El bosque, la naturaleza, el aspecto siempre divino y místico que tenían ese tipo de lugares eran lo que llamaba la atención de muchos humanos. La promesa de la tranquilidad y el silencio, contrario al barullo de las grandes ciudades, los atraía como mosquitos al calor, aunque también los hacía más susceptibles a las trampas de los Fae.
Para Isis, vivir constantemente en él hacía que perdiera toda la magia. Siempre iba corriendo de un lado a otro, razón por la que no se paraba a admirar realmente el lugar donde vivía. Eso la hacía sentirse inferior, no se supone que una loba fuera igual que un mísero humano que había sido tan fácil de conquistar.
La Guerra de la magia fue uno de los eventos más importantes dentro de la historia humana. Miles de criaturas mágicas salieron de sus escondites y se rebelaron ante la humanidad por la invasión que sufrieron durante años en sus hogares, las talas de árboles, extinción de animales y alteración del ciclo de la vida. Lograron encender la furia de las demás especies y se unieron en contra suya.
Ningún humano fue capaz de detenerlos. La magia y habilidades especiales que poseían los hicieron invencibles, las enemistades y los rencores del pasado se dejaron de lado para terminar con su peor enemigo.
—Cuida tu camino —gruñó Isis cuando un joven pasó demasiado cerca de ella y chocó su hombro.
El joven le dedicó una sonrisa burlona que se borró de su rostro cuando recibió una cachetada de parte de Isis. No era el tipo de golpe que quería darle, pero no podía exponerse ante tantos ojos.
Todos sabían que la chica con capas negras y pasamontañas no tenía un buen humor y que no debían de molestarla si querían llegar completos a sus destinos. Había muchos rumores respecto a su aparición en sociedad, pero nadie era capaz de decirlos cerca de ella. No tenía buena reputación.
—¿¡Qué te pasa!? —gritó la que supuso que era la novia del chico, tomando su rostro entre sus manos.
—Turistas —dijo con asco Isis antes de volver a caminar ignorando los gritos de la chica.
*
—Fueguito—dijo Musgo con una gran sonrisa entre los labios y los brazos abiertos. La chica se limitó a pasar por debajo de su gran abrazo y sentarse en una de las sillas de la taberna.
Le resultaba curioso cómo eran las personas se aferraban al pasado y seguían haciendo estructuras como esa y llamándolas tabernas. El lugar tenía casi la misma pinta que una, pero agregando elementos que la hacían parecer elegante. Resultado de tener a dos seres tan diferentes como dueños.
El techo era alto, construido con madera que siempre desprendía un olor agradable, a pesar de todo el alcohol que se consumía ahí. En medio de la fachada, había un gran tarro con diferentes tubos alrededor suyo que servían la famosa cerveza agridulce que confundía a todo aquel que la tomara. Los muebles de madera oscura gobernaban el lugar. Las mesas tenían siempre manteles blancos que, no importaba el momento en el que fueras, siempre estaban mágicamente limpias.
Por otro lado, había una gran puerta al fondo que guiaba hacia un patio donde lo blanco mandaba y relucía siempre con las mágicas luces flotantes que aparecían durante la noche.
El troll la veía con sus ojos brillantes, su traje de bartender y la piel verdosa que caracterizaba a los de su tipo.
—¿Qué te tiene tan de malas? Ayer que saliste estabas bien.
—No fue mi noche favorita para cazar, tengo hambre.
—Pero si siempre...
—Tengo hambre, no logré cazar nada —dijo con frustración y quitándose la capucha. Su cabello castaño y rizado se movió un poco, pues estaba atado en una perfecta coleta alta—. Aliméntame.
—¿Por qué...?
—No quiero hablar de eso, Musgo.
—Está bien —murmuró y se movió para prepararle algo de comer—. ¿Cómo está la frontera?
—Igual que siempre. Llena de carteles y humanos queriendo tener el acceso completo a nuestras zonas.
—No sé por qué siguen queriendo entrar, ¿No entienden que la Madre Tierra no les pertenece? Ya tuvieron su oportunidad de cuidarla y de ser unos hijos incomparables y solo terminaron rompiéndola más. Nuestros gobiernos sí supieron cuidar de ella y respetar que sólo somos sus huéspedes.
—Los humanos son raros.
—Ten —dijo deslizando un plato con un bistec y ensalada a un lado. Isis hizo un gesto de disgusto al mover los chícharos a un lado—. Come todo o no vuelvo a cocinar.
—No me gustan —. Se quejó como niña pequeña, causándole gracia a Musgo.
—No hay nada que negociar.
*
Odiaba los centros comerciales.
Esa era una verdad irrefutable. Los miles de olores que se concentraban en lugares como ese hacían que de vez en cuando se mareara y atosigara, ni siquiera entendía como los vampiros habían rediseñado los espacios para cualquier raza, pero no se preocupaban por disminuir los olores.
Aún cuando a ellos mismos los lastimaban.
—Señorita ¿Un pedacito de carne? Nuestra marca...
—Aléjate —le dijo en seco sin parar de caminar. El humano se alejó de ella levemente intimidado por su tono de voz.