Selene
El vapor del café se enredaba con el aire frío de la mañana. Estaba sentada en mi lugar de siempre, el tercer taburete desde la esquina, con las manos envueltas alrededor de la taza como si así pudiera retener algo de calma.
Como si nada hubiera cambiado. Como si no hubiera un extraño en el piso, durmiendo a metros de mi habitación hace días.
Frente a mí, Hank limpiaba la barra con esa eficiencia muda que lo caracterizaba. No era de los que hablaban por gusto. Apenas asentía, gruñía o soltaba algún comentario seco, pero siempre escuchaba.
—En algún momento iba a pasar —murmuró sin levantar la mirada.
—Sé que solo alquilaba la habitación y que no compré el lugar, pero…
—El chico no tenía donde quedarse.
Fruncí un poco el ceño, aunque no era con él el tema. Solo me descolocaba. Sentía que algo de mi espacio se había roto un poco. Que ya no era solo mío.
—¿Y no podían alquilarle el piso que está al frente del que estoy alquilando? —murmuré sin reproche.
—Tiene goteras.
Suspiré justo cuando vi a Sunny acercarse. Se estaba quitando el delantal mientras se servía una taza de café. Me sonrió con la misma dulzura de siempre y no pude resistirme a sonreírle de vuelta.
—Buenos días, cariño —me saludó—. ¿Muy molesta por la compañía inesperada?
—No es eso —negué levemente—. Solo no pensé que alguien más usaría esa habitación…
—Ese chico necesitaba un lugar donde quedarse.
Entrecerré los ojos mirando a Hank, buscando alguna señal de si se habían puesto de acuerdo en que responder y él solo se encogió de hombros.
Sunny rodeó la barra y se colocó a mi lado, peinó levemente las puntas de mi cabello y volvió a sonreír.
—No lo conozco. Y no es que me moleste, pero… —me detuve un momento y solté un suspiro—. No entiendo por qué no le alquilaron algo separado.
—Porque esa habitación estaba vacía. Y porque tú, aunque no lo digas, necesitas alguien más que el eco de tus pensamientos, cariño.
Su tono fue tan suave que no supe si me dolía o me abrazaba.
—No estoy tan mal —murmuré bajando la mirada.
—Pero estás sola. Y a veces eso también pesa —añadió Hank.
No supe que decir. Solo tragué saliva y asentí lentamente, sin ganas.
—Además —Siguió Sunny—, el chico parece tranquilo. Incluso no se molestó ni un poco cuando vio que usabas la habitación como bodega.
—¿No que eras tú la señorita ordenada? —intervino Hank, sin ni siquiera mirarme.
Me crucé de brazos, incómoda.
—No era bodega… solo no me cabía todo en el armario.
Sunny soltó una risa y Hank negó con la cabeza.
—Bueno, ya está viviendo ahí —dijo ella—. Tal vez te caiga bien con el tiempo.
Ella me miró con esos ojos suaves que siempre parecen ver más de la cuenta.
—Solo compartimos piso, nada más. No creo estar buscando hacerme mejor amiga de una superestrella, la verdad.
—¡Cierto! Es cantante —Sunny rió como si recién cayera en cuenta—. A veces se me olvida que es famoso. Qué cosas… A mi nieta, Lily, le encantan sus canciones. Dice que tiene una voz “que te arrastra sin permiso”.
Rodé los ojos y me llevé la taza a los labios.
—Qué poética tu nieta —murmuré con tono seco—. Casi tanto como él.
Sunny rio, negando con la cabeza con cariño.
—Te hace falta un poco de romance, Selene.
—O solo menos ruido —respondí.
Hank, que estaba detrás de la barra limpiando una taza, levantó la vista justo en ese momento.
—Su novia no parece muy feliz.
Sunny y yo giramos para mirarlo, y él solo señaló con la cabeza el televisor que colgaba en lo alto de una pared. Era grande, uno de esos que usaban para ver partidos de fútbol cuando jugaban los equipos grandes o cuando alguien apostaba en la barra.
La imagen mostraba a una mujer altísima, con vestido negro ajustado y gesto apretado. El texto en la parte inferior de la pantalla decía:
“Daphne Crawford, la modelo del momento, se presenta sola en la gala de cierre de la Semana de la Moda de Londres. El gran ausente: su pareja, el cantante Nickolai Sterling. No se ha sabido de él en días. ¿Reaparecerá mañana en el recital de Ashton Morray, con quien colaboró en su último sencillo?”
Hank, que hasta ese momento no había dicho nada, soltó un leve resoplido.
—Mira tú, y yo que pensaba que esas cosas solo pasaban en series.
—Pasan más seguido de lo que parece —dijo Sunny, volviendo a verlo—. Pero al final, todos necesitan un lugar donde nadie los esté mirando.
—Le diste una habitación a alguien que no puede pasar desapercibido ni con gorra y gafas —comenté, sin poder evitarlo.
Sunny me miró, sin perder la ternura de sus ojos.
—Y tú tampoco pareces querer que te miren. Tal vez por eso el universo decidió ponerlos en el mismo piso.
No supe qué responder. Solo tomé otro sorbo de café y miré el televisor otra vez, preguntándome cuántas verdades escondían esas imágenes brillantes y esos nombres demasiado conocidos. Rostros perfectamente iluminados, noticias contadas a medias, titulares diseñados para mantener la atención.
¿Cuánto de eso era cierto? ¿Y cuánto era solo parte del espectáculo?
—Tengo que irme a trabajar —murmuré, dejando la taza en la barra con suavidad—. Gracias por el café y por todo lo demás.
Sunny me miró con esa calidez suya que siempre lograba colarse en los rincones donde uno creía que ya no quedaba espacio para nada.
—Todo va a estar bien —dijo dándome una sonrisa tranquila—. Te acostumbrarás.
—Eso espero —murmuré.
—Y si no… te traigo pastel más seguido —añadió con un guiño.
—Gracias, en serio.
Me despedí de Hank con una pequeña inclinación de cabeza y crucé el bar.
Cuando salí, el frío me golpeó y caminé rápidamente hacia atrás del lugar para subir las escaleras que me llevaban al segundo piso. Era un pasillo angosto con dos puertas, una para cada piso. El de al frente era el que tenía goteras.
Editado: 30.07.2025