Un imposible

3

Barbara Johnson

 

—¿Whiskey? —Con la punta de la lengua me humedecí los labios con rapidez. Sonreí—. ¿Es eso lo que produces?

Con las manos encontré su rostro y con los dedos a penas le enmarqué el mentón. El chorro de aire caliente que él expulsó les brindó tibieza a mis fríos dedos y me encandiló los sentidos por el sabor amaderado que se apropió de mi gusto. James ancló los ojos a los míos, si bien se desviaron con rapidez a mi boca.

—Sí.

Él sonrió y amplié mi gesto. En tanto un grito mudo estallaba en mi interior, él era hermoso y era mío. Bajé la mirada, aunque mantuve los dedos en el mismo lugar.

—Nos volveremos a ver… lo haremos. —Mi voz evidenció la agitación que me recorría—. Y me odiarás.

Sentí cuando él negó, mas no podía enfrentar esos ojos verdes, era una cobarde.

—¡Jamás!

Sonreí por su vehemencia.

—Lo harás, me creerás pueril.

Como su aliento era suficiente para los dos, contuve el mío. Y me quedé inmóvil cuando me rozó los labios. Fue él quien me robó todo cuando me invadió la boca y exigió mi derrota con la lengua. Logré escapar de la prisión a la que me sometía solo para aferrarme a su cuello y poder responderle por lo que pude absorber el regusto caramelizado y me pareció fascinante.

Cuando rompió el beso, ambos teníamos la respiración agitada. Me apoyó la cabeza en el hombro y le deslicé las manos hasta el abdomen. No sabía qué ocurría, pero él parecía inquieto y confuso. Debía irme y él tenía que concentrarse en lo que fuera que pasara. No deseaba dejarlo solo, mas no tenía idea en qué podría ayudarlo. Si bien el corazón me dio un salto y salí de mis pensamientos cuando sentí una lamida ligera que me trazó el curso de la vena principal en el cuello.

—Sabes tan dulce como hueles.

Cerré los ojos y dejé caer la cabeza cuando él se deslizó de un lado al otro y me recorrió con la nariz la clavícula. Sus caricias no eran más que otras veces, pero el titileo en mi piel iba en aumento y me vi obligada a humedecerme los labios, pues sentía la garganta reseca. Tuve que apoyarme en su pecho en el momento en que con los labios dibujó el contorno de mi cuello para llegar a los senos con lamidas y mordiscos sobre la tela. Recordé las palabras de mamá, las tenía muy presentes. No obstante, éramos él y yo. Tenía la necesidad férrea de probarle los labios, conocerle la piel, quería ser suya y que él fuera mío… Una vez, solo una. Que, con mis caricias, aunque cándidas, James tuviera la convicción de que lo amé más allá del espacio-tiempo. Estaba segura de que él no le daría importancia, que lo olvidaría. 

Bajé la cabeza y tragué profundo cuando con los puños golpeó la puerta del automóvil mientras volvía a apoyarme la cabeza en el hombro. ¿Él no quería explorar mi piel? Me reprendí a mí misma. Él amaba a Ethel, debía pensar en ella, desear que ella estuviera en mi lugar. Era mi egoísmo el que seguía interponiéndose entre ellos dos. Alcé la mano para acunarle el rostro y ofrecerle algún tipo de consuelo. Tenía que obligarme a mí misma a dejarlo ir.

Se apoyó en ella y esos extraordinarios ojos verdes encontraron los míos. Me mordí el interior de las mejillas. ¿A qué se debía el ir y venir de su mirada? No sabía qué era, pero al mirarlo estaba esa familiaridad que iba más allá de mi edad. Eran los ojos suplicantes de un hombre y, a la vez, el reflejo de un joven por la viveza en ellos. A pesar de que el tacto me confirmaba la suavidad de la piel y su colonia jugaba con mi quietud, era inalcanzable. Un hombre adelantado a su tiempo.

No sé durante cuánto nos observamos… Y tuve la certeza. Él también le pedía permiso al tiempo para que nos concediera esa noche. No estaba muy segura de cómo, si bien, estaba convencida de que mis instintos me mostrarían el camino para sumergirlo en una vorágine de sensaciones. Debía mostrarle que siempre lo había amado, incluso antes de saberlo.

Me entrecerró las manos y por la postura que mantenía supe que no tenía ni un ápice de duda en que yo le pertenecía. Tampoco existió algún fallo en mis pasos cuando caminó con seguridad a la casa, llevándome con él. Me abrió la puerta y me permitió entrar. En un solo paso estaba frente a mí y con los largos dedos me dibujó el contorno del rostro. Con los preciosos ojos verdes encontró el camino hasta mi corazón y las raíces de su alma construyeron los cimientos en la mía. Ladeó la cabeza y esa sonrisa irreverente le curvó los labios, parecía complacido… inconcuso. Y yo, estaba frente al sol y todavía no sentía que me quemaba.

Extendí las manos y bajo con los dedos encontré la piel lozana, aunque por un segundo los dos rostros se entremezclaron frente a mí, el del hombre joven y el de treinta años después. Y ambos eran perfectos. Le deslicé las manos por el pecho y le recorrí los hombros. Ahora comprendía mejor el porqué de los brazos musculosos. No eran solo por cortar leña, sino que por mover las enormes barricas. Su respiración se mantuvo serena y en ningún momento bajó la mirada ante mi escrutinio. Le encontré el abdomen y los dedos se me quedaron suspendidos por un segundo cuando contuvo el aliento. Nuestras miradas se reencontraron y la suya… ¿Era una chica fácil para él? Tal vez sí por lo que rehuí de esos ojos verdes como el brote de un trébol. Sin embargo que pensara que estuve con otro hombre era un alivio, pues no se convertiría en un recuerdo transcendental para él mientras que para mí…




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