Sin embargo, en su mente quedó grabada la mirada huraña del viejo y su boca que parecía mover sus labios como susurrándole algo al viento, a la noche o a ella. Sally sacudió su cabeza y pensó que la gente quizás tenía razón y sin quererlo había conocido al viejo dueño de la casona, aunque luego decidió que esto tal vez se debió a una invención de su cabeza; pero visión o no; el hombre era en verdad aterrador. No era por su cara, sino por el aura que le rodeaba, como si llevara a cuestas una oscura maldición.
Sally esperó el fin de su turno y luego de esto salió. Caminó como de costumbre hasta su paradero y esperó que llegara su ruta, mientras a lo lejos veía con recelo la enorme casona de la colina. Se sacudió de ese pensamiento y deseó que ya llegara su ruta. Tenía los horarios bien fijados, por lo que este no debía demorar. Después de lo que vio, pensó en por primera vez unirse a sus compañeros para salir juntos; pero se dijo así misma que ella no era una cobarde, por lo que decidió ir sola. De igual modo, para ellos, ella era una antisocial.
De todos, solo Clara, otra mesera mucho mayor que ella, era la única que en alguna ocasión se animaba a hablarle y alguna vez le dijo que no estaba mal tener un amigo en quien confiar. Ella no le respondió, y solo siguió pensando que para ella era mejor estar sola. Sally se quedó contemplando por largo tiempo la vieja casona, luego se espabiló y miró su reloj. Su ruta de bus no tardaba en pasar. Se encontraba pensando en esto cuando apareció ante ella un joven interrumpiendo sus pensamientos.
Ella se sorprendió porque no le había visto allí ni una vez, y por un instante quedó fascinada con su apariencia, causándole a su vez un poco de timidez. De repente se encontraba abrumada por tanta belleza.
―Hola ―saludo el joven abrumándola mucho más con la grave y profunda sonoridad de su voz.
Le observo ruborizada.
―¿Quién… eres? ―preguntó con la voz trémula.
El apuesto joven le sonrió.
―¿Por qué primero no me dices quién eres tú?
―¿Yo? ―se dijo atontada.
―Sí, tú ―repuso él con tono suave y encantador, haciendo sentir a Sally como en un sueño.
―Ah… soy Sally, Sally Bristol ―respondió algo cohibida―. ¿Y… tú?
No entendió por qué, pero el joven la intrigaba.
―Sally es un bello nombre ―contestó él.
―No creo que lo sea ―porfió ella risueña, y asombrada de que pudiera entablar una conversación con un chico.
―Le es ―adujo el joven, luego señaló son su dedo hacia el frente y Sally siguió la dirección de forma automática.
―Ya llegó tu bus ―dijo.
― ¿Cómo lo su…piste? ―expresó Sally corroborando que era cierto, luego miró hacia donde había estado el joven y ya no lo vio.
Se dio vueltas aquí y allá buscándolo, pero no había rastros de él, y en ese instante llegaron sus demás compañeros y todos empezaron a subir al autobús. Vio que Clara llegaba un poco retrasada del grupo y pensó que tal vez ella le vio. Quiso en preguntarle; pero debido a la única conversación que habían mantenido la última vez, imagino que quizás ella no le respondiese como ella había hecho.
Al final decidió no hacerlo y subió también. No obstante, esa noche tuvo un sueño muy extraño. Soñó que bailaba incansablemente como una muñeca sobre un pedestal.
Editado: 01.11.2024