Un mar entre nosotros (en Edición)

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Ethan

—Necesito escapar de aquí. No quiero cometer un error.

     Cuando oigo esas palabras mi único pensamiento es salir corriendo de casa. No me importaba si es de madrugada. Me necesitaba, y yo era su única opción en ese momento. Me estaba arriesgando a todo.

     Cogí una chaqueta y una gorra, me los puse y salí por la puerta con mucha cautela. Me dirigí a la cochera para poder agarrar la bicicleta, que era lo que tenía a mayor disposición, y pedaleé lo más rápido que pude. La noche era fría y el viento no era demasiado fuerte. Mi mente daba vueltas, llena de él, con la preocupación de lo que pudiera estar pasando. Su vez detrás de la línea era muy débil.

     No sabía cómo lo había hecho, pero era de seguro que lo recordaría después, si podía, y sería una gran anécdota. Ya que era como sacar un superpoder de donde no lo tienes. En cuanto llegué a la puerta de su casa, le envié un mensaje diciéndole que estaba allí, pero cuando vi que no me contestaba, intenté pensar en una forma de entrar sin que me vieran los guardias. Fue difícil, pero lo conseguí. Me tocó trepar por alguno de los arboles hasta poder llegar al otro lado de la barda.

     Mientras caminaba lentamente por el jardín, mi corazón colgante se desplomó por fin. Al acercarme a la ventana de su habitación, me preparé para entrar y, en cuanto lo hice, allí estaba él, acurrucado en un rincón, con la cabeza ladeada entre las piernas. Me acerqué lentamente y le puse las manos en los hombros para poder abrazarle.  Cuando me miró, tenía toda la cara húmeda. Sus manos estaban temblorosas y frías, mientras comienza a apretarme con algo de fuerza la chaqueta.

     Su tristeza había llegado a tal punto que no conseguía que me respondiera. Por alguna razón llegué a la deducción y a la elección de coger algunas cosas de su habitación y preparar una maleta para poder llevármelo lejos.

     —Vamos, por favor, levántate —le dije preocupado. Me rompe el corazón verlo así. —Te sacaré de aquí. Te pondrás bien, ¡te lo prometo!

     En ese momento, Pao tomó mi mano y me abrazó por detrás. Sentí su corazón latir violentamente, y no pude contener mis sentimientos en ese momento. Me di la vuelta y volví a abrazarle, esta vez apretando mis labios contra su frente para demostrarle que estaba a salvo.

     Después de eso, ambos salimos por la ventana y nos dirigimos fuera de la mansión. Llamé a un taxi para que nos recogiera, porque salir en su coche estaba descartado. Salimos del lugar, dejando mi bicicleta en medio de la acera. En eso, ya subidos en taxi, cogí la mano de Pao y no la solté durante el resto del trayecto hasta que llegamos a la estación de autobuses y compramos un boleto sencillo a un destino con el que se sintiera cómodo.

     Durante todo el camino, suspiré por su seguridad. Hasta que finalmente ambos nos quedamos dormidos y dejamos de preocuparnos por dónde nos llevaría nuestro destino…

Me levanté de la cama sudando. Tenía el pecho congestionado. De pie en el salón, el olor a comida empezó a llamar mi atención.

   —¿Qué haces aquí? —Entrecerré ligeramente los ojos y bostecé, arrastrando las zapatillas hasta la cocina.

     —Por fin te has levantado. He hecho el desayuno…

     —¿Kalem?

     Lo miré inquisitivamente, con las manos en los bolsillos del pijama.

     —He hecho tostadas, guacamole, café y he cortado algo de fruta —dice, mientras camina de un lado a otro, sin querer mirarme.

    Su preocupación por mí al atenderme en el desayuno no era exclusiva de él. Le miré la espalda con desconfianza. Le había dado una llave del piso para que viniera cuando quisiera, pero sólo venía cuando tenía algo que hacer o algo pasaba en su vida.

   De momento no hago preguntas y asumo una actitud de indiferencia. Cojo una tostada y le unto guacamole. Le observo de espaldas a la alacena. Fue entonces cuando me encontré moviendo mi cuerpo hacia él.

     —¿Por qué me abrazas?

     Sentí la necesidad de abrazarlo, por primera vez en esa vida, como no tenía idea.

     —Pasó algo, ¿no? No es propio de ti venir a mi casa de la nada y prepararme el desayuno, a menos que yo te lo haya pedido.

     —No ha funcionado, otra vez —esbozó una sonrisa con todo el peso de la decepción.

     —¿Ahora por qué: tiempo, interés, terceros…?

     —Suma las tres. Y por favor, no le siguas, se que tienes una larga lista.

    —Lo sé. He contabilizado… Pero porque esta vez, ¡dijiste que todo estaba yendo bien! Bueno, no me esperaba esto. Normalmente siempre es una, pero las tres —enarqué una ceja.

     —Estoy haciendo el tonto otra vez.

    —Kalem, eres mucho para personas tan simples como esas —le apreté el hombro y le di un beso en la mejilla—. Vamos a desayunar. Hoy es nuestro día libre, ¿quieres hacer algo para quitar esa cara? —le susurré al oído mientras le abrazaba.




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