Un lugar llamado nosotros

Café, pasos y guerra fría

Selene

El día estaba despejado, con ese cielo pálido que parecía haber lavado todas las nubes durante la noche. Aun así, el frío no se iba. La brisa era constante, y se colaba entre las costuras del abrigo como si tuviera algo que demostrar.

A mi lado, Nikolai caminaba con las manos en los bolsillos y el gorro de su hoodie puesto, como si eso fuera suficiente abrigo. La tela se le ajustaba en los hombros, pero el resto colgaba suelta, y no llevaba chaqueta ni bufanda. Me pregunté si era insensato o simplemente terco.

Íbamos en silencio. Uno cómodo para mí, pero probablemente insoportable para él.

—¿No eras tú la guía turística? —soltó de pronto, con ese tono suyo que siempre parecía al borde de la burla—. Porque hasta ahora, ni un dato curioso ni una recomendación de panadería. Qué decepción.

Rodé los ojos, sin detener el paso.

—La vista mejora si dejas de mirar el suelo.

—¿Y si lo hago me lanzas una advertencia sobre pavimento histórico?

—No. Pero podría dejarte caminar en círculos hasta que termines con hipotermia.

Escuché su risa breve, contenida. No lo miré. Pero lo sentí más cerca.

—Qué amable. Me haces sentir como en casa.

—No tengo vocación de anfitriona —murmuré.

Él no respondió enseguida, y agradecí ese momento breve de silencio.

Pero claro, no duró mucho.

—¿Vas a tomar el camino largo solo para tenerme más rato contigo? —preguntó, con esa sonrisita suya que podía encender fuegos o discusiones.

Giré apenas el rostro, lo justo para que me viera fruncir los labios con desaprobación.

—¿Siempre te crees el centro del universo?

—Solo cuando alguien decide dar paseos panorámicos en vez de ir directo.

—Te estoy llevando por el camino más corto.

—Entonces me retracto. Vas mejorando como guía turística.

Rodé los ojos.

—¿Siempre hablas así con tu disquera? ¿O con tu representante?

—A mi disquera la respeto. A ti, te provoco. Mucho más divertido.

No giré la cabeza. Solo lo escuché. Y aunque una parte de mí estuvo a punto de sonreír, no lo hice. Era el tipo de comentario que, en otro momento, con otra historia detrás, tal vez me habría hecho gracia. Pero no ahora. No después de lo que pasó. No viniendo de alguien que tenía una novia. Sumándole que era perfecta de catálogo.

Suspiré por la nariz, bajando un poco la mirada.

—¿Y con tu novia también te funciona ese tipo de comentarios?

Él caminó en silencio por un par de pasos, las manos metidas en los bolsillos , la mirada al frente. La sonrisa había desaparecido de sus labios, pero su tono seguía siendo medido.

—Con ella no suelo hablar así —dijo al fin, sin mirarme.

No sé por qué, pero esa respuesta me picó más de lo que debería. Tal vez por lo fácil que le salía. Tal vez porque parecía decirlo con cierta carga que no supe leer del todo.

—¿Porque no le hace falta o porque no lo toleraría?

Él soltó una exhalación breve. No era una risa, pero casi.

—Porque no hay mucho espacio para bromas ahí. Todo está medido. Planeado. Perfecto.

Lo miré de reojo. Había algo en su voz. No sé si era resignación, o simplemente fastidio.

—Es modelo.

Lo dije como si casi fuera un dato y no la super modelo del momento. Cosa que claramente Nikolai tenía más que claro.

—Sí. Bastante reconocida, en realidad.

—Lo sé —murmuré, apretando un poco más la bufanda bajo mi cuello—. Me tocó escribir el artículo cuando una de tantas revistas anunció su relación. Había una línea editorial muy específica sobre la imagen de “pareja ideal”. Tuvimos que incluir hasta detalles del primer encuentro.

Él se detuvo medio segundo, sorprendido, y volvió a mirarme.

—¿Tú escribiste eso?

Asentí, sin orgullo.

—No fue mi mejor trabajo, estaba recién iniciando. Uno no siempre elige lo que firma. A veces solo hay una orden y un plazo. Y muchas sonrisas falsas en alta definición.

—Lo sé —comentó—. Pensé que ese tipo de artículos los hacían… no sé, personas que escriben sobre bodas y labiales.

—También escribo sobre eso, a veces —repliqué, sin perder el paso.

—Suena intenso.

—Suena mal pagado, en realidad.

No dijo nada durante un par de segundos.

Sentí su mirada en mi perfil, pero no giré.

—No sabía que sabías tanto de mí.

—No sé tanto. Solo lo necesario para escribir quinientas palabras que suenen auténticas.

—¿Para qué revista trabajas?

—West&Folk Magazine —respondí, sin girarme—. Publican de todo: arte, música, estilo de vida y, ocasionalmente, relaciones de portada.

—Lo leí. Lo que escribiste sobre Daphne y yo, aunque en ese momento no sabía que eras tú —dijo, y por primera vez sonó como si en verdad hubiera prestado atención—. Sonaba bien. Casi creíble.

Me giré apenas, lo suficiente para lanzar una mirada afilada. Fruncí levemente el ceño y lo miré de reojo.

—¿“Casi”?

—Sí. Había un par de líneas que parecían demasiado perfectas. Como si nadie en la vida real dijera cosas así sin tener una cámara delante.

—Ese era el punto —respondí—. Alta definición, filtros suaves, y una historia de amor tan impoluta que hasta las sombras parecen de película.

Él se encogió de hombros, con media sonrisa.

—Igual te quedó mejor que muchas otras cosas que he leído sobre mí.

—Qué honor. Me siento halagada —dije con sequedad.

Me mantuve a la defensiva. Sabía jugar ese juego, el de las palabras y las distancias. Y él no dejaba de empujar los límites, con ese aire despreocupado que solo alguien con muy poco que perder podía tener.

—¿No te pareció extraño escribir sobre una relación de alguien que no conocías? —preguntó.

Lo miré.

—Lo extraño es que sonara tan real sin conocerlos.

Nikolai ladeó un poco la cabeza, como si considerara mis palabras con más cuidado del que parecía.

—A veces lo real es lo que mejor se finge. Sobre todo, cuando todos quieren creerlo.




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