Un eco ancestral

14 "Legado de sangre"

La tensión en la casa era insoportable, como si hubiéramos traspasado un portal peligroso. Ruth se notaba nerviosa, y la anciana me miraba fijamente. El lugar estaba lleno de mugre y moho, y la humedad creaba una sensación de frío que calaba en lo profundo de mi ser.

—Ha pasado tiempo sin verte, Ruth —dijo la anciana, con un dolor y una ignorancia evidentes, como si su prolongada ausencia la hubiera marcado profundamente.

—Sabes que vengo cuando puedo —respondió Ruth—.

—María suele venir cada semana. Tú pasas mucho tiempo lejos de casa —le contestó la anciana.

—En realidad, he venido porque quiero presentarte a mi amiga. Ella es Emma. Necesita tu ayuda —dijo Ruth.

Me sorprendí; mis ojos se abrieron de par en par. No podía entender del todo la situación, pero una leve intuición me decía que algo importante estaba por revelarse. Ruth continuó:

—Ella sufre los terribles episodios que tenía mi madre, ya sabes, ataques de ira y demás —dijo Ruth, esforzándose por pronunciar cada palabra, como si le costara más de lo que podía demostrar. Sentía que mi pecho se aceleraba; mi mente daba vueltas. No podía creer que esto estaba sucediendo realmente. Me sentía como en una película de terror.

La anciana se levantó con pasos pesados y se acercó a mí. Su rostro arrugado y cansado me impactó y asustó. Me miró fijamente a los ojos, y no pude evitar inclinarme hacia atrás, buscando algún apoyo. Tomó mi cabello y aspiró profundamente, como si intentara encontrar respuestas en el olor. Hizo un gesto, como si hubiera descubierto algo a través de sus sentidos, y luego regresó con algo en las manos: un cuchillo antiguo y un cuenco rústico.

—Extiende tu mano —ordenó.

Confiando ciegamente en las palabras de Ruth, pero sin entender del todo lo que estaba pasando, extendí mi mano, temblando. La anciana la sujetó con firmeza y, en un movimiento rápido, hizo un corte profundo. El dolor recorrió mis venas; era insoportable. Intenté retirar mi mano, pero la anciana la sostuvo con más fuerza. No pude evitar gritar. Cada gota de sangre se derramó en el cuenco rústico. Soltó mi mano, y llevé la herida a mi pecho, intentando calmar el dolor.

La anciana, en un movimiento brusco, también cortó su mano y dejó que su sangre se mezclara con la mía en el cuenco. Lo observó detenidamente, como si pudiera leer la vida de las personas a través de la sangre. El ambiente se volvió aún más pesado. La casa, que parecía más sombría aún, se sentía como si fuera de noche.

Ella levantó la mirada y, con una voz renovada, como si hablara desde una dimensión superior, me miró fijamente con sus ojos grises:

—Tu sangre es negra. Llevas la carga de un pacto ancestral, llevas la herencia de tu abuela.

Al oír estas palabras, sentí un choque entre la realidad y lo oculto. No pude evitar caer hacia atrás. Mi mundo se tornó negro, y una nébula oscura parecía apoderarse de todo. No entendía lo que me pasaba. La anciana continuó:

—Tus habilidades están por revelarse. Levitan en tu sangre.

Mientras las palabras de la anciana resonaban en la habitación, un calor abrasador comenzó a envolverme. Mi mano, aún palpitante del dolor del corte, parecía latir al ritmo de un tambor invisible. La nébula negra que había oscurecido mi visión empezó a disiparse lentamente, revelando una escena surrealista. El aire en la habitación se volvía denso y cargado, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse.

De repente, un estallido de furia, intenso y sin previo aviso, emergió de mi interior. Me sentí como si mi cuerpo estuviera a punto de explotar, y una fuerza desconocida comenzó a dominarme. Sin control, mi respiración se volvía errática y mi corazón aceleraba hasta límites desconocidos.

Una intensa energía surgió de mis manos, desintegrando fragmentos del cuenco y esparciendo restos de sangre por el suelo. Sentía que todo mi ser estaba conectado a una fuerza primordial, un poder que nunca había conocido. Algo que comenzaba a despertar, mezclado con furia e ira.

La anciana, con un rostro pálido, murmuró palabras incomprensibles mientras trataba de estabilizarse. Ruth estaba atónita.

Finalmente, la tormenta dentro de mí comenzó a calmarse, y el estrépito de energía se desvaneció gradualmente. Mi cuerpo, exhausto, se desplomó en el suelo. Sentía la energía residual aún en mis venas, como una ola persistente. La habitación quedó en silencio, con los cristales esparcidos y una sensación de asombro flotando en el aire.

La anciana se acercó lentamente, con una expresión que mezclaba asombro y preocupación. Ruth me miraba con un temor genuino, como si la magnitud de lo que acababa de suceder le diera una nueva perspectiva sobre mi situación.

—Esto —dijo la anciana con voz temblorosa— es solo el comienzo. Tus habilidades están despertando, y necesitarás aprender a controlarlas. El pacto que llevas dentro no es algo que puedas ignorar.

En ese momento, entendí que mi vida había cambiado para siempre. No solo tenía que enfrentar la pérdida de mi hogar y el dolor de mi pasado, sino que ahora debía lidiar con un poder desconocido y una herencia oscura que podría definir mi futuro.

Salí de la casa sin decir nada, mis pasos eran torpes como si toda mi energía la hubiese perdido en la sala de aquella deteriorada casa. Me subí al auto, pero la anciana gritó algo desde la puerta.




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