Un mar entre nosotros (en Edición)

Kalem

Ethan

—¿Dónde has estado toda la noche? Me levanté a beber agua. Tu habitación estaba abierta, pero no estabas.

—Salí a dar un paseo nocturno. Nada importante. ¿Cómo está tú? —Es un poco difícil ocultarle algo.

—Bien. Pero contéstame —colocó la mano en la barra.

—Vi a Xavier —dije mientras revolvía los huevos en la sartén.

—¿A qué fuiste? —me miró con mala cara.

—Ya te has de hacer una idea.

—Ethan —pasó a mi lado y me acerqué a la encimera, colocando los huevos revueltos en un plato y removiéndolos lentamente con la espátula.

—De ahora en adelante, está en deuda conmigo. Le ofrecí un trabajo en una de las empresas de mi padre.

—¿Cómo fue que él lo acepto?

—Yo le pegué primero —le miré con el tenedor en la boca—, y no voy a dejar que te golpee, así como así.

—Mírame —me agarró la barbilla.

—Me duele.

—¿También te golpeo?

—Sólo fue un puñetazo. ¿Cómo crees que es una pelea? Recibió otro golpe de mi parte en las costillas. Si no fuera por Jane, estaríamos en la estación de policía.

—¿Jane? No sabía que se había ido a casa.

Sus palabras me tomaron por sorpresa.

—¿No entiendo?

—Jane, dejó a Xavier hace meses. Papá no me dijo nada de su vuelta a casa cuando estuve allí ayer. No puedo creer que esté en casa.

—Parecía que todo estaba bien anoche.

—Xavier es un idiota —no lo discutiré porque en parte es verdad, di un sorbo a mi café—. Espero que aprecie lo que ella hizo por él.

—¿Qué les pasó?

—Jane se fue de casa porque Xavier empezó a ir al pub y a volver borracho. Aun así, no dejaba a papá solo. Lo que a Jena le molesto es como él comenzaba a tratarla, la gritaba seguido y la corría —se quedó mirando los armarios: —Creo que debió de ser el estrés.

—Puede ser. Siento haberme encargado de arreglarte las cosas —dije en voz baja, sabiendo que no le gustaría que hiciera algo así.

Aunque mi conversación con Xavier no había empezado bien, me alegraba que no hubiera ido a más. Quería proteger a Kalem, aunque tuviera una forma extraña de expresarlo. Me hizo apreciarlo un poquito más de lo que Kalem me había contado.

—Mejor dejémoslo así. Al menos Xavier puede salir del taller por un tiempo y concentrarse en un mejor trabajo. En realidad, iba a pedírtelo, pero no sabía cómo empezar. Ya es bastante malo que me dejes vivir aquí.

—Y con lo testarudo que puedes ser a veces, puedo entender que no lo hagas.

—Ya te debo mucho —bajó la mirada a su plato, removiéndolo con el tenedor—, así que ¿cómo puedo pagártelo?

Le miré divertido, encontrándome con su mirada algo apagada. Sus ojos empezaron a enrojecer un poco, y aquella voz.

—Sé lo que puedes hacer.

—¿Qué? —levantó las cejas.

—Hoy te toca limpiar todo el piso.

—¡Ethan! No, ese no —gimoteó.

—¡Sin quejas! —le hice un gesto con el dedo—: Me has preguntado y te he dado una solución —respondí mientras le tocaba la frente con el tenedor.

Después, Kalem se pasó la mañana del domingo ordenando la casa. Yo, por mi parte, me dediqué a hacer la compra en el supermercado, ya que los armarios estaban casi vacíos y la nevera también.

Cuando terminé la compra, metí las bolsas en el coche. De vuelta, me detuve en una pequeña boutique para buscar un traje para la boda de Anne dentro de un mes. Me enseñó una foto de su prometido. Un chico bajo para su estilo, pero con gran ojo para la moda. Por todo lo que Anne me había contado de él, era obviamente un buen tipo. Además, era uno de los mejores arquitectos de Manhattan.

—Buenas tardes y bienvenido —una chica alta de pelo rojo cobrizo, con un estilo bastante elegante, me dio la bienvenida a la pequeña boutique.

—Buenas tardes —dije con delicadeza, poniendo los ojos en blanco ante la gran variedad de ropa que había en la tienda—. Puedes ayudarme, estoy buscando un traje lo más sutil posible. Es para la boda, soy el padrino de la prometida.

—Bien. Por aquí. Sígame, por favor.

Tras varios minutos dentro. Revisé cada uno de los trajes, pero de momento ninguno me convence. Por un momento pienso en abandonar la búsqueda, pero hay dos trajes más que probarme. O encuentro el traje perfecto o me hago uno. Hace años que no me pongo un traje, y ni siquiera recuerdo qué aspecto tengo con uno. Quizá incluso si me lo probara ahora, me imaginaba con un bollito mal envuelto, de esos que los niños se ponen a hacer cuando quieren ayudar a sus madres. Aun así, no creo que sea para tanto. Dios m escuche.

—Hola, Patrick —escuché que alguien entraba en la tienda—. Necesito un favor.

Fue entonces cuando vi salir de detrás de uno de los probadores a un tipo alto y delgado, con el pelo corto y cuidado, que se acercó inmediatamente al mostrador.




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