufrir lo que había sufrido yo. 
 


 

Una mano me impidió.  Sebastián me agarró de la muñeca y con su fuerza me atrajo hacía el. 
 


 

—No vale la pena. 
 


 

—¡Sí, sí lo vale! 
 


 

—Allison —me señalo a la gente.   
 


 

Es cierto, la gente echaba una ojeada hacía a nosotros. Eso también odiaba. Odiaba todo.  
 


 

—Está bien. 
 


 

Tenía que comportaba como alguien que pronto cumpliría diecinueve, casi veinte, no tenía que estar esa niña caprichosa que quería que su mejor amigo volviera, que le perdonará. Todo había cambiado. Había cambiado. Él había cambiado. 
 


 

No valía la pena llorar por algo que ya había pasado y que aunque ambos lo extrañáramos, ya había pasado. 
 


 

Acomode mis cosas y sin mirar atrás, dije:  
 


 

—Bienvenidos a Buenos Aires. 
 


 

Dolía. 
 


 

Trate de evadir el tema con Sebastián hasta que entendió que no quería hablarlo, y que le hablaría de lo que había pasado. Era cosa mía y de Thiago, había varias cosas que ambos sabíamos uno del otro y que siempre sería así, porque me sorprendía la confianza que tuve con él desde el principio.  
 


 

Los amigos inseparables. 
 


 

Era como mamá siempre nos decía cuando estábamos juntos, y Thiago me desordenaba el cabello cada vez que tenía oportunidad. Solamente podía abrazarlo porque era mí lugar seguro, era mí casa. 
 


 

Espere en una esquina a qué el semáforo cambiará a verde, mientras me abrazaba con mis brazos. Hacía mucho frio, no recordaba que el clima iba a estar tan feo, porque esperaba el sol. 
 


 

—Ten.  
 


 

Me di la vuelta. 
 


 

—¿No estabas con tu amigo? —pregunté.  
 


 

—Yo también te puedo preguntar lo mismo, Allison. 
 


 

—No la quiero. 
 


 

—Vas a tener un resfriado, sé que no te gusta que lo tengas por los mocos. Y más porque se te seca la piel después de pasarte tanto el papel higiénico, te recomiendo que la uses. 
 


 

Apreté mis manos sobre mis brazos. 
 


 

¿Aún...? No. 
 


 

—Ya voy a llegar a casa, así que no la necesito. 
 


 

—Por eso, no te va a hacer mal usarla antes que llegues a tu casa.  Toma. 
 


 

—¿Y vos?  
 


 

—No soy quien anda con una camiseta y solo unos pantalones. 
 


 

Maldita ropa del entrenamiento. 
 


 

—Solo por hoy —accedí. 
 


 

—Me basta. Dame que te tengo las cosas —agarró mí mochila. 
 


 

Ni siquiera me dio tiempo de negar. No, el ya estaba pasado la mochila por su espalda y yo estaba agarrando la campera que era de él. Hace mucho que no usaba su ropa, parecía eterno. 
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.