No creí terminar en una guerra de miradas con mi crush, pero eso es lo que estamos protagonizando. Además, debo agregar que Pamela tiene la vista demasiado pesada porque puedo sentirla en mi espalda.
El problema es que no puedo voltear a hacerle alguna señal de auxilio, porque me encuentro en una especie de bloqueo.
—¿Te puedo ayudar en algo?
Podría haber apostado a qué estuve largos minutos parada a unos pasos de él, pero claramente perdería.
—Hola —mi voz sale débil.
Me recrimino apenas abro la boca porque parezco dar a entender que no escuché la pregunta anteriormente formulada.
—Hola…
—Daisy Hernández.
Parece la presentación para una entrevista de trabajo y si está es mi forma de practicar, puedo verme siendo rechazada antes de incluso postularme a la oferta.
—Hola Daisy.
—Hola Sebastián.
La incomodidad se vuelve más pesada y si no fuera por su mirada, no le habría dado cuenta de que dije su nombre en voz alta.
—¿Te conozco?
Su tono es de reproche y siento que me hago pequeña ante él, aún siendo yo la que está de pie.
—Si, estudiamos secundaria en el mismo instituto.
—¿Entonces…?
Bueno, quiero salir corriendo.
No debí haberle hecho caso a Pamela cuando me convenció de hacer esto y debí haber notado con mas detalles el aura sombrío que rodea a Sebastián. Es obvio que no se encuentra de humor para mantener una conversación con nadie y quizá a eso se debe que esté solo aquí.
—Disculpa, yo…
—¿Qué quieres decirme?
Me acerco un paso más, con temor a que mi voz no vaya a ser escuchada.
Estoy dividida entre continuar o dar media vuelta.
Pero también estoy tan cansada de huir.
—Sebastián Ramírez —carraspeo—. Te conocí en un partido de béisbol cuando estaba en primer año. Y decir “conocí” suena muy codicioso porque realmente solo quede absorta en el Home run que le dio la victoria a nuestro instituto y en el hecho de que te veías supremamente hermoso y feliz.
Su mirada se desvía un momento a mi hombro, pero no porque este buscando algo allí, sino porque parece necesitar un punto en el cual ubicarse para poder sumirse en sus recuerdos.
—Puede sonar muy tonto y yo me siento así al decirlo, pero: me gustas. Todo el tiempo que estuve en la secundaria lo pase soñando despierta contigo y tratando de reunir el valor para hablarte. Iba a todos tus partidos de béisbol y quedé enamorada del cuadro que realizaste para el concurso.
El solo recordarlo me hace estar nuevamente ante un sentimiento contradictorio. Un lado feliz por la pintura y el contrario algo decepcionado por la musa utilizada para crearlo.
—Sé que está inspirado en Fabiola y también sé que son pareja, pero no quiero que pienses que estoy diciendo todo esto para conseguir algo más, sé que perdí esa oportunidad hace demasiado tiempo pero…
—¿Me conoces?
Su pregunta me toma por sorpresa. Sobretodo porque acaba de interrumpir el discurso que recién estaba terminando de organizar en mi cabeza.
—¿Disculpa?
—Dices que nunca tuviste el valor para hablarme pero también dices que te gusto, lo cual para mis oídos suena muy contradictorio… ¿Te puede gustar algo que no conoces?
—Quizá en un termino más profundo…
—No sabes ni siquiera quién o qué fue la inspiración para ese lienzo —me corta.
La incomodidad da paso a la vergüenza.
—Me gustaba lo que transmitía —susurro.
No parece hacer escuchado.
—Fabiola no tiene nada que ver —su tono de voz tan frío me genera un escalofrío—. Y aún viéndola a ella, pudiste reunir el valor para venir a confesarte.
La clara indirecta genera un malestar en mi estómago. Enfoco la mirada en mis manos y él se levanta de la banca, cortando la poca distancia que nos separaba.
Me veo tentada a dar un paso atrás, pero al alzar la vista me quedo congelada en mi sitio.
No recuerdo haberlo visto tan molesto como hoy y me causa tristeza el hecho de que sea yo la razón de ello.
—Lo siento, no quería molestarte.
—No me molestas, me decepcionas… vienes hasta acá a expulsar un montón de fantasías que creaste en tu época de secundaria y que aún no has superado. Con una imagen de mí que se ve muy pulcra por fuera pero que por dentro está vacía, es hueca. No hay nada allí.
Intento sostenerle la mirada lo mejor posible, pero debo parpadear mucho para no dejar salir una lágrima.
—Tienes un nombre y un pasatiempo. Me imagino que también pasabas espiándome cada que tenías la oportunidad, ¿O me equivoco? —suelta una risita que no suena nada divertida—. Resulta tan aburrido que vengas antes mi con todas esas suposiciones. Debes despertar, este es el mundo real. Sal de tu cabeza un momento y date cuenta que invertir tu tiempo en mirarme entre las sombras no ayuda en nada.
No hay forma de debatirlo cuando es la verdad. Pero sigo preguntándome, ¿Por qué soy yo la “suertuda” que debe escucharlo?
—Tu amor idealizado no existe. El “yo” increíble no es real. La relación que hayas creado, los escenarios para dormir, los besos, palabras bonitas, regalos… nada es real. No me conoces y yo mucho menos a ti . Nunca nos conoceremos siquiera.
—Entiendo —mi voz suena entrecortada por todo el llanto que me estoy guardando.
—Espero que esto quede de lección para que dejes de idealizar a las personas. Con permiso.
Pasa rápido por mi lado en dirección a un lugar desconocido.
Exhaló todo el aire que había estado reprimiendo y detrás de él se dejan venir todas las lágrimas que estaban agrupadas en mis ojos.
—Daisy…
La voz suave de Pamela es como una curita en la herida. Sobretodo porque el tono grave y profundo que uso Sebastián sigue rondando mi cabeza.
—Voy a casa.
Ni siquiera estoy pensando en qué hora es, quiénes alrededor pudieron escuchar lo que me estaban diciendo, qué clases me estaré perdiendo al irme, qué tan lejos será el camino si decido regresar caminando…
Editado: 27.10.2024