Sally no tenía muchos amigos, puesto que ella no se relacionaba mucho con sus nuevos compañeros. Luego de la experiencia con su familia, y con quien pensó que tendría un nuevo hogar, decidió que no confiaría en nadie y se valdría por sí misma. Por lo que muy pocos le hablaban y para lo necesario. Cuando Sally salía del café donde trabajaba, ella tomaba el autobús en el paradero. Desde donde se podía ver en lo alto de la colina una vieja casona que llamaba mucho la atención por lo lúgubre que se veía en las noches heladas y oscuras.
Estando cada noche allí, a la espera de su ruta, es así como se enteró de las incontables leyendas acerca de ese lugar, y que, por alguna razón que no entendía, estaba conectada con el café bar donde trabajaba. Desde que empezó a trabajar allí nunca faltaba alguien que contara una historia macabra o de cuentos de terror referentes a la vieja casona. Ella escuchaba atentamente; pero siempre se perdía el final, puesto que cuando estaban por contarlo preciso había una orden que tomar e iba toda apurada a atenderla.
De todas las historias que se contaban solo le llamaba la atención la relacionada con el encantador de muñecas; la cual narraba la aparición de un misterioso hombre que hechizaba mujeres jóvenes y bonitas con su hermosa apariencia, conquistándolas y luego convirtiéndolas en su marioneta personal a las cuales, hacía bailar eternamente para él, y según las muchas suposiciones de los clientes, esto estaba relacionado con las extrañas desapariciones de algunas chicas. Sally al final, siempre pensaba que solo eran fábulas, historias imposibles de creer, porque mujeres desaparecidas hay todos los días y no precisamente por obra de un encantador. Recordó que se decía que en ese lugar vivía un viejo aterrador con cara de ogro gruñón. Al cual ella ni nadie habían visto jamás.
Cierta noche, Sally estaba por terminar su turno en el café, no hubo muchos clientes y aprovechó para tomar un descanso. Se sentó en una mesa junto a la ventana a observar la calle solitaria y fría, afuera del local, cuando lo vio pasar. No quería darle importancia, pero por alguna extraña razón le llamó la atención el hombre de mucha edad que caminaba encorvado por la calle sosteniendo sus pasos con un feo bastón. Vestía todo de negro, desde el sombrero que llevaba en la cabeza hasta los zapatos, casi que confundiéndose con la oscuridad.
Sally sintió un poco de escalofrío al verle y más cuando este se giró hacia el lugar donde ella se hallaba sentada. Sintió pavor por un instante cuando sus miradas se cruzaron e inmediatamente ella giró su cabeza hacia el centro del local, y acto seguido se levantó de la mesa.
Ella no volvió su mirada hacia la ventana, puso la mano en su pecho y su corazón estaba agitado, esperó un momento hasta calmarse, sintiéndose algo tonta por lo que había sucedido, y cuando decidió volver a mirar, el viejo había desaparecido sin dejar rastro alguno.
Editado: 01.11.2024