El bar estaba lleno de personas. La gente cantaba y reía, como si todo mi entorno fuera indiferente a mi sufrimiento, mientras me movía entre las mesas, sirviendo tragos con una sensación de vacío. Aún me dolía la garganta por los gritos del ataque de ira de la mañana.
-¿Estás bien? -preguntó Ruth, mientras servía unos tragos en la barra.
-Sí -las palabras salieron casi sin sonido de mi boca.
-¿Es la casa otra vez, verdad?- una compasión angelical se dibujó en el rostro de Ruth. Ella sabía desde hace un tiempo los problemas con respecto a la hipoteca que me habían atormentado.
-Luego te cuento -respondí sin el mínimo deseo de querer hablar, pero a la vez queriendo gritarlo todo.
-Un trago fuerte, por favor -una voz masculina, con tono firme, nos hizo girar de inmediato hacia la barra.
Era él, el mismo hombre que había visto la noche anterior en la zona VIP con la abogada arrogante. Su figura, su largo cabello y su actitud imponente eran inconfundibles. No pude evitar mirarlo, como si su presencia me hipnotizara, como si algo en él rompiera todas las reglas de lo natural.
Ruth se apresuró a atenderlo, pero yo me mantenía firme como una estatua, mi mente en caos, conectando todos los cabos de la noche anterior y la reclamación de la propiedad. Ruth se giró para servirle el trago al hombre que se mantenía recostado en la barra con su presencia enigmática. Con una sonrisa fría, me dijo:
-Uno siempre termina pagando lo que debe. ¿No crees?-
Ruth, desconcertada por la tensión en el aire, me miró sorprendida. Con una mezcla de incertidumbre y rabia explosiva, me dirigí al hombre. Con voz temblorosa, pero firme, le pregunté:
-¿Eres el Sr. Audrey, verdad?-
Él sonrió maquiavélicamente y dijo:
-Tic-tac-tic-tac.
Puso el vaso sobre la mesa y se dio media vuelta, saliendo del bar. En un ataque de rabia y desesperación por respuestas, salí corriendo detrás de él, empujando a la gente a mi paso.
Pero cuando llegué a la calle, ya no estaba. Se había esfumado como el humo, dejándome con un torbellino de preguntas en mi cabeza.Me detuve, jadeando, con el corazón latiendo tan fuerte que sentí que iba a romperme el pecho.
Miré a mi alrededor, pero él no estaba. Se había desvanecido, como si nunca hubiera estado allí. Contuve un grito de frustración y regresé al bar, apenas pudiendo pensar con claridad.
Ruth se preocupó aún más, pero no quise entrar en detalles, y menos en horario laboral.Un dolor insoportable se apoderó de mi cabeza, como si fuera a estallar. La noche se hacía eterna y los clientes eran más insoportables que nunca.
-Hola, preciosa. Mi nombre es Ryan -dijo un chico extendiendo su mano para presentarse.
-Hola -respondí, dejando claro que no estaba para entablar conversación.
-Te molesté, lo siento. Quería presentarme ya que somos compañeros y a ti es a la única que no conozco aún -se rascó la cabeza.
-Emma. Necesito seguir trabajando -dije, sin mirarlo. Ni siquiera sabía quién me hablaba.
-Vale, disculpa-.
Sentí que se alejó y respiré profundo con cansancio. "¡¡Maldito señor Audrey, maldita vida!! ", repetía en mi cabeza todo el tiempo. De repente, un estruendo me hizo volver en mí; se me había caído la bandeja que llevaba en la mano.
Las copas habían caído al suelo hechas añicos, y el líquido se había esparcido.
-No, no -dije mientras me agachaba a recoger cada pedazo de cristal.
-A todos nos pasa -un chico de ojos azules, pelo corto rubio, me dibujó una sonrisa mientras me ayudaba con el desastre.
-Gracias, no es un buen día -dije apenada, mientras terminaba de levantar la bandeja con el desastre.
Él me ayudó a levantarme, me agarró del brazo y pasó ligeramente su mano por mi cintura hasta que quedé estable. Su largo y gran tatuaje con forma de dragón se hacía notable en su brazo derecho.
Fue entonces cuando me di cuenta de que era el nuevo cantante del bar.
¡Oh Dios!.
Ryan, al que había ignorado hace unos minutos.
A veces, la vida tiene formas drásticas de enseñarte a ser cortés con los demás.
-Gracias, y... lo siento, hace un rato no te hablé de la mejor manera -dije apenada.
-Ya me la devuelves -hizo una carcajada burlona, llevó ambas manos a su cintura dejando ver su cuerpo moldeado, definido y atlético- Es broma -volvió a rascarse la cabeza.
-Bueno, no sabía que tenía un costo -hice una mueca y puse los ojos en blanco. Me giré y volví a la barra a terminar mi trabajo. "Lo que faltaba para terminar la noche, un chistosito"
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Ya amanecía, y lentamente el bar se había ido vaciando. Mi jefe terminaba de sacar a los borrachos que quedaban sin poder valerse por sí mismos. Fui, como siempre, por mis cosas a la taquilla y luego al baño a intentar darle vida a mi rostro.
El espejo mostraba a una Emma más cansada que ayer. Las sombras negras bajo mis ojos ahora se hacían más notables. No podía evitar recordar todos los problemas que pesaban sobre mis hombros y que hacían una carga tan pesada sobre ellos.
Una lágrima rodó de mi ojo izquierdo, solo una. Nadie sabe el dolor que llevo dentro. Si tan solo pudiera cerrar los ojos y desaparecer por un segundo, pero la vida es aquí y ahora, no hay forma de salir de los problemas sino enfrentándolos.
Lavé mi rostro, como si el agua pudiera disipar mi realidad.
-Gordita -sentí la voz suave y angelical de mi amiga mientras ponía una mano sobre mi hombro
- Sé que no quieres hablar, pero no puedes castigarte así. Solo déjame ayudarte-
Me acarició el cabello. Levanté mi cabeza del lavamanos y pasé mis manos por mi rostro retirando el agua, pero mis ojos estaban rojos, como si ya no pudieran aguantar el peso de tantas lágrimas guardadas.
-Perderé mi casa, Ruth, y lo peor es que solo tengo una semana. Bueno, seis días. Ni siquiera sé dónde viviré. -
Me derrumbé, sentí que mis fuerzas se fueron, y entonces un torrente de lágrimas salió de mis ojos.