Un eco ancestral

15 "Entre arte y poesía"

La ciudad lucía pintoresca bajo el cálido sol, y el festival de arte en Highland Park ofrecía un respiro a la rutina diaria. Las carpas coloridas y la alegría contagiosa de la gente contrastaban con el caos que aún me envolvía. Me movía entre las exposiciones, tratando de evadir los pensamientos de los últimos días: el ritual de la anciana, la herida en mi mano y el oscuro secreto revelado. La venda que cubría mi mano era un recordatorio constante de lo que había aprendido y de la incertidumbre que me rodeaba. Necesitaba procesar todo esto, y ¿qué mejor lugar para encontrar paz que en el arte?

Deteniéndome frente a una pintura de paisajes serenos, con colores azules y verdes que evocaban la calma de un lago rodeado de flores amarillas, me permití un breve momento de tranquilidad. Quería perderme en esa imagen, escapar de la realidad que me ahogaba.

—Impresionante cómo una imagen puede transmitir tanta paz, incluso a un alma que no la merece—dijo una voz arrogante detrás de mí. Esa voz que siempre lograba agitar mi calma. Mi cuerpo se tensó al reconocerla, pero decidí no voltear de inmediato. No quería darle la satisfacción de saber cuánto me afectaba. Aunque era inútil; James siempre encontraba la manera de atravesar mis defensas.

Giré lentamente, tomando aire como si eso pudiera protegerme de su presencia. James se acercó, su porte impecable y su traje oscuro contrastaban con la simplicidad del festival. La arrogancia que irradiaba era tan tangible como su mirada penetrante.

—No esperaba verte aquí, señor Audrey—dije con ironía, tratando de ocultar la creciente incomodidad que me provocaba. Su presencia siempre parecía poner a prueba mi paciencia.

James sonrió ligeramente, observando la pintura frente a nosotros, aunque su expresión permanecía indescifrable. —El arte tiene la curiosa habilidad de atraer a quienes no buscan respuestas claras.

Sus ojos, siempre tan oscuros y llenos de un poder inquietante, se deslizaron hasta mi mano vendada. Sentí el peso de su mirada, tan pesada como la herida que intentaba ignorar.

—Te advertí que tubieras cuidado—dijo en tono bajo, casi como un reproche disfrazado de preocupación. Sin embargo, en lugar de suavidad, había dureza en su voz. James nunca dejaba ver vulnerabilidad, ni siquiera en momentos como este.

—No fue un juego. No necesito que me protejas—respondí, con un tono más firme de lo que realmente sentía. Mi mano acarició la venda con una calma forzada. Lo último que quería era mostrar debilidad frente a él.

Él ladeó la cabeza, su mirada fija en la pintura como si intentara descifrar algo que no podía ver. —“No puedes ver el cielo a través de la niebla. Ni un lobo encadenado entender el infinito.“

El aire se me atascó en la garganta. Recitaba una estrofa de uno de mis poemas favoritos, algo que nunca hubiera esperado de alguien como él. Sin poder evitarlo, respondí antes de pensar.

—“La eternidad se sostiene en el ahora,”—susurré, sintiendo cómo una extraña conexión se formaba entre nosotros, algo que no había sentido antes. Pero antes de que pudiera procesarlo, él continuó.

—“Y los dedos tocan lo eterno”—añadió, girando, clavando su mirada oscura en mí, como si esas palabras fueran un puente hacia un lugar más profundo, uno que nunca había estado dispuesta a cruzar con él.

Por primera vez, sentí una conexión con James más allá del constante tira y afloja. Ambos estábamos aquí, en un espacio de tregua, buscando algo que tal vez ninguno de los dos entendía del todo. Era como si las barreras que solíamos levantar se hubieran desmoronado por un instante.

—¿Tú disfrutas el arte?—pregunté, intentando retomar el control de la conversación, aunque una parte de mí estaba más desconcertada por esa inesperada conexión.

James hizo un pequeño gesto con los hombros, su arrogancia habitual regresando, como una armadura que jamás dejaba de lado por mucho tiempo.

—No es que lo disfrute. El arte es solo una distracción más. Las cosas que realmente importan no pueden hallarse en pinturas o esculturas. La paz que te ofrecen es temporal.

Su respuesta fue cortante, casi cruel en su crudeza, y eso me irritó. Fruncí el ceño, sintiendo cómo mi frustración crecía.

—Entonces, ¿qué buscas realmente?

James dejó escapar una pequeña sonrisa, una que no alcanzaba sus ojos.

—Quizás estoy buscando algo que ni siquiera sé definir. Todos tenemos nuestras formas de lidiar con lo que nos atormenta, Ford.

Sus palabras eran vagas, pero había algo más en ellas. Por mucho que intentara esconderlo, yo sabía que él también llevaba su propia carga. Aún así, mantenía sus secretos bien guardados bajo esa capa de arrogancia.

Suspiré, sintiendo cómo esa tensión entre nosotros seguía ahí, latente, casi insoportable.

—Quizás el arte no es solo una distracción. Quizás lo que realmente necesitas enfrentar está justo aquí, delante de ti.

Lo miré de reojo, esperando que mis palabras rompieran, al menos por un momento, su muralla. James me observó con un destello de interés en sus ojos, como si mis palabras hubieran alcanzado algo dentro de él, algo que no estaba dispuesto a admitir.

—Quizás... —murmuró, desviando la mirada hacia la pintura otra vez—. O tal vez estamos buscando en el lugar equivocado.




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