Un hijo para el rey León

➻CAPÍTULO 8 ➻

¡Estás embarazada!

—No voy a permitir que te marches —Shera se giró hacia él.

Sus miradas se encontraron, y justo como el primer día que lo vio, el brillo en sus ojos la desconcertó. Su corazón latía frenéticamente, mientras en su estómago sentía contracciones. Algunos recuerdos invadieron su mente: los besos, las caricias, la forma en que él la había hecho suya, sus jadeos y quejidos.

—Usted no es quién para decirme que no puedo marcharme —intentó que su voz fuera firme—. No pertenezco a esta manada, así que no puede retenerme —el rostro de León se contrajo.

Nadie se había atrevido a enfrentarlo desde que tomó el trono, y esa mujer, esa humana, lo estaba desafiando frente a su gente. Pero eso no importaba en ese momento. Ya se encargaría después de enseñarle a respetar al rey.

Lo primordial era lo que estaba ocurriendo en su cuerpo: ella estaba empezando a cargar a su cachorro. Al fin había conseguido lo que tanto deseaba, pero lo peor era que una humana sería la madre de su sucesor.

—No tengo ningún motivo para quedarme en este lugar —alegó Shera, dando dos pasos.

—Yo te daré el principal motivo —dijo León, avanzando dos pasos más y quedando a escasos centímetros de la rubia.

León abrió la boca para continuar, pero ese aroma que ella desprendía lo enloquecía, tanto a su león como a él mismo. No lo dejaba pensar con claridad.

—Mi padre está muerto. Solo vine aquí por respeto a su memoria y por mi amiga, pero no hay nada que me ate a este lugar —todos estaban impresionados por la manera en que Shera le hablaba al rey.

León sonrió y acortó la distancia que quedaba, haciendo que su cuerpo se pegara al de Shera.

—Dime, ¿qué te recuerda esto? —susurró en su oído. Shera se estremeció, recordando ese beso en el cuello que la había catapultado al clímax—. Tu cuerpo se estremece; eso me dice que lo recuerdas —Shera negó con la cabeza.

—¿Qué fue lo que me hiciste? —preguntó, dando un paso hacia atrás.

Para ese momento, Blake ya había sacado a todos del lugar. Los únicos que permanecían dentro eran Shera y León.

—¿Qué está pasando? —preguntó Sheila, acercándose a Blake—. ¿Por qué el rey no deja ir a Shera? Lo que sucedió no justifica que él tome esa actitud con ella. Ella ni siquiera sabe que León es el rey. No sabes los problemas que eso le causará a Shera —dijo, inclinando la cabeza.

Debía respetar el rango que tenía Blake en la manada; después de todo, él era el segundo tras el rey.

—No sé qué está sucediendo, Sheila, pero si el rey dice que Shera no puede marcharse, tendrá sus razones —respondió Blake, sin entender por qué León le había dicho a la humana que no podía irse.

Shera y León seguían discutiendo.

—¿Acaso no recuerdas esa noche, o estabas ebria? —increpó León.

Shera soltó un suspiro y dio un paso para marcharse.

—No voy a perder mi vuelo por ti —dijo seria, aunque por dentro sentía el deseo de besar y acariciar a ese hombre, sin entender por qué.

—Dije que no te voy a dejar marchar —León la interceptó antes de que ella pudiera dar otro paso.

—No estoy para juegos.

—¿Crees que estoy jugando?

—Entonces déjame ir.

—No lo haré. Tienes algo que me pertenece —sentenció.

—¿Algo que te pertenece? No tengo nada tuyo. Estás demente; ni siquiera sé de dónde eres o dónde vives —replicó ante la acusación.

—No hablo de algo material, hablo de mi semilla —Shera frunció el ceño.

—¿Qué semilla? Sé más específico.

Shera no entendía de qué hablaba León. Se quedó pensativa, pues no se había llevado nada de él ese día.

Por su parte, León buscaba las palabras exactas para decirle que lo que ella tenía de él era su hijo.

—Llevas en tu vientre a mi hijo —rugió Astor, ya cansado.

—¿Qué? —Shera quedó aturdida ante esas palabras.

—Tienes a mi hijo creciendo en tu vientre —Shera se estremeció y observó a León.

—No seas mentiroso. ¿Cómo podrías saber que estoy emb... Eso si no hace ni diez días tú y yo...

—Eso no importa. No importa cuántos días hace de nuestro encuentro, soy un león y...

—Ya deja tus mentiras. Deja de inventar. No voy a seguir perdiendo mi tiempo contigo —las manos de León se apretaron en puños.

Respiró hondo, se acercó a Shera y la olfateó. Sus fosas nasales se inundaron con ese inconfundible aroma.

—¿Crees que estoy inventando? ¿Crees que quiero que seas tú...? —no terminó, ya que Astor lo interrumpió.

—No te atrevas, León —intervino Astor.

—Y cómo quieres que se lo diga, dime. Esta mujer es testaruda —gruñó León.

—¡Ya basta! No voy a seguir hablando contigo, y mucho menos escuchándote —se apartó de León y dio cuatro pasos hacia la salida.

León y Astor estaban seguros de que en el vientre de esa mujer crecía su hijo. No había otra explicación para que sus aromas estuvieran combinados.

—¡Llevas en tu vientre a mi hijo! —vociferó León a todo pulmón, ya cansado de repetir la misma frase y de explicarle por qué no podía dejarla ir.

Sus puños se abrían y cerraban, y sus venas palpitaban de la impotencia.

—Eso no es cierto. No podría... No pertenezco a tu raza. Ustedes solo... eso significa...

Shera lo miró con ojos llenos de lágrimas. Sabía que llevar el hijo de un león en su vientre podría condenarla para siempre.

—No, no, no es cierto —su cuerpo empezó a temblar por el miedo que le provocaba saber eso.

Se acercó a él con pasos temblorosos y colocó su mano en su hombro.

—Dime que no es cierto. Dime que no es verdad —le dijo con voz quebrada—. Sabes lo que puede pasar conmigo y con él.

León la miró. Era cierto: ella podría morir antes o después de tener al cachorro. Su linaje era muy fuerte y, como consecuencia, ella podría no sobrevivir.




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