Un eco ancestral

6 Transición

La semana ha pasado rápido, como si quisiera irse de una vez. Los últimos días han sido un verdadero desafío. Ya es mañana y todavía estoy cerrando cajas. Muchas de mis cosas se quedarán aquí porque forman parte de la propiedad; no me llevaré más que cosas personales.

La mansión está más silenciosa de lo normal; las luces apenas se notan, como si la casa sintiera mi despedida. Duele recordar todos los momentos junto a mi familia. Pero ya todo se ha ido. Termino de meter las fotos y papeles antiguos en la última caja y pongo el misterioso libro escarlata cerrado encima. No quiero abrirlo; no quiero vivir otra escena horrible.

Llamé a mi trabajo y me dieron unos días para organizar la mudanza. Gracias a Ruth, que me ha ayudado a organizar todo y ha estado al pendiente de mí, también se encargó de organizar una reunión con el abogado-cantante. Pensándolo bien, aún no le he preguntado de dónde lo conoce tan bien, pero bueno, tal vez sea un ex o algo así.

El timbre sonó como un eco en la casa vacía.

—Hola, gorda —dijo Ruth abrazándome.

Yo le correspondí e hice una sonrisa triste.

—¿Estás lista? Oye, he traído a alguien para que nos ayude —dijo Ruth, como siempre con sus fantásticos planes.

—Hola —escuché una voz que ya conocía. El chico se asomaba con su sonrisa encantadora mientras rascaba su cabeza y se llevaba las manos a la cintura.

—¡Ah! Ryan, hola —dije saludándolo mientras miraba a Ruth. Ella hizo un gesto y se encogió de hombros.

—Bueno, manos a la obra —dijo Ryan frotándose las manos. Su enorme camioneta estaba afuera esperando; ahora entiendo por qué Ruth lo buscó.

Sacamos caja por caja, acomodándola en el auto. Mi pecho se comprimía con cada caja que sacaba; mis manos estaban frías y noté que el cielo se había nublado. Al parecer, todo mi entorno sentía mi tristeza.

Ryan fue a por un enorme cuadro con mis padres y le pedí que me dejara hacerlo yo. Sentía la necesidad de llevarlo, como si nadie más pudiera cuidar mis recuerdos.

El sonido de un auto me hizo estremecer; sabía que había llegado el momento de entregar toda mi vida en manos de un extraño. Salí a la puerta y allí estaba él, caminando hacia mí con una presencia tan imponente que parecía absorber la luz. Su traje negro, junto con su largo cabello que se movía al viento, hacía un contraste inquietante con el cielo oscuro.

—Emma Ford —dijo con una voz que era a la vez un susurro y un eco.—Finalmente llegamos a este momento que, admitámoslo, era inevitable.

—No cante victorias tan rápido, señor —dije con seguridad, intentando mirarle a los ojos, por lo que tuve que inclinarme hacia atrás. Ryan y Ruth salían con las últimas cosas que quedaban.

—Mi nombre es Ryan, abogado y amigo de Emma —dijo extendiéndole la mano a James con determinación.

Ryan se había presentado como mi abogado y aún no habíamos hablado. Bueno, al menos James verá que no estoy sola en esto. Pero el señor Audrey solo se limitó a sonreír y le dio la mano a Ryan con una frialdad calculada.

Sus miradas chocaron como dos rivales que se enfrentan a la pelea.

A lo lejos, una silueta esbelta se acercaba con paso firme; su cabello rojo me hizo reconocerla de inmediato.

—Buen día —dijo complacida, y sus ojos azules se posaron en mí—. ¿Sería tan amable de entregar la llave, Emma? —Su arrogancia me irritaba, pero su aura de poder era clara.

Apreté la boca y cerré los ojos, respiré profundo, dándome tiempo y evitando un ataque de ira. Saqué las llaves y se las extendí a James. Al tomar las llaves, su expresión cambió brevemente; vi una tristeza fugaz en sus ojos, como si una carga pesada lo hubiera afectado. Fue un instante casi imperceptible antes de que su arrogancia volviera a tomar el control.

—¿Feliz ahora, señor Audrey? Ya no le debo nada; ahora quien me debe es usted —dije con rudeza. Él volvió a sonreír, ajustando su traje y dándole vueltas a las llaves con un gesto teatral.

—Le recomendaría que marque este día en su calendario —dijo, mientras me extendía una tarjeta con su número. —Parece que nuestros caminos se cruzarán más de lo que le gustaría.

Ruth y Ryan, que escuchaban la conversación tensa, se limitaron a mirar en silencio. La abogada observaba al margen todo lo ocurrido, y su maldad era evidente.

Ruth levantó la pequeña caja llena de libros y fotos para marcharnos de una vez; fue entonces que sentí que algo cayó al suelo. La abogada levantaba lentamente el libro escarlata que antes había causado la escena desagradable y me lo entregó sin despegar sus ojos de él; su expresión era confusa. No dijo nada al respecto y yo lo tomé en silencio, notando su extraña reacción, y lo guardé.

La casa de Ruth era pequeña, un apartamento en las afueras del pueblo donde las personas con pocos recursos tenían que vivir, ya que todo Highland o en su mayoría era gente poderosa. Entré a la pequeña casa; tenía un aspecto acogedor, aunque un poco maltratado por los bajos recursos destinados a estas construcciones.

Ella me mostró el que sería ahora mi cuarto, pequeño pero al menos tenía dónde estar. Agradecí profundamente a Ruth por la ayuda que no tendría cómo pagarle. Ryan estaba entrando las cosas que aún quedaban en su camioneta.




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