Un mar entre nosotros (en Edición)

La necedad de no querer

Ethan

Estaba de mal humor. Cogí el móvil que está junto a la almohada y me lo acerqué casi hasta la nariz para ver quién llamaba.

     Era mi madre que llevaba llamado desde primera hora de la mañana. No sé por qué, pero ya la siento gritándome al oído. Puedo sentirlo. Tenía que devolverle la llamada o se pondría más histérica que nunca.

     —Hello, ma…

     —¡Ethan Robles!

     A penas oigo sus gritos, hago una pausa y trago saliva.

     —¿Dime, mamá? —era la pregunta más estúpida que podía hacer en ese preciso momento.

     Me froté la cara de arriba abajo con la mano.

     —¿Cómo que saliste del hospital? Sabes muy bien que no puedes…

     —Es que…

     —¡Es que, nada! —continuó alterada, —¡Vas a volver al hospital ahora mismo!

     —Ya firmé los papeles —hice una breve pausa para recuperar el aliento, asimilando todo lo iba a decirme. —¡Ya me di de alta!

     —Debes volver, no estas bien. ¿Tu tratamiento? ¿La medicación? ¿Quién te ayudara? ¡No puedes hacerlo solo!

     «Cálmate, respira hondo… ¡Vamos, si puedes!»

     —Me tratarán en casa y mi enfermera vendrá pronto. Ya tengo mi medicación y las alarmas ya están programadas. En cuanto a mi dieta, ya tengo a alguien a cargo… ¡Ah! Y no me digas lo de la limpieza que eso ya está cubierto, mamá.

     —¿Pero qué te has creído? ¡No me contestes así! Solo estoy preocupada por ti. Tu padre se alteró mucho cuando se enteró de lo que hiciste anoche. ¿En qué estaba pensando? Es época de frío allá… Puedes recaer —sentí su suspiro—. Sé que ha pasado un año y medio desde que despertaste del coma. A pesar de los tratamientos que has recibido, aún no tienes fuerzas suficientes.

     Es claro que no tengo suficiente energía. ¿Pero qué quiere? Solo al verlo cuando desperté hizo que mi cuerpo reaccionara. Sabía que de apoco recordaba a todos; y el único rostro que no recordaba era el de él, a pesar de que lo veía en mis terapias. 

     —¡No volveré! Entiéndelo, mamá… —rodé mis ojos por la habitación, me levanté de la cama y caminé hasta el salón.

     Puse el móvil en la barra con el altavoz activado. 

     —No es que no quieras ir, tienes que hacerlo. Ethan, estamos preocupados por ti. No sabemos qué más pudiste a ver desarrollado por el accidente. El que estuvieras en coma —su voz empezó a temblar—. Cuando me enteré de lo que había pasado, me asusté mucho. ¡Compréndeme!

     Me rompió el corazón oírla decir eso. Pero me es imposible hacer lo que me pide.

     —Lo sabías, ¿verdad? Papá lo sabía… —de repente caí en el mismo tipo de tristeza que ella guardaba. —¡Dímelo, mamá! —insistí.

     —Ethan, yo… —sostuvo ese silencio durante mucho tiempo—. No lo supimos hasta un mes después de que entraste en coma —le oigo limpiarse la nariz constipada—. No podía decirle nada. Su mirada estaba completamente perdida. Debido a nuestra situación, él se ofreció a ayudarnos.

     —Mamá…

     —Desde aquel día, nunca se separó de tu lado. Siempre que podía, nos escribía y nos contaba cómo ibas evolucionando. Sin importar las madrugadas de aquí y de allá, él seguía.

     —No sigas. Mamá no sigas —repetí, mientras dejo el vaso sobre la barra, cogí el móvil y me dirigí a la puerta. Miré por el visor. Era la enfermera que llamaba al timbre—. Hablaremos de esto en otro momento. Tengo terapia. Cuídate, mamá.

     Al cerrar la llamada, sí, sentí mis palabras muy frías; y por mucho que quisiera alejarme de Pao, tampoco podía negarme ante la ayuda que había prestado a mis padres.

     Pensé que había cerrado ciclos, hasta anoche.  

     —Anne, ¿verdad? —me pronuncié en cuanto abrí la puerta de mi piso.

     —Buenos días, Sr. Robles.

     —Buenos días. Por favor, llámame Ethan. No me hagas sentir viejo —sonreí levemente—. A penas tengo treinta y dos. —Le hice un gesto para siguiera y tomara asiento en el sofá. Cerré la puerta tras de mí—. ¿Cuántos años tienes, Anne?

     Comencé con mis interrogaciones, mientras voy a la nevera y busco algo de beber para poder ofrecerle.

     —Veintiséis. Aunque pronto cumpliré veintisiete.

     Le serví un zumo de naranja. Al tanto que me acerco hasta el otro sofá y me acomodo, quedando frente a ella.

     —¿Vas a hacer algo por tu cumpleaños?




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