Un hijo para el Rey

Capitulo 1. Bienvenida a tu trabajo

Soleil Rooney.

6 meses atrás.

Observo por la ventana mientras más nos acercamos al pueblo de Colville. Mi hermana dice que no le da buena espina este lugar, yo le he dicho que debe ser porque la inmensidad del bosque no permite que entre tanta luz natural y eso le da un toque algo siniestro.

Tampoco le diré que a mí también me causa una pizca de miedo manejar por este sitio. El mapa de mi celular dice que estamos a veinte minutos de dónde se supone debe ser mi nuevo empleo.

Salir de la ciudad no es tan fácil como parece, eh, menos cuando estás acostumbrado al ruido, la contaminación, etc. Hace dos semanas estaba estresada porque no encontraba empleo, y hace tres días aceptaron mi solicitud en este lugar, que por cierto no recuerdo nunca haber enviado pero culpo a lo despistada que suelo ser bajo estrés constante.

Soy educadora infantil, es decir, profesora o maestra, me gradué hace dos años y desde entonces solo he tenido empleos de medio tiempo. El pueblo de Colville queda a casi tres horas de mi ciudad, así que debo acostumbrarme a este nuevo ambiente porque no pienso manejar seis horas diarias para venir e ir.

—Bueno, no está tan mal —asegura mi hermana al encontrar otro coche en la carretera. —¿le ayudamos? Parece que algo le pasó.

—No quiero sonar como una bruja, pero ayudar a alguien que no conocemos no creo que sea buena idea.

—Anda, quizá somos las únicas que verá por aquí entre un par de horas.

El tipo nos hace parada, sin más que hacer detengo el auto.

—Hola, ¿Cómo están? Sería mucha molestia si me llevan al pueblo, mi auto se averió. Necesito comprar unas piezas.

—Okey, con solo que no seas un asesino serial.

El tipo se ríe.

—¿Os parezco?

—No, pero es la nueva moda de los asesinos.

Le damos un aventón, mi hermana conversa con él en todo el camino.

Dice que es su segunda vez en el pueblo, que vive en otro pueblo cerca de aquí. Llegamos al instituto dónde seré la nueva docente y casi se me sale la baba. Para ser un pueblo escondido en la Patagonia, su escuela no parece cualquier escuela, más bien un palacio. ¿Que entrenan aquí, lobos? Me río de mi propio chiste.

—Gracias por el aventón. Buena suerte.

—Ok. Gracias.

—Al menos te dijo su nombre.

—Olvide preguntarle.—murmura. —Wow, está escuela esta de locos.

—Es demasiado ostentosa.

—Y el pueblo no parece pueblo—se jacta —Esto es mejor que una ciudad. ¿Segura que te convocaron para este empleo?

—Casi segura —opino.

Nos bajamos del auto y corroboro que mi vestimenta y maquillaje estén en dónde deben. Me cambio los tenis con los que venía manejando por unos tacos más presentables.

No quiero una mala impresión en mi primer día.

—Actúa segura y tranquila.

—Siento que voy a una cita con el mismísimo diablo.

Entramos al establecimiento bajo algunas miradas incómodas. ¿Nunca habían visto dos personas de ciudad? Bueno, no hay mucha diferencia.

Somos como ellos, de carne y hueso, aunque yo soy más carne, estoy gorda pero según mi hermana así estoy a toda madre.

—Hola, buenos días. —saludo a la chica en el mostrador. Me mira de pies a cabeza. Sepa que salí súper temprano de mi casa para llegar de día.

—Supongo que tú eres a quien el director está esperando.

—Sí espera a Soleil Rooney, sí.

—Está ocupado, en un momento te atendera.

—Okey, ¿Me puedes decir dónde está el baño, por favor?

—Al fondo del pasillo.

—Gracias.

Le digo a mi hermana que me espere aquí y me voy a buscar el baño, hace calor. Siento el sudor bajar por mi cuello y no quiero entrar toda asquerosa a firmar mi contrato con el director.

Hay muchas puertas al fondo del pasillo, ninguna tiene algún logo o algo que las identifique así que entró a la primera que se me ocurre. Muy malísima idea.

—Yo, lo siento. Lo siento. Pensé que era el baño.

Hay dos tipos, muy guapos por cierto, uno de camisa blanca y otro de camisa azul, creo que uno de ellos es el director •no creas, estúpida, ve la placa sobre su escritorio•

—Señorita Soleil.

—Lo lamento, señor. Una disculpa.

El otro tipo de camisa azul me ve con unas ganas tremendas de matarme, vale me equivoqué de puerta, no de lugar, qué tipo más acomplejado y amargado.

—No se disculpe, ya hemos terminado de hablar con el alfa, perdón, con el señor Kaelum.

—¿Seguro? No era mi intención interrumpir.

El tipo se levanta de su asiento y me da la espalda para ver por el ventanal de la oficina. Que cuerpo, Dios mío. Cuánto ejercicio hará para estar así de buenote.

La risa del director me saca de mi anonadamiento.

—Tome asiento, por favor. Podemos firmar el contrato cuando guste—posa dicha hoja frente a mí.

—Oh, bueno, no está nada mal.

Tanta urgencia debe ser que esos niños son tremendos.

—Solo debo decirle que hay algunas reglas para el establecimiento, así como el lugar donde vivirá mientras esté en el pueblo.

—¿Qué clase de reglas? —pregunto dejando el contrato de lado.

—No puede vestir de forma impetuosa mientras este en el establecimiento, no se permiten relaciones amorosas —el gruñido del otro tipo me asusta y volteo a verlo. ¿Luce molesto? Ni idea pero tiene sus manos en forma de puños. Y su gruñido me ha parecido al de un animal —Y no puede tener bajo ninguna circunstancia relación sentimental con algún menor de edad.

—Por supuesto que no —susurro ofendida.

—Y la última pero la más importante —me pasa un lapicero —La casa donde vivirá es del señor Kaelum, no puede meter hombres. Debe ser respetada.

—Bien, pues podría quedarme en algún hotel por un tiempo…

—No —voltea a verme el otro tipo. ¿Quién de los dos es el director? Porque no estoy entendiendo que hace todavía aquí —Soy el encargado del pueblo —algo no me suena. ¿Desde cuándo hay un maldito encargado del pueblo? Hay alcaldes, juntas, directivas pero no encargado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.