Un hijo para el rey León

➻CAPÍTULO 1➻

OJOS DORADOS . 

 

Leo es el rey de la sabana occidental, ha querido un hijo durante sus dos últimos años de vida, pero ninguna hembra de su manada o fuera de ella le había concebido esa dicha.

 

Con su frustración a tope va a la taberna cerca de su manada, empieza a beber como si no hubiera un mañana.

 

—¿Cómo puede ser posible que ninguna de las leonas pueda darme un hijo? —farfullaba mientras se empinaba otro trago.

 

—Tal vez no es el momento —comentó su amigo y mano derecha Blake.

 

—Y cuando es el momento —volvió a refutar.

 

—No lo sé —le contestó su amigo llevando el vaso a su boca. —No deberías preocuparte por ello aun Leo. 

 

—¿Cómo no me voy a preocupar? Tengo quinientos años y aún no tengo un sucesor, a esta edad mis antepasados ya tenían hasta diez hijos.

 

—Tienes buen punto, tal vez tu compañera aún no ha nacido que se yo —Leo negó. 

 

Se giró para mirar el ambiente, con su mirada dorada recorrió cada extremo del lugar, puesto que no se podía descuidarse, cualquier enemigo y más los carroñeros podrían estar al acecho. En su recorrido su mirada se posó en un cuerpo delgado, frágil y fino, su postura denotaba una finura extraordinaria.

 

Y como si fuera obra del destino ella miró hacia él, sus ojos se impregnaron a los suyos, él sentía como si un canto de sirena lo hechizara y ella sentía como si sus ojos fueran dos luceros que la invitaban a acercarse a él.

 

Shera, había llegado hace unos días a la sabana occidental a pasar sus últimos días de soltería con sus conocidos, su amiga Sheila, la había invitado a salir, ella sin oposición aceptó. Fueron a la taberna más cercana, bailaron, rieron y luego se sentaron.

 

Unas horas después Shera sintió una mirada sobre ella, la ignoró por unos segundos hasta que ya no pudo más, giró hacia el susodicho, lo que la impactó fue el brillo de aquellos ojos dorados. No estaba segura si esos ojos que la miraba tan intensamente eran dorados o era el brillo que había en ellos era lo que desprendía ese color, solo sabía que estaba bajo el hipnotismo de esos ojos.


 

—Shera —la llamó su amiga algo preocupada.

 

Shera sacudió la cabeza, parpadeo y cuando volvió su mirada a la mesa ya aquel hombre de mirada dorada no estaba.

 

—¿Viste lo que yo vi? —preguntó.

 

—¿Qué viste? —su amiga le devolvió la pregunta.

 

—Nada —contestó consternada.

 

Leo, no pudo aguantar y como poseso camino hacia la mesa donde estaba esa mujer que sin palabras, sin un gesto, solo con el brillo de su mirada lo llamaba. Se perdió entre las personas hasta llegar a la mesa indicada.

 

—Buenas noches señoritas, será que la podemos acompañar —saludo. 

 

El cuerpo de Shera, se estremeció ante esa voz tan potente, gruesa y viril.

 

—Sss.. Sí —titubeó Sheila. —Por favor —hizo reverencia y para ella fue un honor abrir las sillas para los dos hombres.

 

Leo, tomó asiento al lado de Shera, ella solo con su olor ya estaba temblando.

 

—¿Qué toman? —preguntó Blake.

 

—Tomamos unos Martini bianco —contestó Sheila.

 

—Te parece si me acompañas por ellos —pidió el otro hombre, mientras Leo observaba a Shera.

 

Shera, rogaba para sus adentro que ese hombre se marchará, tenía miedo y a la vez una indescriptible atracción se apoderaba de su cuerpo.

 

—Eres tan pequeña —habló Leo.

 

Shera lo miro y lo único que pudo hacer fue un asentamiento con su cabeza.

 

—No tengas miedo —volvió hablar Leo.

 

—No.. —negó.

 

Fue la única palabra que pudo articular en ese momento, quería decirle que no sentía miedo, pero no podía, lo que sentía en ese instante era otra cosa. Shera, no sabía qué hacer.

 

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Leo.

 

Quería saber acerca de ella, quería escuchar su voz. 

 

—Soy Shera —logró gesticular.

 

—Shera, no te había visto por aquí antes.

 

—Abandone la sabana hace cinco años —su voz ya no temblaba, ahora podía hablar con naturalidad. 

 

Sentía que estaba en confianza con ese hombre.

 

—¿Por qué?

 

—Mi padre murió y decidí marcharme —una mirada de nostalgia se reflejó en su rostro.

 

—Cuanto lo siento —pronunció Leo, tomando su pequeña mano.

 

Shera le sonrió, ese gesto hizo que los ojos de Leo se iluminarán de ese tono dorado, acto que hizo que Shera quedará hipnotizada.

 

Ese era el efecto leonico, solo la pareja de vida podía ver esa cualidad, Sheila y Blake regresaron con los tragos. Shera tomó su copa y la bebió por completo, pensó que con ello refrescaría su calor.

 

—¡Quiero bailar! —exclamó levantándose.

 

—Te acompaño —Se ofreció Leo. 

 

Sin esperar respuesta se puso de pie y tomó la mano de Shera, y la llevó a la pista.

 

Empezaron a bailar y de un momento a otro estaban bailando tan pegados como si sus cuerpos fueran a fundirse. Al regresar a la mesa ambos reían.

 

Y así pasaron los minutos, hasta que en medio de la pista sobrepasaron los límites, sus labios rozaron por la cercanía, solo ese roce fue el detonante para que Leo, se apoderara de los labios delgados de Shera. Ella correspondió su beso con hambre y deseo.

 

No sabía si era el alcohol o era lo que provocaba ese hombre en ella, solo se dejó llevar, Leo la empujó hasta una esquina donde pegó su cuerpo musculoso al cuerpo frágil de Shera.

 

Ambos disfrutaban de aquel beso y las pequeñas caricias que ambos se daban, las manos juguetonas de Shera se paseaban por la espalda y cabello de Leo.




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