Un imposible

2

Barbara Johnson

 

Sonrió con petulancia cuando me quedé atónita. «¿James era irlandés? Yo… No… ¿Lo era?». Fue él quien me escrutó cuando ladeó la cabeza en tanto mantenía la respiración serena y de algún modo logró aprisionarme con el cuerpo. No es que me tocara, pues a pesar de la cercanía lo sentí lejos. Con reticencia lo contemplé, a la vez que una solitaria lágrima se me deslizó por el rostro.

—¿Cómo me describirías, Barbara? ¿Amoral? ¿Falto de caballerosidad? ¿Poco religioso? ¿Un bárbaro? Sin embargo, fui útil cuando se me necesitó en la guerra. No importó que mintiera en mi edad porque era por el bien de la nación.

—James… —Me cubrí los labios, y para ese instante las lágrimas ser tornaron incontrolables.

—Aun así, desde hace diez años han pretendido dictaminar cómo vivir mi vida. Es un crimen que tenga más dinero que el coronel. Cuando la misma comunidad fue quien me exigió que les entregara un producto de calidad y, aunque la economía de mil familias depende de mi conocimiento, me mantienen en el ostracismo. Incluso pretenden que no beba del fruto de mi esfuerzo. Y como si no fuera suficiente, vienen a mi casa a dispararme, a quemarme las cosechas. Soy eso que tú llamas colored, un harp irlandés, y todo el que esté a mi lado lo es.

Tragué en un intento de sobrepasar el nudo en mi garganta. Solo entonces comprendí su amargura al mencionar el sueño americano y por qué no hablaba de su vida incluso en 1957. Levanté la mano y me incliné hacia él, aunque no alcancé a apoyarme, pues contuvo el aliento. Sin embargo, le dejé un beso en la mejilla.

—Para mí eres perfecto.

Pasé junto a él y con la cabeza en alto me dirigí al granero. Observé cómo la hermosa verja blanca —mi verja blanca— enmarcaba la propiedad. En el horizonte las plantas de tabaco y algodón estaban cubiertas con una fina capa de hielo. Inhalé y el dejo de levadura me hizo sonreír. El hombre que amaba era un transgresor y yo lo admiraba aún más. Oculté la amplitud de mi sonrisa con la mano. Mi adoración ya no era utópica, existían fundamentos.

Abrí la puerta del granero y me incliné para recoger el resto de mis pertenencias. Si bien bajé la cabeza y la ladeé al sentir que él estaba detrás de mí. Cerré los ojos para apreciar el calor que su cuerpo transmitía e inhalé la acidez leve de su colonia. En esos escasos segundos los latidos de mi corazón se acompasaron con la caída del agua y por algún motivo me sentía en armonía con el ambiente. Me puse en pie y volví a pasar junto a James, solo que en esa ocasión él alcanzó a rodearme y detenerme.

—¿A dónde vas?

Lo tomé de la mano y me apoyé en ella por lo que entrecerró los ojos. Aún con la incertidumbre en el rostro no perdía la delicadeza en sus facciones, era un hombre hermoso. Agarré los largos dedos para dejarle un beso en la palma y continué mi camino.

Llegué al cruce de la carretera 221 con la avenida Main, pero en lugar de seguir derecho, rumbo a la ciudad de Roanoke, doblé a la izquierda para tomar la 11 y dirigirme a Salem. Tenía cinco dólares en el bolso y con eso esperaba fuera suficiente para recomenzar. No sabía dónde dormiría esa noche, quizás en algún parque, aunque no me entusiasmaba estar al aire libre. Tendría que encontrar un empleo de inmediato y suplicar que las noticias no viajaran con tanta facilidad. Necesitaba ser una desconocida.

Inhalé y exhalé despacio mientras me mordía el interior de las mejillas. La policía había hecho bien en destruir el joint, allí se quebrantaba la ley y Ruth tenía razón, el alcohol arrasaba familias, los niños pasaban hambre porque sus padres querían una copa más y algunas mujeres recibían palizas en nombre de lo prohibido. Pero James también estaba en lo correcto. El alcohol que producía acababa de salvarle la vida a una niña. Él era doctor, sabía qué hacer, y los dirigentes del país no tenían el mismo conocimiento. Además, ¿a quién culpaban las mujeres cuando sus esposos las golpeaban sin tomar ni una sola copa? ¿O el Gobierno prohibiría todas las actividades para asegurarse de que el padre cumpliera con su deber de sustento? Y, si todo estaba prohibido, ¿dónde quedaba mi libertad para decidir? Toda mi vida me enseñaron que el Gobierno cuidaba de nosotros, que sus decisiones eran las correctas y los demás eran disidentes, pero ¿utilizar cualquier método para hacer valer las leyes? ¿Acaso no incentivaban ellos mismos la delincuencia? ¿Quién estaba bien? ¿Cuál de ellos tenía la razón?

El vehículo que se me acercaba me sacó de mis pensamientos. Me detuve en la orilla de la carretera con la esperanza de que fuera una familia y pudieran acercarme a la ciudad. Sin embargo, mientras más se aproximaba, reconocí el cromo del parachoques de Stude. Contuve el aliento y tras un segundo de indecisión volví a caminar.

No entendía por qué James me buscaba, su matrimonio con Ethel era necesario para que la comunidad dejara de pensar en él como un colored. El amor entre ellos debió llegar después, con el paso del tiempo y la cotidianidad. Tenía que desaparecer, jamás debí llegar a ese año y por más que quisiera ayudarlo, que mis acciones intentaran ser buenas, solo lo perjudicaba. Me reí de mí misma. Tal vez me daba demasiada importancia y él no iba detrás de mí. No obstante, grité y me detuve de golpe cuando me cortó el paso con el vehículo. Al bajar azotó la puerta por lo que abrí los ojos hasta desmesurarlos, parecía aún más furioso, si es que eso era posible. Se detuvo frente a mí desafiante y enorme por lo que el corazón me latió errático a la par que mis cansados pies flotaron en el aire. James Montgomery había ido por mí. Embelesada, le observé el rostro y añoré enterrarle los dedos en el ondulado cabello.




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