Un imposible

9

Martes, 30 de agosto de 1927

Barbara Johnson

 

Estaba en la cocina desde mucho antes de que saliera el sol, pues las punzadas en la espalda no me permitían dormir y solo sentía alivio de pie. Tenía listos varios panes, además de una tarta de banana con merengue y una tarta de manzana. En el dutch oven burbujeaba un guiso de carne con papas, zanahorias, nabos y guisantes, además había varias jarras de té dulce en el refrigerador.

Al escuchar el timbre del teléfono, me limpié las manos en la toalla y caminé despacio hasta el vestíbulo. Descolgué y esperé que la operadora me comunicara con el señor Callaway, el abogado que llevaba la representación legal de James, el cual después de intercambiar saludos, dijo:

—Señorita Johnson, el Gobierno liberó los cinco mil dólares en el banco Day and Light y los cinco mil en el People´s Bank of Vinton. Puede hacer uso de ese dinero, tal como dispuso el señor Montgomery.

Mientras lo escuchaba alguien tocó a la puerta de la casa. Giré y observé a Charlotte acercarse para abrir por lo que regresé mi atención a la llamada, pues la había esperado durante días.

—¿Y la otra petición?

—La señorita Ruth está aquí —gritó Charlotte desde la entrada.

—Señora Wilson, colored, que no se te olvide.

Fruncí el ceño por cómo Charlotte anunció a Ruth, aunque mantuve la atención en la llamada. Sin embargo me preocupaba la presencia de la hermana de James en la casa ese día, pues habíamos perdido el contacto desde nuestra conversación en la heladería. Abrí la puerta del armario que estaba junto al teléfono, saqué el abrigo y me lo coloqué sobre los hombros para ocultar mi enorme barriga.

—Denegaron la solicitud de visita, señorita.

Logré contener el sollozo, pero no así la lágrima que se me deslizó por la mejilla. En todo ese tiempo la policía no había permitido ningún tipo de contacto por lo que no sabía si James estaba bien o si tenía alguna necesidad. Muchas veces me había subido a Stude, sin embargo, solo una vez había conducido hasta la frontera del estado, no obstante había tenido que controlar la impetuosidad por temor a que eso le acarreara más problemas a James, pues se suponía que él no era el gran productor de alcohol que ellos habían pensado y que habían cometido un error. Además no podía demostrar opulencia justo después de perderlo todo, según ellos, vivía de créditos y de mi pequeña producción de pan y mantequilla.

Levanté la mano y la deslicé por la madera del aparato.

—Por favor, siga intentándolo.

A través de las líneas viajó el suspiro de cansancio del abogado, para él, debía conformarme con el dinero. Desde hacía tiempo había comprendido la intención de James, pues para el Gobierno ese era el único dinero que él poseía y por eso había que rescatarlo. Sabía que había que mantener la mentira, pero no me importaba; gustosa entregaría los diez mil dólares si eso me brindaba la oportunidad de verlo.

—Señorita…

Le di instrucciones para que cobrara su comisión y saldara las cuentas. Al señor Callaway le disgustaba recibir órdenes de una mujer, de hecho, a los hombres de la comunidad y la ciudad les sucedía lo mismo, mas se veían obligados a negociar conmigo.

—Lo llamaré en un par de días.

Terminé la llamada e inhalé y exhalé despacio para enfrentar a la mujer que estaba sentada en el sillón de la sala. Procuré que mis pasos parecieran naturales al entrar al mismo tiempo que Charlotte pasó junto a mí con una jarra de té dulce y varios sándwiches. Mientras, observé a la visita. La mirada de Ruth parecía mayor, quizás por las manchas negras bajo sus ojos, por lo demás, estaba igual de regia con el atuendo blanco que la caracterizaba. Junto a ella se encontraba Alice y me alegró verla con un vestido que le resaltaba la silueta y le iluminaba la piel. Me pareció una joven esplendorosa, ese pensamiento me ayudó a sonreír, aunque estaba segura de que solo sería una mueca, Ruth no había podido escoger peor día para visitarme.

—¡Oh, querida! ¿No te da gusto verme? Te olvidaste de mí en estos meses.

Negué con la cabeza y le extendí la mano.

—Tú siempre serás bienvenida, esta es la casa de tu hermano.

Ella observó a su alrededor: desde la máquina de coser y las hileras de libros, hasta las paredes azul claro, la alfombra verde esmeralda y el piso de linóleo en gris oscuro y claro, todo era igual; incluso había encontrado el cuadro con el bosque siniestro que solía estar encima de la chimenea. Había logrado replicar la casa con exactitud y al parecer eso provocó que Ruth abriera los ojos verdes que compartía con su hermano y se cubriera la boca con las manos.

—No hay cambios.

Esa había sido mi intención, mas ya nada podría ser igual: no después de aquella noche. Algo en mí se había transformado y no estaba segura de poder rescatarme. Sin embargo me obligué a mantener la sonrisa en el rostro ante las visitas. Mi dolor era solo mío, fui yo quien perdió a James. Además no olvidaba que Ruth me creía indigna de él.

—Señorita Johnson, ¿puedo ir al solárium?

Volví a sonreírle a Alice y asentí. Cuando se retiró, me sujeté del espaldar del sillón y me senté con precaución, asegurándome de no mostrar ningún malestar por el esfuerzo.  Ruth me dedicó una sonrisa, entonces ambas agarramos un vaso de té dulce y le dimos un sorbo. No había nada qué hablar, para mí nada nos unía. No obstante, ella parecía creer lo contrario.




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