Cuando era estudiante, una maestra me dijo que enseñar era una vocación… pero cuando estás cubierta de pegamento y tempera hasta los codos, la vocación empieza a parecer más un deporte extremo. Miré a los niños delante de mi, estaban muy emocionados y felices, liberando su parte más artística.
El aula era perfecta para ellos, había dedicado gran parte de mis vacaciones diseñando ideas que potenciaran el aprendizaje de los niños. La realidad es que me estaba resultando más difícil de lo que pensaba, porque mientras más pasa el tiempo, más me alejo de mi verdadero sueño.
—Niños, es suficiente —dije en voz alta y todos se quedaron quietos para escucharme.
El timbre sonó, dando fin a la jornada educativa.
—Buen fin de semana, no olviden hacer la tarea —los niños comenzaron a empacar sus cosas en sus mochilas y yo fui poniéndome de pie para recibir a los papás.
Las miradas no se hicieron esperar, todos me observaban de una forma que me hacía sentir incómoda. Soy una maestra peculiar, soy la única que acaba la jornada laboral empapada de pintura y con pegamento en el cabello. Es mi forma de enseñar, pero la impresión que dejo en los padres no suele ser muy buena.
—Camila —llamé a la pequeña y su mamá se la llevó.
Me tomó un rato entregar a todos los peques, pero pronto ya me encontraba guardando mis cosas y cerrando el aula para irme. Este iba a ser un fin de semana bastante ocupado, tenía que corregir las tareas de los niños, ayudar a mamá en el restaurante y desempacar todas mis cosas en mi nuevo departamento. Ya no veo la hora de mudarme, estoy muy emocionada de independizarme.
Quiero mucho a mi madre y ambas hacemos un gran equipo juntas, pero ya es momento de desplegar las alas y entregarme a la vida de un adulto funcional. Sé que no será fácil, aunque vivía con mi madre, solía ocuparme de mis gastos y cosas, por lo que sé lo difícil que es la vida adulta, pero ahora me toca encargarme de eso yo misma. Tuve suerte, encontré un departamento a buen precio y está cerca de la escuela, podré despertarme un poco más tarde y pasar mis días diseñando en la preciosa terraza.
—Sofía —cuando escuché esa voz me estremecí.
El maestro Claudio, mi rival en la escuela. No le gustan mis métodos de enseñanza y siempre trata de dejármelo muy en claro. Hace todo lo que está en sus manos para hacerme quedar mal y no ayuda para nada con mi imagen con los padres de familia. A veces siento que debo tener cuidado o acabaré despedida por su culpa.
—Claudio.
No quería perder mi tiempo con él, así que lo saludé con la mano en forma de despedida y salí de la escuela antes de que tuviera tiempo de decir algo. Tenía que llegar a la pastelería para ayudar a mamá, seguro debe estar demasiado alterada. Los clientes pueden ser algo irritantes a veces y mi querida madre es una persona con poca paciencia.
Me subí al coche y emprendí la marcha, me gustaba mucho mi ciudad, pero deseaba poder dejarla e ir a estudiar en una universidad de modas. Nunca tuve la oportunidad, el costo era demasiado y necesitaba trabajar para asegurarme un futuro, así que estudie para ser maestra, dejé mi sueño de ser diseñadora de modas para el futuro. Con el tiempo dejé pasar la vida y todo eso que anhelaba desapareció.
A lo lejos se veía el cartel de la pastelería “Mónica”, mi mamá es Mónica. Le gustó la idea de ponerle su nombre a la pastelería, me pareció algo chistoso y la ayudé a armar un precioso logo para que el local se llenara de personas. Ya pasaron cinco años desde que “Mónica” abrió sus puertas y no deja de crecer, los clientes aman su comida.
En cuanto entré, vi el caos, mi madre corriendo de aquí para allá, los meseros bastante nerviosos por la presión de los clientes. La cocina estaba bastante sucia y me puse manos a la obra para limpiar todo el desastre, ayude a cocinar la comida que se estaba quemando en la olla y mi madre pareció estar más tranquila. Pudo enfocarse cocinar una parte de los pedidos y yo la ayudé cocinando la otra.
Siempre me he considerado un caos en muchas cosas, pero trato de mantener el equilibrio y ser lo más correcta posible. No me gusta llamar la atención con excentricidades y prefiero fingir que nada está fuera de lo normal. No me gusta destacar, prefiero mantenerme fiel a lo que la gente ve como “normal”. Mi único momento alejada de esa pantalla, es cuando entro a mis redes sociales y hago contenido sobre mi pasión más grande: la moda.
Aunque ese momento tendrá que esperar, porque ahora tengo muchos fideos que cocinar y servir. Nuestra comida es bastante excéntrica y por algún motivo, la pasta es el menú más pedido del restaurante. Eso es algo bueno, ya que es deliciosa y práctica, pero no es la comida más cara del menú. Tener clientes felices es importante, pero también generar dinero para poder seguir manteniendo el lugar.
—¿Hoy te mudarás a tu nuevo departamento? —preguntó mi madre mientras cocinaba una hamburguesa en el sartén.
—Marcos me va a recoger en un rato y me ayudará a llevar todas mis cosas al departamento. Quiero comenzar a armar mi estudio de grabación —la emoción no me cabía en el cuerpo, pronto dejaría de grabar en mi cuarto y tendría mi propio estudio.
—Te ves bastante contenta, hija.
—Lo estoy, madre, quiero hacer tantas cosas.
Mi vida siempre estuvo controlada por una agenda, un manual sobre lo que debo y no debo hacer. Intento ocultar mis partes caóticas y ser lo más práctica posible. A veces resulta y a veces no, sobre todo cuando estoy rodeada de niños en la escuela y cuando mi madre tiene su restaurante patas arriba. Pero tengo que hacerlo, solo me queda esforzarme y seguir.
—Sofía, se te está quemando la pasta.
Acabo de hacer un desastre.
Editado: 31.10.2024