—Estamos en presencia de una apelación por parte de la señorita Emma Ford Rodríguez, dirigida al señor James Audrey, quien recientemente adquirió su propiedad de manera legal, otorgada en un acuerdo con la familia Ford —dijo el anciano con absoluta tranquilidad.
Sus palabras eran como dagas atravesando mi corazón. La desesperación por conseguir un fallo favorable lo antes posible me consumía. El abogado se dirigió a Ryan:
—Señor Cooper, tiene la palabra en representación de la señora Ford —su voz denotaba autoridad.
Ryan esbozó una leve sonrisa y, con absoluta confianza, respondió:
—Señoría, mi clienta, aquí presente, alega que no estaba al tanto de este acuerdo. No se le notificó previamente y, además, se encuentra en una crítica situación económica. Para empeorar las cosas, solo se le dio una semana para desalojar la propiedad, lo cual contradice las leyes de Texas.
Sus palabras fueron claras, directas y precisas. Mantenía su mirada fija en el juez, quien lo observaba por encima de sus lentes. Estaba nerviosa; mis manos apretaban con tal fuerza que logré irritar mi cicatriz aún sensible.
Al mirar a mi alrededor, no percibía signos de inquietud en ninguno de los presentes; parecía que solo yo estaba perdiendo el control. James me miró fugazmente, y mi mundo se desmoronó.
—¿Qué solicita, abogado? —preguntó el juez.
—Pido la restitución de la propiedad —declaró Ryan, elevando la cabeza.
El ambiente era denso, como si el silencio pudiera hacerse tangible en la sala. La abogada pelirroja dibujó una sonrisa discreta y se humedeció los labios.
—¿Cuál es su respuesta, señorita Smith? —el juez dirigió su atención a James y a su abogada.
Ella exhaló con suficiencia, como si el hecho de tener la palabra le proporcionara una satisfacción inmensa.
—Señoría, usted tiene en su poder el acuerdo firmado, con fecha del 20 de octubre de 1963. Está claro que esta apelación es innecesaria, dado que las leyes que rigen Highland Park, las cuales evidentemente el señor Cooper desconoce —dijo con una frialdad que parecía congelar todo a su alrededor.
—Disculpe, señoría, pero tengo amplio conocimiento de las leyes de Texas. Jamás he visto o estudiado alguna norma subyacente —replicó Ryan, visiblemente irritado.
James alternaba su mirada entre ambos abogados mientras jugueteaba con sus dedos.
—Señor Cooper, es cierto que Highland Park se rige por normas propias. Le sugiero que se informe mejor.
Las leyes de esta ciudad me eran tan desconocidas como para él. Algo tramaban entre manos. Ryan mostró una expresión de frustración, desviando la mirada, confundido, tratando de descifrar las palabras de la abogada y del juez.
Sentía que me faltaba el aire; mi respiración era tan ruidosa que parecía ajena a mí. El golpeteo de los dedos de James contra el reposabrazos resonaba como la percusión de una siniestra melodía que llenaba la sala.
El juez frunció el ceño mientras examinaba sus documentos, absorto en ellos y en sus propias conclusiones.
—Tomaremos un receso. Regresaremos en 30 minutos —anunció, levantándose y señalando la salida con ambas manos.
Todos abandonaron la sala con la misma precisión que un batallón. El ambiente estaba cargado de tensión y arrogancia. Se sentía como si estuviéramos en medio de una partida de ajedrez, pero ¿quién movía las piezas?
Salí con un peso sobre los hombros, como si pudiera cargar toda la energía negativa de la reunión. Mi visión se nublaba. Ryan se encontraba fuera, apoyado en la pared, con los brazos cruzados y una expresión de desagrado. Me acerqué para hablar.
—Ryan...
—Tranquila, Emma. Sé lo que hago —me cortó—. Pero si hubiera tenido otro documento de tu abuela, habría podido tener más margen de maniobra. Ve a despejarte un poco —sus palabras sonaban molestas, aunque también dejaban entrever preocupación.
Le hice caso y me dirigí a buscar un café, con la esperanza de despejar mi mente. Los nervios me devoraban, y el temblor en mi cuerpo era como un fantasma persistente. Caminé por el largo pasillo hacia la cafetería.
De repente, sentí un fuerte tirón en mi brazo, llevándome hacia una puerta a la izquierda. Estuve a punto de gritar cuando...
—Sss… silencio —susurró una voz masculina en mi oído mientras me tapaba suavemente la boca.
Reconocí su tacto de inmediato; mi espalda chocaba contra su amplio pecho. El aroma de James, una mezcla de menta y algo más dulce, se colaba por mi nariz, despertando mis sentidos. Su mano firme sujetaba mi cintura. Debió notar mi respiración entrecortada; no estaba segura si era por el susto o por James, o quizás por ambos. Relajó su mano y la apartó de mi boca, rozando suavemente mis labios.
—¿Qué haces? ¿Te volviste loco? —balbuceé con la voz temblorosa, sin atreverme a mirarlo. Sentía el latido de su corazón acelerado en mi espalda.
—¿Qué pretendes, Emma? Estas provocando una tormenta y ni siquiera tienes idea—murmuró en mi oído, con un tono áspero que provocaba tanto miedo como advertencia.
—Estoy reclamando lo que es mío —contesté, enfadada, intentando mostrar autoridad.
—No entiendes. Esto no se trata de mí. No se como te lo haré entender. Estás involucrando a fuerzas que están más allá de todo esto —susurró, cada palabra era como un encantamiento que anestesiaba mis sentidos, mientras su aliento fresco y suave relajaba cada uno de mis músculos.
—¿Qué quieres decir...? —mis palabras apenas salieron, como un murmullo.
Su cuerpo cálido me envolvía, sumiéndome en un lugar oscuro y lejano, donde solo existíamos él y yo. Estaba atrapada en James...
Él suspiró suavemente, apartando mi cabello con delicadeza, y susurró:
—Es hora de regresar.
Sus palabras me devolvieron a la realidad. Haciendo que aterrizara a la pista de vuelta a mi mundo. Soltó mi cintura, y yo tragué saliva con dificultad. Me alejé con pasos torpes, sin decir una palabra, para regresar a la sala.