Sally se adentró al interior agarrada de la mano del joven, atontándose con su calidez, luego se quedó fascinada con la decoración que le semejaba a una enorme casa de muñecas, como esas con las que soñaba jugar desde niña y nunca pudo tener una porque no había mucho dinero en su casa.
―¿No me has dicho cuál es la condición? ―preguntó con mucha más curiosidad.
―¿No quieres saber mi nombre primero? ―cuestionó el joven dibujando una sonrisa en sus labios.
Esto animó a Sally porque por fin le revelaría algo que ella había deseado saber desde que le conoció, y por alguna extraña razón nunca lo mencionó.
―Si quiero, ¿al fin me lo dirás?
Él sonrió de nuevo, pero su sonrisa ya no se veía tan tierna y encantadora como antes, ahora se desdibujaba macabra.
―Mi nombre es Encantador ―respondió.
Esto asombró a Sally.
―¿¡A qué te refieres!? ―preguntó con mucha sorpresa.
―A que desde hoy tú serás mi preciada nueva muñeca y la condición que has aceptado es que luego que cruzas esa puerta. No podrás salir jamás ―reveló el joven que cada vez iba perdiendo su hermoso encanto.
―Es una broma, ¿verdad? ―dijo Sally comenzando a horrorizarse.
Sin embargo, su horripilante expresión le hizo caer en la cuenta de que no estaba bromeando y que le decía la verdad. De inmediato corrió hacia la puerta tratando de abrirla para comprobar que era mentira todo lo que estaba le estaba diciendo y solo trataba de asustarla; no obstante, esta pareció estar férreamente sellada. Después fue a cada una de las ventanas y todas estaban igual de cerradas.
―Me engañaste ―chilló Sally sobrecogida por el terror que la estaba invadiendo―. ¿Qué es todo esto? ―gritó aferrándose a los barrotes de la venta.
―Esta fue tu decisión, Sally ―dijo Encantador―. Fuiste engañada por tus buenos deseos.
Luego de decir esto, el rostro del joven se fue volviendo aterrador, aún había belleza en él; pero en sus ojos se reflejaba una oscura maldad. La misma que Sally había visto en el rostro demacrado de viejo aquella noche, sentada en la mesa del café junto a la ventana.
Sally se espantó, había caído como ave de presa de aquello en lo que nunca quiso creer. Él sacó un péndulo de su bolsillo y lo puso a la vista de sus ojos.
― ¿Tú…?
Fue lo único que atinó a decir y poco a poco su visión se nubló hasta convertirse en un oscuro sueño.
Fin.
Editado: 01.11.2024